Los diferenciados excluidos

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“Tentaciones de Cristo” y la “Purificación del leproso”, de Botticelli. Foto: ARCHIVO

Por Antonio Camacho Gómez

San Marcos relata que Jesús transgredió la ley que prohibía acercarse a un leproso, los cuales ni entre ellos podían relacionarse, y vivían a las afueras de las ciudades como desechos humanos. Sin embargo, uno de ellos se acercó a Cristo, lo tocó y le rogó que lo curara reconociendo su poder salvífico y obtuvo lo que pedía curándose de su, entonces, terrible enfermedad. Es decir, que para el hijo de Dios el hombre está por encima de normas y legislaciones cuando no contemplan la dignidad de la persona y sus legítimos derechos. ¿Es necesario que recuerde el cuerpo legal del nazismo, del fascismo y de otros “ismos”? ¿Siempre tienen razón las mayorías parlamentarias? No, evidentemente, no. El juego de intereses sectoriales priva en múltiples casos. Y no entro a juzgar la democracia helénica del siglo de Pericles, el más brillante, en que la esclavitud era normal porque no corresponde en esta ocasión.

Este introito viene a cuento porque en este mundo -párenlo que muchos quieren bajarse-, los discapacitados tienen no pocas dificultades para integrarse a la sociedad que, un tanto reacia a tenerlos en cuenta, en general, les muestra, salvo instituciones específicas, una indiferencia que, como afirma el Papa Francisco, está globalizada. Esto refiriéndose a los nacidos, a los que sin duda se los ofende cuando se enteran de los no alumbrados por los consejos de médicos a los padres en el sentido de que tenerlos implicaría un mar de calamidades. Craso error. Salvando malformaciones congénitas gravísimas, con estudio especial de cada caso, la mayoría de los hijos engendrados con alguna dificultad o capacidad diferente a los considerados “normales” tienen las condiciones necesarias para desempeñarse como adultos en variadas actividades. Las pruebas sobran, aunque las limitaciones que se les ponen carecen de fundamento y los prejuicios menudean.

Es a todas luces lamentable, por emplear un vocablo suave, que lo expuesto presente rasgos comunes en numerosos países de los considerados “civilizados”, en los que las opiniones de los facultativos a los progenitores o la prohibición, lisa y llana, resultan abominables. Citaré a dos naciones: una, Dinamarca, en la que el feto con anomalías de la índole que me ocupa no ve la luz de este atribulado e injusto planeta. Otra, España, donde la estadística informa que nace uno de cada diez.

En mayor o menor medida, este delicado asunto tiene diversos correlatos en países tanto del llamado primer mundo cuanto del tercero -etiquetas no faltan- y pareciera que se han embotado las sensibilidades y esterilizado las mentes de los que tienen la obligación de sancionar mecanismos legales que atiendan una realidad insoslayable. Y concienciarse para adoptar determinaciones favorables para los diferenciados excluidos. Y será justicia. Hágome eco de un programa de bioética en el que se dijo, tomado de redes sociales, que la madre del hoy famoso futbolista Cristiano Ronaldo lo quiso abortar y que el médico se opuso, tanto por la edad de la mujer, treinta y tres años, cuanto por no encontrar razón valedera. La mujer acudió a remedios caseros que fracasaron. En definitiva, el niño nació con ayuda del médico aludido, el cual viendo cuán grandes eran los pies dijo: “Este niño va a ser jugador de fútbol”. La profecía se cumplió. Lo mismo se podría argüir en otros casos de genios en diferentes niveles del saber humano.

 

Este introito viene a cuento porque en este mundo -párenlo que muchos quieren bajarse- los discapacitados tienen no pocas dificultades para integrarse a la sociedad, un tanto reacia a tenerlos en cuenta.