Mucha esperanza y pocos resultados

Irán, a un año del acuerdo nuclear

Al referirse al tema del acuerdo nuclear de Irán con la comunidad internacional, el empresario de Teherán Reza L. utiliza un refrán iraní: “Muchas sartenes y cacerolas, pero sin comida ni cena”. En teoría, Irán es, un año después de la firma del acuerdo con Occidente, un país lleno de posibilidades. Pero en la vida diaria, los éxitos palpables son casi nulos. La República Islámica esperaba el pistoletazo de salida de florecientes negocios y el fin de su aislamiento político, pero a Reza Modudi, vicepresidente de una organización comercial, se le acaba poco a poco la paciencia: “Occidente nos ha dado un número de teléfono, pero no levanta el auricular”, ilustra.

Las metáforas tanto del experto en comercio como del pequeño empresario sirven para expresar una enorme frustración. Después del histórico acuerdo, casi todos los países occidentales, incluso el archienemigo estadounidense, querían volver a hacer negocios lucrativos con Irán. Pero hasta ahora apenas ha habido acuerdos concretos, porque los grandes bancos europeos no los financian aún.

Los bancos fundamentan su negativa en algunas sanciones estadounidenses que siguen en vigor al margen del acuerdo nuclear.

En los últimos doce meses se produjeron numerosas negociaciones pero hasta ahora no se ha suscrito ni un solo acuerdo. “Las negociaciones con las delegaciones occidentales no servirán de nada mientras no haya conexión bancaria”, señala el vicepresidente del Banco Central, Gholam-Ali Kamjab.

El presidente iraní, Hasssan Rohani, opta por palabras más positivas para definir esta situación transitoria, de la que es responsable: “Aún no hemos llegado al objetivo final, pero con el acuerdo ya hemos logrado mucho”, asegura. Algo aplicable sobre todo a la política exterior e interior, aunque sólo en parte.

En las elecciones al Parlamento de febrero, el sector en torno a Rohani se impuso claramente, sobre todo en la capital Teherán, contra los seguidores de la línea dura y críticos del acuerdo.

Además, el ministro de Exteriores iraní, Mohammed Yawad Zarif, se convirtió tras el acuerdo en un solicitado interlocutor y no sólo por la Unión Europea, sino también por Estados Unidos. Especialmente en el conflicto sirio y en la lucha contra la milicia terrorista Estado Islámico (EI) volvió a ganar peso la opinión iraní y la cooperación con Teherán.

El problema es que Rohani había prometido al país después del acuerdo nuclear firmado en Viena, en julio de 2015, un rápido fin de la crisis económica que asolaba al país, provocada en gran parte por las sanciones internacionales que se derivaban del contencioso nuclear.

Sobre todo las inversiones extranjeras que tenían que volver a llegar desde ese momento contribuirían a modernizar las infraestructuras y a crear los puestos de trabajo tan urgentemente necesarios. Pero nada de eso llegó.

Ejemplo de ello es el pedido iraní de 118 aviones a Airbus. “Llevamos meses negociando con Airbus, pero aún no hemos firmado un acuerdo definitivo por los problemas bancarios”, explica el ministro de Transporte, Abbas Achundi. Todo está supuestamente regulado, pero no se puede avanzar porque el dinero aún no puede ser transferido.

Diez meses antes de las elecciones presidenciales, los seguidores de la línea dura utilizan la falta de avances palpables para hacer campaña contra Rohani. Y es que las críticas económicas son difíciles de refutar por los más fieles seguidores del jefe de Estado.

El gobierno intenta mientras tanto quitar hierro a los problemas: la exportación de crudo, fuente principal del país, vuelve a estar en marcha y también la inflación ha caído del 40 al diez por ciento. “Pese a que en la vida real lo sintamos poco”, señala el empresario Reza L.

La culpa de todo, siguen creyendo al unísono en Teherán, la tienen los estadounidenses, que aún no han dado luz verde a los bancos. Si las cosas no cambian antes de fin de año, podría tener consecuencias en política interna, creen los expertos.

“El acuerdo nuclear es para Rohani su permiso de trabajo”, señala un politólogo iraní. Sin un éxito económico palpable, su reelección se vería en peligro y en los comicios presidenciales de 2017 podrían volver los seguidores de la línea dura encabezados por el ex presidente Mahmud Ahmadineayad. Ellos defienden una línea de confrontación y podrían terminar de un plumazo con los éxitos parciales que tanto le costó lograr a Rohani.

Lo que ocurre en Irán es parangonable en alguna medida a lo que acontece con la Argentina. Ambos gobiernos bregan por su plena reincorporación al mundo para ampliar sus fronteras comerciales y acceder a créditos para el desarrollo, pero del propósito a los hechos concretos hay una distancia importante. Las palabras y los gestos abren caminos, pero el tránsito se demora porque luego de largos años de aislamiento y provocación no es fácil lograr la confianza de los actores. Todos esperan comprobaciones que llegarán con el tiempo de la mano de medidas concretas y señales sostenidas.

Por Farshid Motahari (dpa) / El Litoral