Crónica política

Gobernar es comprar problemas 

 

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Por Rogelio Alaniz

 

A los líderes piqueteros me gustaría preguntarles si su reclamo de sindicalización nace de su conmovedor amor a los pobres o porque sencillamente aspiran a transformarse en nuevos burócratas sindicales con sus correspondientes beneficios, privilegios y cuotas de poder. Supongamos que la respuesta a esta pregunta sea una afirmación de voluntad nacional y popular, una apasionada defensa de los pobres y un ataque militante a los ricos. La pregunta siguiente sería, entonces, ¿cómo se compatibiliza esa causa tan noble y generosa con una iniciativa que lisa y llanamente transforma a los pobres en rehenes y, lo más grave, apunta a congelarlos en su condición de miserables? porque, queda claro que si los movimientos sociales se institucionalizan como sindicatos, el objetivo de los jefes de los movimientos sociales será -incluso con independencia de su hipotética buena voluntad- que nunca dejen de pertenecer al mundo de la miseria, porque ya se sabe que a ningún sindicalista le gusta perder afiliados. Conclusión: se trata de una de las propuestas más reaccionarias que he escuchado en un país donde lo reaccionario suele disfrazarse de nacional y popular. Reaccionaria y perversa, porque en nombre de la solidaridad y otras bondades humanistas por el estilo, lo que se hace es cristalizar a los miserables en verdaderos ghetos y, por supuesto, bloquear cualquier posibilidad de movilidad social ascendente. Comparados con estos líderes piqueteros, Isidorito Cañones y Macoco Alzaga Unzué son peligrosos subversivos de extrema izquierda.

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El gobierno nacional hace bien en preocuparse por los pobres porque, ya se sabe, en las actuales democracias se hace difícil, por no decir imposible, gobernar sin atender sus necesidades. Los llamados liberales ortodoxos, que le reclaman a Macri políticas de shock, terminan políticamente dándose la mano con los Esteche y los D’Elía que abogan por la solución helicóptero, porque de aplicarse las políticas de ajuste, cesantías, recortes de gastos sociales y otras lindezas por el estilo, los días del gobierno de Macri estarían contados y en ese contexto hasta sería una bendición de los cielos que pudiera conseguir un helicóptero para huir. El gobernante debe tener ideas y nociones del rumbo a tomar, pero no se gobierna solamente con esquemas que con ser necesarios no resuelven los dilemas centrales de la política cotidiana. ¿Que la actual estrategia del gobierno de practicar cierto populismo mientras se esfuerzan por sentar las bases de un orden más consistente incluye riesgos? Por supuesto que los incluye y no hay ninguna garantía de que vaya a salirle bien. Macri apuesta y dispone de algunas chances a favor, mientras que la estrategia que proponen los ultraliberales es lo más parecido al suicidio. ¿Se acuerdan de López Murphy convocado por De la Rúa? Apenas duró una semana. En las democracias actuales, para bien o para mal, no se puede gobernar sin consenso, sin amplios consensos. Después se verá qué se hace, pero sin ese consenso inicial no hay posibilidades de ver nada. Dicho esto, un consejo a este gobierno: se gobierna con el apoyo o el consentimiento de los pobres, pero sobre todo se gobierna con el apoyo de las clases medias. Y ya que mencioné a De la Rúa, les recuerdo que presentó la renuncia no cuando los villeros salían a la calle, sino cuando se movilizó la clase media.

