Espacio para el psicoanálisis

La infidelidad

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Luciano Lutereau (*)

La infidelidad es uno de los temas más problemáticos en una relación de pareja. La relación monogámica implica un pacto de exclusividad. Sin embargo, como dice la frase popular, “hecha la ley, hecha la trampa”.

Es curioso que se nombre “salir de trampa” al encuentro furtivo entre dos amantes. Porque no queda claro si el que sale de trampa será un cazador o la presa. Asimismo, incluso es llamativo que se llame “amantes” a quienes se encuentran por fuera de una relación matrimonial. Porque, salvo excepciones, esos encuentros suelen implicar algún tipo de decepción.

Por cierto, cabría aquí hacer muchísimas distinciones; por ejemplo, no es lo mismo quien sostiene una relación continua con otra persona, que la situación ocasional en que se condesciende meramente al goce sexual. Aunque sea doloroso plantearlo en estos términos, no es poco frecuente que alguien inicie una relación “paralela” durante cierto tiempo hasta que esta “nueva” relación conduce al sepultamiento de la anterior. No creo que se deba conservar el nombre de infidelidad para estos casos. Por eso, me refiero en estas líneas a la infidelidad entendida en el segundo sentido planteado, es decir, a la coyuntura en que alguien mantiene una relación sexual con otra persona, a expensas del compromiso que lo une con su pareja, y en la que no se incluye ningún componente emocional.

“No sé por qué lo hice” es lo que muchas veces suelen decir los pacientes varones que pasan por situaciones semejantes. Y a veces arguyen que podría tratarse del deseo de sentirse hombres, que “todavía pueden” (de acuerdo con el título de un espectáculo de Cacho Castaña, que recuerda que siempre se alardea de lo que se carece). No obstante, en las mujeres se encuentra a veces el mismo argumento, sumado a una descripción de la pérdida de erotismo en su relación, y la falta de remedio al sucumbir al “sentirse deseada”.

Ahora bien, ni para un caso ni para el otro, pareciera que la perspectiva de género ofrece demasiadas respuestas, ya que la infidelidad en estos casos suele presentarse como algo inmotivado. Y esa falta de motivos suele llevar a que el traidor (porque la infidelidad en este punto es un asunto de traición) deje alguna pista para ser descubierto. Esa pista puede ser tan sutil, como para motivar que el otro decida revisar su celular. En última instancia, lo importante es que aquí encontramos un factor crucial: la asociación entre infidelidad y sentimiento de culpa.

Desde la perspectiva freudiana, la infidelidad podría explicarse de una manera general. En una de sus “Contribuciones a la psicología del amor” (1910) Freud hablaba de la división del deseo en el varón, orientado por un lado hacia el amor materno y, por otro lado, hacia el erotismo de la mujer degradada. Por esta vía, al perder incentivo su relación de pareja, el deseo por otra mujer aparece como una suerte de compensación. No obstante, esta consideración es demasiado amplia.

Quien sí entrevió un aspecto más profundo de este fenómeno fue Melanie Klein, cuando en su trabajo “Amor, culpa y reparación” (1937) advirtió que la infidelidad es corriente como una manera de reducir la dependencia que se siente ante la persona que se ama. De esta manera, es una suerte de venganza hacia el otro, para desasirse de algún modo del, como dice la canción de Los Redonditos, “maldito amor que tanto miedo da”. De acuerdo con esta explicación, se entiende por qué ese lazo íntimo entre infidelidad y culpa, ya que ésta viene a ser una forma de reducir el deseo agresivo hacia el otro, una manera de poner a prueba su amor (a través del perdón).

La explicación de Klein es más comprensiva que la de Freud. Incluso conduce a un resultado clínicamente atractivo: nadie es infiel por deseo, sino por cobardía moral, por torpeza e inseguridad. Sin embargo, resta un aspecto que debe ser esclarecido. Me refiero al componente de traición que la infidelidad conlleva. La venganza puede reconducirse a una relación dual como la que propone Klein, pero la traición supone el desafío de una ley que implica una “terceridad”. Para entender este matiz es preciso recurrir al psicoanálisis de Lacan.

En la traición, no sólo se expresa un deseo agresivo hacia otro, sino que se cancela el pacto que, como instancia tercera, unía a dos personas. Por eso, la infidelidad duele tanto, ya que se pone en cuestión la posibilidad misma de la relación. Una infidelidad nunca es algo que acontece como síntoma de una relación, sino que más allá de cualquier motivo, es el síntoma del fin de una relación. Es una trampa.

Lacan decía que lo que no está prohibido se vuelve obligatorio. Quizá por eso, la infidelidad sea un modo tan frecuente de terminar con una relación, cuando no hay otro modo más maduro de hacerlo. Sólo por derivación se habla de la infidelidad como algo que implica un deseo “prohibido” (la vida no es una canción del cuartetero Rodrigo). Por el contrario, en la infidelidad se hace de la prohibición una estrategia para sostener un deseo artificial y, en última instancia, decepcionante.

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.

Es llamativo que se llame “amantes” a quienes se encuentran por fuera de una relación matrimonial. Porque, salvo excepciones, esos encuentros suelen implicar algún tipo de decepción.Una infidelidad nunca es algo que acontece como síntoma de una relación, sino que más allá de cualquier motivo, es el síntoma del fin de una relación. Es una trampa.