La relación de Obeid con Cuba

“Oye chico, qué pasa que no vienes a verme”

El texto que sigue es de 2007 y conviene leerlo desde esa perspectiva. También que queden en un vivo presente el dos veces gobernador y el líder de la revolución cubana.

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Registro. La foto (sin autor conocido) es parte del libro de Jorge Obeid: “Cuba, Fidel y el Peronismo. Mis encuentros con Fidel Castro y otros textos”, editado por la UNL en 2005. Foto: Archivo El Litoral

 

Luis Rodrigo

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Visitas oficiales, entrevistas personales con Fidel Castro y un libro de sus diálogos con el líder de la revolución cubana, son los hitos de una especial relación: la del gobernador Jorge Obeid (1) y Cuba, cuyo nombre despierta siempre insoslayables connotaciones políticas.

En los últimos cuatro años ha sido particularmente intensa la vinculación que logró con el castrismo el dirigente santafesino peronista que fue primero concejal, luego intendente de nuestra ciudad, dos veces gobernador y otras tantas electo diputado nacional, y que comenzó su militancia en el justicialismo en los ‘70, desde la radicalizada Juventud Peronista.

La simpatía de Obeid con el jefe del régimen comunista tuvo uno de sus momentos más fuertes el 22 de julio de 2006, cuando Castro estuvo en Córdoba al celebrarse en la Docta la XXX Cumbre del Mercosur. Con un telefónico “Oye chico, qué pasa que no vienes a verme”, según se encargó de difundirlo en forma oficial el gobierno santafesino, el hombre que está en el poder en La Habana desde 1959 llamó al gobernador santafesino.

Desde que fue electo gobernador, Jorge Obeid fue a Cuba en seis oportunidades. Lo hizo unas pocas semanas antes de asumir en 2003 (cuando también incluyó España) y lo repitió en cada noviembre, a lo largo de sus cuatro años de gestión, salvo en 2006, cuando viajó en junio.

En 2007, además de su acostumbrada visita a la Feria Internacional de La Habana, fue a la isla caribeña también en febrero.

La retórica kirchnerista -diferente al menos en los discursos respecto del menemismo- fue el marco propicio para que Obeid pudiera trazar lazos más fuertes con Cuba, ya en su segunda gestión como gobernador.

Durante la primera (cuando la Argentina adhería sin medias tintas al neoliberalismo y condenaba la situación de los derechos humanos en la isla), el gobernador no tenía las mismas oportunidades para estrechar vínculos con el régimen cubano, aunque siempre mantuvo públicamente la misma posición: no sumar a nuestro país a los que propician una condena internacional.

Esa forma de entender al proceso histórico cubano lo llevó a protagonizar una encendida -pero elevada- polémica con el historiador José Ignacio García Hamilton (2), a quien el castrismo le ha impedido ingresar a la isla: Obeid había defendido aquella polémica decisión porque el intelectual argentino “es un opositor” al sistema cubano.

(1) Jorge Obeid falleció el 28 de enero de 2014.

(2) José Ignacio García Hamilton murió el 18 de junio de 2009.

Un lento ocaso

Isaac Risco (DPA)

Al final, sus palabras ya no importaban tanto como el solo hecho de que las publicara, porque demostraban que seguía vivo. Años después de dejar el poder, las últimas noticias sobre Fidel Castro giraban casi siempre en torno a su estado de salud y la muerte que le llegó a los 90 años.

Esa muerte se había convertido en una obsesión desde hacía casi una década tanto para sus detractores, que la veían como un símbolo de la caída del castrismo, como para sus simpatizantes, que salían siempre al paso para desmentirla. Los rumores marcaron los últimos años de vida del ex presidente cubano.

“¡Aves de mal agüero! No recuerdo siquiera qué es un dolor de cabeza”, les espetó el propio Castro a su enemigos en octubre de 2012, cuando una tormenta de rumores lo suponía agonizando.

Finalmente, la última imagen pública de Fidel fue una foto del pasado 15 de noviembre, cuando recibió en su residencia al presidente de la República de Vietnam, Tran Dai Quang, que estaba en Cuba en visita oficial. Llevaba un chándal blanco y una camisa a cuadros y se lo veía muy desmejorado, como en los últimos tiempos.

A retiro

Después de la grave enfermedad intestinal que lo forzó a delegar el poder en su hermano Raúl en 2006, el ex presidente no volvió a recuperar el vigor de antes. Empezaba el lento ocaso del célebre revolucionario barbudo.

En febrero de 2008 anunció su renuncia formal al poder. “No aspiraré ni aceptaré (...) el cargo de presidente del Consejo de Estado y comandante en jefe”, escribió en un artículo en el que anunciaba que en adelante pasaría a ser sólo un “soldado de las ideas”.

Los cubanos se acostumbraron en los siguientes años al nuevo papel del viejo líder. Temido en el pasado por sus maratónicos discursos de varias horas, Castro descubrió en los años posteriores a su renuncia el papel y la pluma para expresarse.

El talentoso orador de antaño se convirtió en analista en la prensa cubana, en la que llegó a publicar cientos de entregas de su columna de “reflexiones”. Todas, a menudo de varias páginas de extensión y difundidas varias veces por semana, eran leídas también puntualmente en los informativos de televisión en horario estelar.

Y mientras su hermano se dedicaba a impulsar las reformas económicas con las que ponía fin al monopolio del Estado socialista, Castro volvió a descubrir una de sus viejas aficiones: la política internacional y los grandes temas de la humanidad.

El ex presidente solía escribir sobre el cambio climático, la proliferación de armas atómicas, los conflictos internacionales y, sobre todo, sobre su vieja enemistad con Estados Unidos. En su tono y el recuerdo de viejos conflictos como la Guerra Fría, Castro parecía en sus últimos textos a menudo ya un personaje anacrónico.

Imagen final

Después de su recuperación nunca volvió a ser el mismo. Paradójicamente, la imagen icónica del enérgico revolucionario de los años 60 se vio al final trastocada por el propio Castro: su figura en el imaginario colectivo estará asociada probablemente también por siempre a la del anciano encorvado por la edad y de mirada fija, envejeciendo bajo la mirada escudriñadora del mundo.

Por un tiempo vistió de nuevo su uniforme verde olivo y mantuvo reuniones con artistas, intelectuales y veteranos de guerra, y se dejó ver en entrevistas de televisión y en el Parlamento. Desde 2011 volvió a distanciar sus apariciones públicas. A varios meses de ausencia seguían etapas en las que reaparecía con nuevos textos, registrados con interés sobre todo porque confirmaban que el octogenario líder cubano seguía vivo.

En marzo de 2012 se le volvió a ver en televisión durante la visita del Papa Benedicto XVI, en imágenes que dieron la vuelta al globo. Mostraban a un Castro desmejorado en el otoño de su vida. Un año después compareció otra vez antes las cámaras con motivo de las elecciones en que su hermano fue reelegido para su segundo mandato.

Rodeado de periodistas, parecía de nuevo un personaje un poco caído del tiempo. Indagando sobre los teléfonos celulares, por ejemplo, para saber si también servían como grabadoras.

El colofón de su vida pública lo componen también las imágenes que difundía al final el gobierno frecuentemente para disipar los rumores sobre su salud: un Castro frágil en ropa deportiva, recibiendo en su casa a altos visitantes extranjeros como el ruso Vladimir Putin, el chino Xi Jinping o la brasileña Dilma Rousseff.

Ésas y aquellas otras fotos que lo mostraban en su jardín, vestido de campesino, ya irremediablemente apartado del poder en sus últimos años de vida.