La corroboración del “miedo a jugar”...

Ensayo sobre la ceguera

  • “El problema en el fútbol infantil (jugar a la pelota) no es la falta de maestros, sino el exceso de éstos”, dice el autor de esta nota, un experto en el manejo del fútbol juvenil en clubes con fútbol profesional.
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Rubén Rossi, un hombre de gran trayectoria, bajo cuyo influjo se produjo un gran crecimiento en el trabajo de divisiones inferiores, tanto en Unión -desde finales de los 90- como en Colón, desde 2008 hasta 2013.

Foto: Pablo Aguirre

 

Rubén Rossi (*)

“Yo creo que la principal causa de la ineficacia docente es la pedantería pedagógica. No se trata de un trastorno psicológico de unos cuantos, sino de la enfermedad laboral de una gran mayoría. Después de todo, la palabra “Pedante” es voz italiana que quiere decir “Maestro” (“El valor de educar ” Fernando Savater”).

Hace unos días asistí invitado a un Campeonato de Fútbol Infantil que se disputaba en un predio magnífico y en varias canchitas adaptadas al tamaño de los niños en simultáneo. Escogí al azar uno de los partidos y me apoye con los brazos en una valla a disfrutar, de lo que después supe, era una final entre dos equipos de chicos que no superarían los doce años, unos minutos antes de finalizar el cotejo ocurrió algo que corroboró para mi tristeza lo que ya anticipé cuando redacté hace algunos años lo que llevó por título, “El miedo a jugar”.

En el fragor del partido, entre mil indicaciones de los entrenadores y sus ayudantes, los gritos desaforados de los padres de ambos equipos, el Profe justo ahí a mi lado le dijo a un niño que sentadito en el banco oficiaba de arquero suplente, que en breve ingresaría. Éste casi se puso a llorar y aduciendo “un dolorcito de panza” primero, le terminó confesando al Profe que no quería jugar. Claro, ¿cómo iba a querer entrar?, imagínense que hubiera pasado si entra y le convierten el gol que les hubiera privado del Campeonatito, que al finalizar el encuentro en definitiva obtuvieron, el entrenador, su ayudante, todos los padres y seguramente contagiados por ellos sus compañeritos lo hubieran hecho “único responsable” de la derrota, algo con el que ese arquerito no quería convivir y ahí pensé con mucha angustia, hasta dónde hemos llegado los adultos.

Este suceso me trajo a colación que hace unos meses cuando en otros de mis artículos redacté algo sobre la falta de “formadores” en las Divisiones Inferiores de nuestro país, mi querido y admirado Ángel Cappa, luego de leerlo me envió un mail en el que me decía textualmente: “Rubén, antes no había tantos maestros y aparecían muchos más jugadores”.

Estas sabias y sensatas palabras suyas me han hecho reflexionar sobre el tema y así he llegado a esta inexorable conclusión: el problema en el fútbol infantil (jugar a la pelota) no es la falta de “maestros”, sino el exceso de estos.

Estoy convencido de que si reuniéramos a treinta (30) futbolistas de elite y le preguntáramos: ¿Quién les enseñó a jugar a la pelota?, ninguno y sin excepción nos daría el nombre en particular de alguna persona. Es más, si les interrogáramos sobre cual “metodología” utilizaron en su niñez, nadie podría aseverar que fue tal o cual y sin lugar a dudas todos coincidirían en decir que “aprendieron jugando”, lo que me hace preguntar, ¿Qué sería de los jugadores profesionales sin el juego que los ayudó a formarse?...

Considero que en esas edades el mejor y más idóneo maestro en el aprendizaje del “jugar a la pelota” (fase previa e indispensable para luego aprender a jugar al fútbol) fue, es y será el juego (sin nombre ni apellido), no quién programe, organice y planifique trabajos, el aprendizaje espontáneo y en libertad en esas edades sigue siendo una parte trascendente en la conformación de los grandes futbolistas argentinos, como también son parte intrínseca de ésta, los espacios chicos, las malas superficies y las pelotas deficientes, no nos olvidemos que este juego es ante todo incertidumbre constante y decisión veloz y estas cualidades se comienzan a desarrollar inalterablemente en condiciones desfavorables que paradójicamente favorecen el desarrollo de ese aspirante a futbolista.

