Jorge Luis Borges: ¿Originalidad o re-versión temática?
Jorge Luis Borges: ¿Originalidad o re-versión temática?

Jorge Luis Borges por Sara Facio. Foto: Archivo El Litoral
Por Marcela Brizuela (*)
Twitter: @MarceBri_OK
Quienes leemos literatura, disfrutamos del tema porque nos transporta a otros escenarios y realidades, y nos sitúa ante un momento de diálogo y reencuentro con el autor. En mi experiencia como lectora, ecléctica en cuanto a géneros y diletante en cuanto a la obra literaria de Jorge Luis Borges, a menudo me pregunté, ¿hasta dónde se puede calificar de “original” a su obra?; porque hubo veces que he tenido la impresión de estar ante un déjà vu literario; de que ya lo había leído en otra parte.
Muchos dicen que la obra de Borges es original en la forma y en el fondo; pero disiento que lo sea en muchos de sus temas; algo que él reconoce en prólogos y epílogos; como en la “Historia Universal de la Infamia”, en el prólogo a la edición de 1954 declaraba: “Son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar sin justificación estética alguna, ajenas historias”. Este grado de honestidad es inusual, pues vivimos obsesionados por el complejo de la absoluta originalidad. Aunque la actitud de Borges no sorprendería en Europa, donde los autores han recreado a los grandes clásicos, retomando temas de la literatura grecolatina. En el mundo de la tragedia griega, los temas eran tomados de los mitos del acervo popular, y los dramas representados eran un momento de los mismos. El problema de la originalidad en los temas era algo que ni siquiera se planteaba, porque lo que importaba era cómo se lo elaboraba poética y teatralmente y cuál era el mensaje que se quería transmitir. Como en “La Orestíada” que es el problema eterno de la justicia. Ilustración de esto son las tres “Electra” que nos han quedado de Esquilo, Sófocles y Eurípides. El tema es el mismo, pero hay un mundo distinto de una a otra tragedia; el mundo propio de cada uno de ellos.
En el Medioevo, muchas colecciones de cuentos estaban tomadas de asuntos grecolatinos; como la “Narración segunda”, la “Jornada séptima”, y el “Decamerón” de Boccaccio. La originalidad estaba en la lengua (española, inglesa o italiana) en que cada uno volcaba esos temas. Se me dirá que hacían el trabajo de traductor. Absolutamente no. Ellos re-versionaban de acuerdo a su idiosincrasia y a la mentalidad de la época; como en esos cuadros renacentistas donde personajes griegos o bíblicos se ven vestidos a la usanza del tiempo y del lugar al que pertenecía el artista.
Volviendo a Borges, me pregunto: ¿dónde está la originalidad si “Las ruinas circulares” las tomó de “La visita del caballero enfermo” de Giovanni Papini y ambos la tomaron de Lewis Carrol? En el tema de “Las ruinas circulares” el protagonista interpola a un ente imaginario en la realidad, que es similar al de “La última visita del caballero enfermo”, donde el fantasma se va a quejar a su creador para que deje de soñarlo, y esto está implícito en el siguiente diálogo de “A través del espejo”: “—Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?
“—Sueña contigo. Y si dejara de soñar, desaparecerías. Eres una figura de su sueño”.
Tanto en “Las ruinas circulares” como en “La visita del caballero enfermo” encontramos los mundos propios de cada autor, como en la coincidencia de la temática del sueño: “Se lamenta el caballero:
“—¡Yo soy de la misma sustancia de la que están hechos los sueños! Existo porque hay uno que me sueña, hay uno que duerme y en este momento sueña que yo digo todo esto”.
Mientras que Borges observa de su protagonista: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que otro estaba soñándolo”. Y lo que es destacable, ambos escritos, el de Papini y el de Carroll, están incluidos en la “Antología de la literatura fantástica”, editada por Sudamericana, y que fue preparada, en colaboración con Silvina Ocampo y Bioy Casares, por el propio Borges.
Para entender esto, me remitiré a dos cuentos: “La espera” de J.L. Borges y “Los asesinos” de E. Hemingway. La similitud del tema (asunto) por un lado; el contraste de la forma (estilo y lenguaje de la narración) y el contenido y fondo (cosmovisión y trasfondo ético, filosófico o religioso) por el otro; nos permitirán dilucidar los universos personales de ambos autores. El tema en “Los asesinos” y “La espera” es muy simple y puede ser parte de la trama de cualquier novela o película de gánster (Borges reconoce que su cuento le fue sugerido por una crónica policial). Alguien que ha hecho lo que no debe dentro de una banda y que, perseguido, sabe que tarde o temprano, lo van a liquidar. En ambos relatos no importa cuál es la causa desencadenante de la mortal persecución; importa la actitud de la víctima en esa espera. Desde la forma ya empieza el contraste. En Hemingway, está visto desde afuera a través de diálogos breves, impersonales. En Borges, desde la conciencia del protagonista y en forma puramente narrativa.
