Las primeras profesionales de la medicina en el mundo

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Elizabeth Blackwell no sólo era inteligente sino porfiada. En Nueva York, encontró un lugarcito y en enero de 1849 fue la primera mujer en el mundo en recibir su título de Doctora en Medicina. Foto: Archivo

 

Por Ana María Zancada

¿Cómo habrán sido los comienzos de la medicina en el mundo del Homo-sapiens? Porque desde que el hombre existe, con él nacieron las enfermedades, las pestes, las heridas, el dolor. Y como siempre en esta nueva era en la que los abuelos actuamos junto a los nietos, recurrimos al señor Google para una respuesta rápida. Definición: la historia de la medicina es la dedicada al estudio de los conocimientos y prácticas médicas a lo largo del tiempo.

El tiempo: medida de la existencia en que ocurrió todo y seguirá ocurriendo. Pero resulta que desde que el Homo-sapiens apuntó su curiosidad hacia el universo, comenzó con las preguntas y los cuestionamientos. La muerte, gran vencedora de la vida. La vida, hálito misterioso que habita y deshabita con la misma velocidad la materia que se enferma, muere, se descompone y se confunde con la tierra que a su vez es Gea, la Diosa Madre, la Pachamama, la Madre Tierra y así podríamos seguir en un verdadero juego de azar: la vida y la muerte. También aquí podemos hablar del rol jugado por la mujer en lo que fue atisbo, comienzo, experimentación. Y la dicotomía hombre-mujer dejó sus huellas, pero en los tratados importantes de la medicina, en los anales de esta ciencia, ellas no figuraron. Los grandes protagonismos fueron para los hombres. Sin embargo, la dupla hombre-mujer existió siempre, porque ellas trabajaron sin buscar recompensa, sólo sintiendo la necesidad de hacerlo.

Al principio, se dedicaban a parir, limpiar, mantener alimentada y cuidada a la familia. Por suerte, siempre hubo rebeldes que dieron que hablar y escribieron capítulos importantes que casi no figuraron en las crónicas. Y como siempre, hubo una pionera a la cual recurrimos para rescatarla del olvido: Elizabeth Blackwell, considerada la primera mujer que logró ejercer la medicina en el mundo. Al menos así figura en las crónicas.

Nació en Inglaterra en 1821. Su familia tenía la suficiente solvencia económica como para pagar la educación de todos sus hijos. Uno de ellos era Elizabeth, joven, curiosa y tozuda que sintió que su vocación era ayudar a sus semejantes para aliviar sus dolencias. Asombró tanto a su familia como a las diez universidades que rechazaron su inscripción. Pero ya dijimos que Elizabeth no sólo era inteligente sino porfiada. En Nueva York, encontró un lugarcito y en enero de 1849 fue la primera mujer en el mundo en recibir su titulo de Doctora en Medicina.

Pero no eran tiempos fáciles. Los hospitales eran caldo de cultivo para enfermedades, contagios y accidentes extraños. En una de las curas que realizaba, una secreción purulenta le salpicó el ojo izquierdo dejándola ciega. Su carrera como cirujana concluyó allí. Pero a Beth nada la desviaría de su propósito. Se trasladó a Inglaterra y allí conoció a otra mujer que hizo historia, Florence Nightingale. Cuando regresó fundó con su hermana una escuela de enfermería para mujeres. Su ceguera no le impidió escribir tratados para los estudiantes donde volcaba sus conocimientos y consejos para las nuevas generaciones.

En 1868, fundó una Universidad de Medicina para mujeres. Al año siguiente, volvió a Inglaterra donde ejerció la cátedra de ginecología hasta su jubilación en 1907. Elizabeth y su hermana Emily Blackwell fueron las primeras mujeres en el mundo en obtener el título de Doctora en Medicina. Bravas mujeres que desafiando una ridícula tradición enfrentaron a toda una sociedad que en un principio las marginaba y las consideraba algo muy parecido a marimachos que se apartaban del tradicional camino impuesto por ancestrales tradiciones. Con su valentía y coraje lograron abrir puertas y marcar senderos que luego transitarían millones, que supieron abonar esta profesión con inteligencia, dulzura y sabiduría. Hoy, las recordamos con cariño, respeto y admiración.