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Y ya que hablamos de gradualismo, esta semana se discutió el tema de los impuestos a las ganancias. El gobierno y la oposición massista se opusieron y se oponen a este adefesio, aunque en los últimos meses se sumaron a este reclamo los entusiastas militantes de la causa de K que súbitamente descubrieron las maldades del impuesto que aplicaron impertérritos durante más de una década. El acuerdo para derogarlo está, pero el problema de fondo es con qué sustituye el Estado esta plata que deja de cobrar. Massa propone una solución y el gobierno otra. Massa piensa como opositor y el gobierno desde la responsabilidad del poder; Massa cae más simpático con esa propuesta que incluye cobrarle impuestos a la renta financiera, las mineras y la timba. Todo muy lindo, pero no es tan fácil hacerlo porque, en el caso de las mineras, por ejemplo, implica desatar una tormenta con los gobernadores peronistas y, en primer lugar, con Gioja, el titular del Partido Justicialista. Massa dice que lo suyo es posible; el gobierno asegura que no, ¿A quién creerle? ¿A quien habla desde la oposición y atendiendo a las cercanías de las elecciones o a quien debe ejercer las a veces amargas tareas de gobernar y no siempre puede presentarse como Papá Noel?

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¿A alguien le puede sorprender que los gobernadores peronistas bloquearan la reforma política? ¿Alguien puede extrañarse de que el señor Insfrán haya sido el cabecilla de esta movida a favor de un orden político que beneficie el fraude, el clientelismo y todos los chanchullos que distinguen a ciertas democracias fraudulentas? Por supuesto que algunos puntos de esta reforma política eran controvertidos, pero sus objetores no vetaban el cambio por sus supuestos errores sino por sus virtudes, como aquellas alimañas salvajes que disponen de un excelente olfato para percibir dónde está el peligro. Insfrán, ya se sabe, hace rato que es el malo de la película y convengamos que el hombre hizo méritos enormes para ganarse ese lugar, pero conviene recordar que en este caso contó con el apoyo de sus cófrades del Frente para la Victoria. ¿Casualidad o causalidad? Alguna vez habrá que estudiar los vasos comunicantes existentes entre discursos supuestamente emancipadores en convivencia con prácticas políticas regresivas, clientelares y autoritarias. Algunos teóricos presentan estas paradojas como contradicciones en el interior del campo popular. Puede ser; pero a mí me gusta más pensarlas como contradicciones necesarias y en algunos casos indispensables. Una salvedad debe hacerse: en esas contradicciones los que disponen de cuotas decisivas de poder no son los “buenos” sino los “malos”; los que deciden se llaman Morsa Fernández, Guillermo Moreno, Julio de Vido o Cristina Elisabeth; y los que se bendecían son los López, los Ulloa, los Spolski, los Báez y otra vez Cristina Elisabeth. Y los buenos ¿qué rol juegan? Hasta ahora -desde el setenta a la fecha- el único rol que han jugado es el de maquilladores del monstruo, es decir, el de presentar con ropajes bondadosos y estimulantes a personajes siniestros portadores de políticas siniestras.

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Se murió Carlos Fayt. Su muerte atendiendo a su edad era previsible, pero en este caso lo que importa recordar es a quienes quisieron matarlo antes de tiempo. Cristina Elisabeth, en algún momento, lo desafió al juez a que probara su buen estado físico caminando alrededor de su casa; la respuesta de Fayt fue aleccionadora: saldré a caminar por mi barrio en el momento en que la señora presidente me acerque su título de abogada. Silencio de sala. Claro que Fayt molestaba. Y molestaba cuando era mucho más joven y desde la teoría política denunciaba con impecables argumentos académicos las trampas, falacias y perversidades del populismo. Claro que molestaba un juez probo e inteligente en una Corte donde el prócer era el compañero Nazareno o en esa otra Corte donde un rufián de prostíbulos que inició y desarrolló su carrera judicial bajo los auspicios de las diferentes dictaduras militares, se presentaba como el abanderado de las causas justas. Lo conocí a Fayt a través de sus libros. Derecho Político lo aprobé en la facultad estudiando su célebre manual. Después, mi amigo Marcelo O‘Connor, santafesino crónico residente en Salta donde fue juez de la Corte, me hablaba de este abogado socialista y liberal que ya en los años cincuenta era respetado por su talento y su decencia. Sus libros formaron a generaciones de jóvenes en los valores de la libertad, la justicia y el derecho. Haber sido atacado por los energúmenos de la causa K fue el último honor que recibió en vida.