El incidente literario

Oriente

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Necesitamos la metáfora de Oriente porque sin ella moriríamos de desesperanza, de mera realidad. A veces es necesario desorientarse para encontrar un orden mejor. Foto: Archivo El Litoral

 

Santiago De Luca

A la tropa de Malu y a su ebrio pero lúcido guía, Paco Sempere.

Oriente no es un lugar geográfico. Es una atmósfera y también una literatura. Una música y espejismos de agua en la oscuridad del cemento. La fuga conduce a Oriente. Mi tío decía que uno se desorienta en Oriente. Edward Said confesaba en su libro “Orientalismo” que la flor de loto vista de cerca se parece a una cebolla. Cuando se permanece en el “exotismo”, el presente se desborda. Los sueños muestran el rostro de la pesadilla. Siempre hay un después. Nadie cuenta qué pasó en la noche 1002. Sin embargo, fue Joyce quien sostenía que un escritor tiene tres armas: el exilio, el silencio y la astucia. Y esas sirenas suenan en ese no lugar que es Oriente. También Kipling no escapó a este influjo y confesó que quien oye esa voz ya no puede dejar de oírla.

Habrá un momento de cada día en el que se intentará regresar a la duna. Entonces, la brújula se altera. Tal vez sea así porque si se le pregunta, a quien cruzó el desierto, dónde se oculta el amor, dirá “entre los pliegues de las dunas”. Mujeres de azul y verde atraviesan el Oriente. Comentan los cronistas, aunque intenten hacer literatura y no historia, que los miembros de la tribu de los asra de Yemen mueren cuando aman. El poeta escribirá luego: “Sus cabellos olían a fuego de hoguera”. ¿Para qué sobrevivir? La vida concebida como un largo camino hacia ese jardín. Y los escritores, a lo largo de la historia, intentando abrir sus frases ante el embrujo de lo desconocido.

Gritar la pasión a las piedras solitarias en el idioma infinito de la arena. Pero Oriente no existe como un centro fijo. Señala lo inalcanzable. El agujero de la brújula, su punto ciego. Es una construcción imaginaria. Incluso en la literatura árabe existe el sueño de Oriente. Aunque bien se podría hablar del Lejano Occidente. Pero ya no hay alfombras voladoras ni lámpara de Aladino que compongan el jarrón roto. Los cristales están esparcidos en el piso. Lo que queda son las historias. Astillas sueltas de historias. El largo naufragio de la palabra. Aquellos cuentos que le contaron los confabulatores nocturni a Alejandro de Macedonia (otro nombre que se perdió en la búsqueda de su Oriente) y que llegaron hasta nosotros.

El sueño de Oriente se prolonga en las otras historias que nos contamos en los bares cada noche, en los versos de los poetas y cuando se arde para perder la estabilidad porque queremos observar la llama roja y la llama azul. La conjunción del amor y el desierto. La luz de los derrotados que brilla mejor. Necesitamos la metáfora de Oriente porque sin ella moriríamos de desesperanza, de mera realidad. A veces es necesario desorientarse para encontrar un orden mejor.

La literatura argentina también, con un poema de Borges, miró a Oriente. Su poema se titula, como no podía ser de otra manera en este caso, “El Oriente” y se encuentra en el libro “La Rosa profunda” (que alude de alguna manera a esa rosa de la poesía persa). En algunos de sus versos se lee lo siguiente: “Kim y su lama rojo que prosiguen/ para siempre el camino que los salva./ El fino olor del té, el olor del sándalo./ Las mezquitas de Córdoba y del Aksa/ y el tigre, delicado como el nardo./ Tal es mi Oriente. Es el jardín que tengo/ para que tu memoria no me ahogue”.

Siempre el Oriente unido al amor. Y a la retórica. La figura de la enumeración acercándonos un puñado de arena de ese universo preciso pero irreal. Una fantasía soñada con detalles, con densidad y olores. Del texto se desprende que cada uno se puede construir su propio Oriente. Para eso es necesario navegar los mares de la imaginación y los versos. Las “joyas” orientales pueden estar al alcance de un gesto.

Allí la rosa es más profunda y no se marchita. Son los mismos versos que levantaron la noche los que dibujan la arquitectura de esos pétalos. ¿Pero dónde es allí? Después de declarar que Oriente es una construcción imaginaria, que no es real, que no habita ningún centro estático y que ningún barco nos acercará a su puerto, podríamos decir que existe de una manera más profunda. Oriente existe porque todos deseamos los espejismos. Ya perdido y sin salvación me regalaron, en mi último cumpleaños, una brújula para que me Oriente. Pero la brújula marca el Norte. Yo anhelaba el Sur. Entonces me voy al Este.