Bicentenario de la Independencia Nacional (22)
Bicentenario de la Independencia Nacional (22)
El arte en el tiempo de los congresales

Imagen. Nuestra Señora del Rosario de Pomata, óleo sobre arpillera de autor anónimo, 1669. Museo Arquidiocesano de Arte Sacro de Tucumán. Foto: Archivo
Por Nanzi Sobrero de Vallejo
El investigador Héctor Schenone manifiesta que “el proceso de formación de la sociedad que habitó el vastísimo territorio que incluía la región de Tucumán, Paraguay y el Río de la Plata, no ayudó al desarrollo de un arte con características propias”. Sin olvidar que la lucha por la supervivencia y la independencia de la Corona española sólo permitió desarrollarse en algunos centros urbanos. Dejando de lado lo producido en las Misiones Jesuíticas que fue exclusivo y original, Córdoba aparece como una receptora más culta e interesada en buenos productos artísticos. “La antigua corriente que bajó del Perú introdujo lo hispano-peruano. La que penetró por Buenos Aires fue absolutamente europeizante”.
Laura Malosetti Costa coincide manifestando que “el siglo que va de 1810 a 1910 se recorta con nitidez en la historia de la pintura (y de las Artes Visuales, en general) en el territorio que hoy identificamos como Argentina [...]. Todo este proceso tuvo como centro principal a Buenos Aires, un punto lejano y de escasa significación entre las posesiones españolas, prácticamente hasta las Invasiones Inglesas de 1806-1807”. Allí se produjo el pronunciamiento de mayo de 1810 y “fue referencia ineludible en la gestación de sus propios impulsos en materia de Artes Plásticas: Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, San Juan, Mendoza. El puerto fue adquiriendo importancia comercial y también curiosidad por la Gran Aldea de América. Ésta atrajo a escultores, tallistas, grabadores que trabajaron en la construcción y decoración de retablos e iglesias. También erigieron monumentos, nuevos símbolos, monedas, estampas, medallas, además de las que se adquirían en centros importantes como Perú, Bolivia, Ecuador”, continúa la autora.
El norte miraba al norte
En el norte de nuestro país, precisamente en Tucumán, sede de la Declaración de la Independencia hace 200 años, la mirada estaba dirigida al Alto Perú, Bolivia, a las zonas de Chuquisaca y Potosí; y más allá, al Cuzco peruano.
“Por lo pronto, la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, como su subdivisión en 1782 de la intendencia de Salta en subdelegaciones, importa para Tucumán un decisivo adelanto, desarrollando sus riquezas agrícolas y libertad de comercio [...]. Estos cambios y el nuevo ordenamiento territorial vincularon a la región de Tucumán con el Litoral argentino y con el Río de la Plata [...] y se estrecharon vínculos con la ciudad-puerto de Buenos Aires que reemplazará a Potosí como centro de atracción de la región, convirtiéndose en una zona intermedia entre el Alto Perú y la ganadería del Litoral”. Como consecuencia de ello “su principal actividad comercial estuvo relacionada con el tránsito y comercio de mulas, lo que motivó desarrollar la construcción de carretas. No se destacaron en los oficios artesanales, ni había actividad artística, salvo la reparación de algún altar o imagen religiosa [...], y es dable señalar cierta medianía en el gusto de la sociedad”.
Pero debemos recordar que en Tucumán hubo manifestaciones artísticas pertenecientes a las culturas arqueológicas. “El valle del Tafí fue cuna de esas culturas cuyos testimonios se valoran y permanecen como testigos de un ambiente mítico religioso que prosperó en estas tierras [...]. Estaban representadas especialmente por menhires y culturas como las de la ‘Candelaria' y ‘Santamarina'. En la historia del Arte Colonial en América, se destaca la preponderancia por el barroco, que con el arte mestizo se llega a renovadoras propuestas en el llamado ‘barroco andino' en la arquitectura del Alto Perú, hecho que se verá reflejado en toda la zona”.
No se puede confirmar la existencia de artistas en aquella época. Las únicas referencias están relacionadas con la Compañía de Jesús, que se instaló en Tucumán en 1585, abarcando provincias vecinas con dependencia de la provincia jesuítica del Paraguay.
