editorial

Un gobierno que rinde cuentas

Apenas habían transcurrido algunas horas de la tragedia ferroviaria de Once que a principios de 2012 provocó las muertes de 51 personas, cuando el gobierno de entonces convocó a una conferencia de prensa que terminó convirtiéndose en un mero monólogo. Mientras todo un país cuestionaba cómo había sido posible una situación semejante, los periodistas no pudieron realizar una sola pregunta. La lógica era tan simple como perversa: unos hablaban y el resto, simplemente, escuchaba.

Poco tiempo después, el kirchnerismo optó por aplicar otra metodología en su obsesión por transmitir un discurso único: Cristina Fernández, a través del recurso de la cadena nacional, decidió convertirse en la exclusiva transmisora del mensaje oficial. De esta manera, el gobierno no sólo eliminó cualquier posibilidad de intermediarios, preguntas incómodas o interpretaciones disonantes con su propio relato, sino que transformó a la presidente en la personalización de un poder casi absoluto.

Sólo durante el último año de gestión kirchnerista, se produjeron 44 cadenas nacionales -una cada ocho días, en promedio-, a pesar de que la Ley de Medios impulsada por el mismo gobierno planteaba que este recurso podía ser utilizado “en situaciones graves, excepcionales o de trascendencia institucional...”.

Sin embargo, la ex presidente utilizó la cadena nacional para cuestiones tan triviales como reinaugurar Tecnópolis -con un stand up incluido-, inaugurar un edificio municipal en Berazategui o hablar de cuánta gaseosa consumen los argentinos.

Al gobierno de Cambiemos se le pueden reprochar diversos errores que generaron desgastes innecesarios y que, en demasiadas oportunidades, obligaron a la actual gestión a retroceder sobre sus pasos. Sólo por mencionar algunos ejemplos, esta situación se produjo con el nombramiento por decreto de dos miembros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los incrementos en las tarifas del gas, los cambios en el esquema de feriados, el acuerdo entre el Estado nacional y el Grupo Macri por la concesión del Correo y el recálculo de los haberes jubilatorios.

En cada uno de los casos, se puede discutir si las medidas impulsadas eran o no apropiadas. De lo que no hay dudas, es que por diversos motivos el gobierno no midió las consecuencias de sus decisiones y se vio obligado a replantear sus políticas.

Sin embargo, e incluso en este contexto, a Cambiemos y a Mauricio Macri se les debe reconocer un cambio fundamental en el modo de ejercer el poder y de rendir cuentas ante la ciudadanía.

Un caso concreto acaba de producirse durante la reciente conferencia de prensa en la que el presidente de la Nación, en persona, abrió las puertas a todos los medios de comunicación interesados en participar y respondió a todo tipo de preguntas. Incluso, escuchó con serenidad una larga lista de reproches de algunos periodistas sobre los problemas atraviesa el país.

Siempre que impere el respeto, éstas son las reglas de juego en una democracia republicana. No es que Macri se haya convertido en una suerte de prócer por rendir cuentas de sus actos. Lo que ocurre, y aunque duela reconocerlo, es que en la Argentina se olvidan con demasiada facilidad ciertos principios esenciales.

“Sólo hay que temerle a Dios. Y a mí, un poquito”, advirtió en su momento quien gobernó el país hasta diciembre de 2015. Frente a tamaño disparate y a pesar de los inocultables problemas, lo que hoy vive la Argentina representa un verdadero paso adelante.