El incidente literario
El incidente literario
El vino hedonista I: Los Místicos

Lo escribió Angelus Silesius, poeta místico: “Amigo, ya basta. Si acaso quieres leer más, entonces ve y llega a ser tú mismo la escritura y la esencia”.
Foto: Archivo El Litoral
Santiago De Luca
Una cosa son las declaraciones de los propósitos que se hacen, y otra las acciones que se realizan y los objetos que se crean. Casi nunca coincidimos plenamente con lo que decimos. En la literatura sucede lo mismo. Si fuera suficiente la explicación, no sería necesaria la obra. Los poetas místicos escribían unos versos y luego tenían que sacar un tratado muy largo, más extenso que la obra misma, explicando lo que habían querido decir. Estas explicaciones son las llamadas glosas que acompañaban los textos poéticos.
Si intentamos abstraernos del miedo a la herejía y a la cárcel que muchos tuvieron, y creemos que el poeta quiere justificar realmente lo que escribió para dar la recta explicación de sus palabras, tampoco alcanza para desactivar el poder de sugerencia de la escritura. Ahí están las imágenes sensuales escritas que vibran con períodos sintácticos perfectos como es el caso de San Juan de la Cruz. Lo que problematiza el asunto es la incidencia literaria que abre lo que se creía sólido y codificado y genera un eco que nadie controla. Ya escribía Octavio Paz que el sentido religioso del poema místico es indistinguible del sentido erótico. ¿Por qué poetas de diferentes religiones para dar cuenta de la fusión con la divinidad han tenido que recurrir a las metáforas del cuerpo? La mística como una pulsión erótica del cuerpo y el sufrimiento por la separación de la divinidad resuenan a la vez.
Entre las imágenes recurrentes de la poética mística está la del vino que recorre los miembros de los amantes y produce una embriaguez equiparable al éxtasis místico cuando se sale del “yo” y un río desborda los propios límites. Al menos eso cuentan quienes han sobrevivido a ese encuentro con la divinidad. Sin embargo, a las cosas hay que ir mereciéndolas. Para tomar el vino que circula y se sirve en los versos de los místicos hay que purificarse. Antes de acercar esa copa, hay que pasar por tres vías, la purgativa, la iluminativa y finalmente (si el azar es generoso) la unitiva donde la fusión da un conocimiento pleno pero que no se puede expresar. Cómo no pensar en los versos del tango “Naranjo en flor”, “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento”. Hay algo de hedonismo en este vino, en el sentido del placer que se trabaja, se talla y esculpe. Pero el problema del escritor místico es lingüístico. Es imposible dar cuenta con el lenguaje del abismo que se atravesó para unirse a la divinidad.
El lenguaje es imperfecto, sucesivo, y la divinidad es plena, simultánea, omnisciente y coincidente con ella misma. Sólo queda el recurso de la metáfora que intenta, en la oscuridad, traer la chispa que ardió. Sin embargo, San Juan de la Cruz está muy cerca de encender el lenguaje con un fuego desconocido. En el Cántico espiritual escribe “en la interior bodega/ de mi Amado bebí, y quando salía/ por toda aquesta bega/ ya cosa no sabía/ y el ganado perdí que antes seguía”. ¿Borracho de pasión o iluminado?
Luego vendrán las glosas, más extensas que los poemas, pero los versos ya están ahí, robando a ese vino doble aquello que no se puede decir. El místico, como el amante, está obsesionado con la ausencia. En “La noche oscura del alma” escribe San Juan: “Oh noche amable más que el alborada!/ oh noche que juntaste/Amado con amada,/ amada en el Amado transformada!”
Siempre se ha dicho que hay dos lecturas en esta poesía, amor humano y después amor divino. En esta tradición que, para aludir a otra cosa, (a la divinidad) se registra con minuciosidad lo concreto, tenemos al Arcipreste de Hita quien en el libro de “El buen amor”, con sus descripciones, nos confunde sobre cuál es el bueno y cuál el malo. Es casi un poeta de la experiencia física cuando describe la aparición de doña Endrina: “Ay Dios, e quán fermosa viene doña Endrina por la plaça! Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garça! Qué cabellos, qué boquilla, qué color, qué buen andança”. Nadie crea sólo, sin tradición. El vino místico fue añejado por la influencia de El Cantar de los Cantares. Se habla en esta poesía de la viña del alma y del adobado vino que embriaga. Un vino profundo, asentado, la Esposa le promete dar al Esposo. El mismo vino que perseguía el Arcipreste en la apariencia de doña Endrina.
Será tal vez porque la poesía excede todo lo que digamos sobre ella, incluso las propias explicaciones de los poetas, que casi todos los grandes místicos españoles del Siglo de Oro, San Ignacio de Loyola, San Juan de Ávila, Luis de Granada, Francisco de Borja, tuvieron hostilidad por parte de la Inquisición. Sucede que es la propia poesía y su viento huracanado la que provoca maremotos. La propia práctica poética produce el equívoco afortunado. ¿Qué hacer con los dogmas cuando San Juan escribe “regalada llaga”? Como el poeta del infierno de Dante y su acompañante, yendo oscuros bajo la noche solitaria, el místico no recomienda caminos que no son recorridos por él mismo. Lo escribió otro poeta místico, Angelus Silesius: “Amigo, ya basta. Si acaso quieres leer más, entonces ve y llega a ser tú mismo la escritura y la esencia”.