Sacerdotes de la orden, como Luis Florentin (pintor, escultor, arquitecto y orfebre), dejaron su impronta y enseñanza. Se recuerda al español Francisco Lardin, sucesor del anterior. El arte era un medio de propaganda y difusión de la fe católica. Por medio del retrato, en la pintura, y de la imaginería, en la escultura -donde imperaba el estilo barroco-, se llegaba a la población, mayormente analfabeta.
Se recuerda la existencia de tres retratos, relacionados con la fe católica. El primero, dedicado a San Ignacio de Loyola, patriarca venerado en las iglesias antes de su canonización en 1622. Se apelaba para ello a mascarillas funerarias.
El segundo, dentro del género, es el que representa a la Virgen del Rosario de Pomata. Se trata de una de las vírgenes más veneradas y reproducidas de la iconografía andina, y su original se encuentra en la iglesia de Santiago de Pomata, a orillas del Lago Titicaca. Un sinnúmero de reproducciones pintadas por maestros anónimos viajó por el territorio hasta aparecer en Tucumán; dos de ellas se exhiben en el Museo de Arte Sacro de la capital tucumana.
En tanto que el tercero es una litografía que representa el rostro de la Virgen María, atribuida a San Lucas, evangelista y pintor. El paisaje de fondo, constituido por un obelisco y palmeras, refuerza la creencia de la autoría de San Lucas, que había predicado en Egipto.
El retrato y su aparición en Tucumán
Recordemos que la sociedad tucumana de la época -compuesta por criollos, mestizos, indígenas y unos pocos españoles- estaba preocupada por la solución de problemas concretos referidos a su propia subsistencia. No manifestaba interés por la reproducción de su propia figura. Algunos pocos -con capacidad económica- acudían al mercado Altoperuano y los más acaudalados, a Roma.
Era costumbre de los súbditos americanos jurar fidelidad a los reyes de España frente a sus retratos. Para ello, debían acudir al extranjero, donde los adquirían. Para contenerlos, en el lugar se confeccionaban doseles profusamente adornados. También debían acudir a otros sitios en busca de “doradores”, de los que carecían.
Los primeros que aparecen son los llamados retratos votivos. El retratado (personaje religioso, militar, soberano, donante) que oficia de “orante”, aparecía en segundo plano, casi subrepticiamente, en dimensiones más pequeñas que la figura religiosa que dominaba la escena, generalmente el venerado arcángel San Gabriel. El ejemplo más importante es el retrato del “Alférez Real don Felipe García Valdez”, personaje destacado en la historia de Tucumán, por el protagonismo que tuvo en el traslado de la ciudad a su actual emplazamiento, desde 1685.
Paulatinamente, comienzan a aparecer personajes acompañados e integrados a conjuntos mayores, hasta la aparición del retrato individual.
Si bien fue escasa la producción pictórica de la época, una excepción notable la constituye la actividad del taller de Mateo Pizarro en el marquesado de Toxo, en la Puna, y la del tallista y pintor Tomás Cabrera (1721-1810) considerado el primer artista argentino no anónimo. Su obra “Entrevista del gobernador Matorras con el cacique Payquin” (1774) es considerada la primera de carácter histórico.
Recién a finales del período colonial y comienzos del independiente se puede señalar como primer artista a José Gabino Castro, considerado el primer artista argentino documentado. Pintó su primer retrato en 1817, y la imposibilidad de capacitarse en el medio lo llevó a Buenos Aires al taller de José Salas, donde regresa en 1840.
Mientras tanto, a muchos kilómetros de Tucumán, sucedían otros acontecimientos del mismo orden: el inicio de la primera Escuela de Dibujo del Virreinato, creada por Belgrano en 1799; los cursos de Dibujo del padre Castañeda, en Recoleta, en 1815; el aula de dibujo creada en 1818 por San Martín en Mendoza, y la escuela creada en San José del Rincón (Santa Fe) en 1824, por el padre Castañeda. Todas esas iniciativas se completan con la llegada, a partir de 1816, de numerosos artistas extranjeros que hicieron conocer en Europa la Gran Aldea y otros lugares de la patria, además de los hombres, las costumbres y la geografía de la naciente nación americana.
El arte era un medio de propaganda y difusión de la fe católica. Por medio del retrato, en pintura, y de la imaginería, en escultura -donde imperaba el estilo barroco-, se llegaba a la población, mayormente analfabeta.