ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

El deseo es el deseo del otro

Por Luciano Lutereau (*)

La fórmula lacaniana “el deseo es el deseo del otro” tiene el propósito de ubicar una cuestión crucial: que el deseo no puede ser pensado desde un punto de vista intencional, es decir, el deseo no se define a partir de su objeto o, dicho de otra manera, no es deseo de “algo”.

Una primera acepción que delimita esta coordenada está en la referencia a la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, en la medida en que ésta demuestra que el deseo humano se diferencia del animal por un aspecto fundamental, basado en que dos animales nunca iniciaron una pelea por puro prestigio. Directamente, se arrojarían sobre el objeto en busca de destrozarlo, y sólo subsidiariamente se destrozarían entre ellos. En el camino hacia el objeto, el deseo humano encuentra un cortocircuito que indetermina la relación con aquél. Decir que “el deseo es el deseo del otro” no es decir que se desea “lo que” (el objeto que) otro desea, ni que se desea el deseo del otro (como objeto), sino que el deseo humano debe ser pensado a través de sus condiciones antes que a través de un objeto.

El análisis se dedica a establecer las condiciones del deseo para un sujeto, e incluso desear lo que otro desea (a través de la prohibición) es la condición de un tipo clínico específico, la neurosis obsesiva, o bien desear el deseo de otro es lo típico de otra posición subjetiva, la neurosis histérica.

De este modo, afirmar que “el deseo es el deseo del otro” es un modo de destacar la alteridad del deseo que, como tal, no puede ser nunca reconocido como “propio”. Por esta vía, expresiones como “mi” deseo (o “el deseo del paciente”, etc.) se vuelven fútiles y, más bien, se trata en un análisis de esclarecer cuáles son las condiciones que, a determinado sujeto, lo producen como sujetado a un modo de desear.

En este punto, cabe una especificación mayor, relativa a la manera en que se cierne el deseo en un análisis, ya que no se designa como deseo cualquier indicación más o menos volitiva (lo que a alguien le gusta, quiere, interesa, etc.). El deseo en el análisis surge como defensa, y esto es lo que implica que se sostenga en la fantasía.

Pongamos una situación corriente, especialmente trivial (para ganar claridad en la exposición): alguien tiene que rendir su último examen y se encuentra angustiado; en efecto, la angustia radica en que debe dar ese paso a expensas del saber, por eso le cuesta tanto ponerse a estudiar mientras pierde el tiempo. Se encuentra, entonces, sintomatizado, y el síntoma es una respuesta a un acto que no puede resolver por la vía narcisista. Dicho de otro modo, el sujeto se encuentra enlazado a ese padecimiento por una vía que no es la del narcisismo, sino pulsional. Imaginemos incluso que esta persona va a rendir su examen, después de haber preparado un tema que sospecha le interesa al profesor y, llegado el momento, éste le dice que el alumno anterior ya recurrió a ese tópico, así que le pide que lo modifique. El alumno podría sentirse “avergonzado”, o bien sentir que “la cabeza que le queda blanco”, diferentes indicadores de una posición subjetiva que destituye el narcisismo de quien sabe que ese acto destituye la identificación con su “ser alumno”.

El síntoma, entonces, es expresión de ese conflicto y llamamos “pulsión” a esa respuesta en el cuerpo que invade el reconocimiento del yo. Después de todo, ya temprano en su obra, Lacan llamaba al síntoma “lo que el sujeto conoce de sí aunque no se reconoce en ello”. Ahí donde alguien se encuentra enlazado con algo en lo que se reconoce se sienta la incidencia pulsional (del ello).

Ahora bien, ¿de qué modo responde el sujeto a esta coordenada? A través del deseo como defensa. El deseo implica un desasimiento del goce a través de la suposición de una versión del otro (que goza). De esta manera, la neurosis le impone una causa al síntoma, que atribuye al otro; y esta atribución es otra forma de nombrar lo que hemos llamado antes “condición del deseo”, pero que en este punto permite advertir de qué manera el neurótico queda dividido entre pulsión y defensa o, mejor dicho, entre goce (del síntoma) y deseo (en la fantasía).

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.

En el camino hacia el objeto, el deseo humano encuentra un cortocircuito que indetermina la relación con aquél.