Demasiadas “escuelas de fútbol”, excesivos torneos infantiles, indigestas competencias oficiales en la niñez sólo inducen a que dirigentes, padres y formadores se obsesionen por el rendimiento del conjunto en perjuicio del mejoramiento individual, el equipo por sobre el sujeto, lo colectivo antes que lo particular, por el atleta antes que por el jugador, el triunfo del equipo aunque sea ésta la derrota del inicio de la formación.

Así se adiestra a los niños como si fueran profesionales que deben sobrellevar sobre sus espaldas las alegrías o tristezas que el ganar o perder provoca sobre los adultos que de una u otra forma los tienen a su cargo y quienes les trasmiten excesivas responsabilidades que producen miedos, sin tener en cuenta que en esas edades “A los miedos les encanta robar sueños”.

He recibido en estos últimos tiempos tres videos de cómo desarrollar la técnica individual con los niños y entre ella el mejor de sus recursos, “la gambeta”... En uno de esos videos se observa cómo los chicos en un gimnasio cubierto con piso de parqué (Primer Mundo que le dicen) hacen “jueguitos” con una pelota atada con un elástico a su cintura, en otro cómo un niño sale conduciendo una pelota y se le van tirando cubiertas de auto para que las esquive y en el otro (más tecnológico), se le arrojan conos con rueditas. ¡que “barbaridades académicas”!!!!!

La pedantería pedagógica los está dejando ciegos, no pueden o no quieren ver algo que vengo exponiendo hasta el cansancio, “esquivar” no es “engañar” desconociendo que el fundamento de la “gambeta” (como el del fútbol en su más alto nivel) es el “engaño” y sólo se puede engañar a un ser vivo, el “gambeteador” tiene que advertir cómo se moverá el adversario ante su amague, tiene que adueñarse de los pensamientos y las intenciones de su rival para poder eludir el impedimento que éste trata de provocarle, el axioma para que este fundamento se desarrolle por lo tanto sería, “sin rival no hay gambeteador”.

Vuelvo a preguntarme, ¿no sería más fácil y productivo si se quiere, hacerlos jugar uno contra uno, dos contra dos, tres contra tres y así progresivamente?. ¿Tan difícil es comprender que en el uno contra uno (más que en ningún otro ejercicio metodológico) el perfeccionamiento y progreso de la “gambeta” alcanza su máxima expresión ya que ese otro recurso como el “pase” (que tan importante será en la otra etapa, la de aprender a jugar al fútbol) no existe en ese contexto?.

El exceso de “maestros” en estas lides han ocasionado entre otros males, que los “gambeteadores seriales” prácticamente se hallen en vía de extinción en el fútbol argentino, en pos del equipo se deja de lado a quién se revela desde su singularidad, en procura del colectivo se pierde lo distintivo, ese lucimiento individual, ese exhibicionismo personal que era producido por esa “gambeta sobradora” que en la niñez satisfacía la necesidad de ser “primero yo en todo” y que fue parte esencial de nuestra de “tradición futbolística”, en la que lo “atlético” y lo “colectivo” llegaban tarde.

Si el juego es aquella actividad principalmente libre que rechaza toda instrumentalidad y que el niño persigue por sí misma sin que nadie le incumba imponérsela como una obligación, ¿qué mejor método que éste para formarle, a partir, no ya de su sometimiento sino de su placentera cooperación? Que es lo que no nos permite ver con total nitidez que los niños, por ejemplo, históricamente han sido los más aventajados pedagogos de otros niños en asuntos nadas banales, como el aprendizaje de numerosos juegos. ¿Existía algo más inútil que los esfuerzos denodados de ciertos adultos por enseñar a los niños a jugar a las bolitas, el escondite o con los soldaditos como si los compinches de juegos no les alcanzaran para esos desempeños pedagógicos?

Comprendamos, asimismo, que este maravilloso deporte tiene recursos y conceptos, que los recursos se aprenden jugando y los conceptos entrenando, que los primeros se desarrollan “jugando a la pelota” y los otros se adquieren “Jugando al fútbol”, no seamos tan ciegos ante tanta evidencia. Porque como sentenció el genial Oscar Wilde: “La educación es algo admirable, pero de vez en cuando conviene recordar que las cosas que verdaderamente importan saber, no pueden enseñarse”.

(*) Campeón mundial juvenil en Japón en 1979 con la Selección argentina. Ex director del departamento de fútbol juvenil de Colón y Unión.