Veamos el comienzo de cada una de las historias, empezando por el norteamericano:
“La puerta del salón comedor Henry se abrió y entraron dos hombres, que se sentaron ante el mostrador.
“—¿Qué les sirvo? -preguntó George.
“—No sé -contestó uno de ellos-. ¿Qué quieres comer, Al?
“—No sé -dijo Al-. No sé qué quiero comer. Dame jamón con huevos -dijo el hombre llamado Al-.
“—A mí, tocino con huevos -ordenó el otro”.
Borges lo comienza así: “El coche lo dejó en el cuatro mil de esa calle del noroeste. El sol reverberaba en unos invernáculos. El cochero lo ayudó a bajar el baúl. Desde el pescante, el cochero le devolvió una de las monedas, un vintén oriental. El hombre le entregó cuarenta centavos, y en el acto sintió: ‘Tengo la obligación de obrar de manera que todos se olviden de mí. He cometido dos errores; he dado una moneda de otro país y he dejado ver que me importa esa equivocación’”.
El de Hemingway parece casi un guion de cine, mientras que el de Borges, mucho más descriptivo, tiene el acento poético-metafísico que le es característico. Una constante del mundo borgiano, es el tema de la identidad y del doble. En “Los asesinos” el tema se introduce de esta manera:
“—Te lo diré -dijo Max.
“—Vamos a matar al sueco. ¿Conoces a ese sueco llamado Ole Andreson? ¿Viene a comer aquí todas las noches?
“—A veces. ¿Por qué van a matarlo? ¿Qué les hizo?
“—Nunca tuvo oportunidad de hacernos nada.
“—¡Cállate! -gritó Al desde la cocina-. ¡Hablas demasiado!”.
En “La espera” el tema aparece cuando al recién llegado le preguntan por su nombre: “Todo lo aprobó el inquilino; cuando la mujer le preguntó cómo se llamaba, dijo Villari. No lo sedujo, ciertamente, que asumir el nombre del enemigo podía ser una astucia”. Incluso, se va perfilando el tema del sueño que es clave para la comprensión de “La espera”. En el relato “Los asesinos”, fracasado el intento de esperar al sueco en el bar, se dirigen a la pensión donde éste se aloja, Nick Adams corre a avisarle lo que está ocurriendo:
“—¿Quién es?
“—Soy Nick Adams.
“—¡Entra!
“Nick entró en la habitación. Ole Andreson estaba en la cama vestido.
“—¿Qué pasa? -preguntó.
“—Estaba en la casa de Henry cuando llegaron dos tipos. Decían que habían ido a matarte a ti.
“—Tal vez no sea más que una fanfarronada.
“—No. No es una fanfarronada.
“—¿Podrías arreglarlo en alguna forma?
“—No. Me metí donde no debía. Nick salió. Al cerrar la puerta vio a Ole Andreson tirado en la cama y mirando hacia la pared”.
Mientras que Villari vive (o sueña) así su espera: “Una turbia mañana del mes de julio, la presencia de gente desconocida lo despertó. Altos en la penumbra del cuarto. Con una seña les pidió que esperaran y se dio vuelta contra la pared, como si retomara el sueño. Lo hizo para despertar la misericordia de quienes lo mataron, o para que los asesinos fueran un sueño”.
Cualquier lector atento notará las diferencias de los relatos a través de los fragmentos aquí citados. Realista, sin metafísica, el de Hemingway; diría que los personajes se mueven esquemáticamente como en una escena de ballet. El de Borges tiene otras implicancias más profundas, y su personaje intenta irrealizar la realidad convirtiéndola en un sueño. Hay dos coincidencias entre ambas narraciones que podemos destacar: a) los personajes se hospedan en lugares donde se granjean del afecto de quienes los rodean; y b) el detalle de darse vuelta y quedar mirando la pared. Coincidencias que las da el propio tema y su esquema, pero que cada escritor llena en forma absolutamente distinta.
En suma, aunque Borges tome sus temas de Wells, Chesterton o “Las mil y una noches”, su tratamiento siempre será original en la forma, contenido y fondo. Y así queda claro que la originalidad no consiste en inventar nuevos temas, sino en re-versionar en forma personal y novedosa viejos temas universales; y en eso está la suprema originalidad de Borges, ya que su universo es absolutamente original más allá de todas las fuentes que lo nutrieron, porque como dice la filosofía Zen: “Si devuelves tu carne y tus huesos a tus padres, ¿qué te queda?”.
(*) Comunicadora Social (Uner).