Crónicas de la historia

Manuel Carlés y la Liga Patriótica

missing image file

Miembros de la Liga Patriótica recorren las calles de Buenos Aires junto a la policía durante la Semana Trágica. Foto: Wikipedia

 

por Rogelio Alaniz

[email protected]

La Liga Patriótica Argentina fue fundada el 18 de abril de 1919, tres meses después de esa ordalía de sangre, racismo y muerte que fue la denominada Semana Trágica. La referencia a este episodio no es casual. Sus principales dirigentes y entusiastas seguidores juveniles tuvieron lo que muy bien podría denominarse su bautismo de fuego en esa primera semana de enero, cuando una “fraterna” conjunción de niños bien, militares entorchados, patricios ociosos y algunos dirigentes radicales salieron a la calle para ajustar cuentas contra inmigrantes, anarquistas, judíos y socialistas.

El antecedente inmediato de la Liga fue esa reunión organizada al calor de esos tropicales acontecimientos en el salón del Centro Naval de calle Florida al 800. En la ocasión, el almirante Manuel Domecq García fue designado presidente de la institución, aunque en la posterior reunión de abril, el presidente con el que la Liga se va a identificar históricamente será Manuel Carlés.

¿Quién es este caballero? Había nacido en Rosario en 1875 y llegó a ser considerado una de las mentes más esclarecidas de su tiempo. Constituyente y diputado nacional, en algún momento se identificó con el radicalismo y en nombre de este partido fue designado, por Yrigoyen primero y Alvear después, interventor en Salta y San Juan. Abogado, docente, dio clases de Letras y Filosofía, fue profesor tanto en el Colegio Militar como en la Escuela Nacional de Guerra, y escribió libros olvidables pero que en su momento fueron leídos con suma atención. No, no era un desconocido.

La declaración de principios de la Liga no deja dudas acerca de su filiación derechista. “Contra los indiferentes, los anormales, los envidiosos y los haraganes, contra los inmorales, los agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas. Contra toda esa runfla sin Dios, ni patria, ni ley, la Liga Patriótica Argentina levanta su lábaro de patria y orden”. ¿Qué tal? Patria, autoridad y orden. Ésa era la cosa. Patria para defenderla del ataque de los inmigrantes, “huéspedes” desagradecidos; autoridad contra quienes desconocen las jerarquías y la ley; orden contra los agentes del caos. Algunos clericales -que no se van a privar de participar en esta magna empresa-, a la autoridad y el orden, le van a agregar la palabra Dios.

Carlés no estaba solo en esta patriada. Distinguidos caballeros de la muy distinguida clase alta argentina lo acompañan. Los nombres merecen recordarse: Joaquín Anchorena, Saturnino Unzué, Celdonio Pereda, Miguel Martínez de Hoz, Pastor Obligado, Ezequiel Paz, Federico Leloir, Jorge Mitre, Manuel de Iriondo, Estanislao Zevallos, Dardo Rocha, Julio Roca (h). Algunos radicales también se dieron el gusto: Leopoldo Melo, Ezequiel Gallo, el general Luis Dellepiane, el propio Carlés.

La Iglesia Católica estuvo representada por monseñor Miguel de Andrea. Y no fue el único cura. Según algunos cronistas, Lisandro de la Torre en algún momento también dijo presente, aunque luego, tal como relatan las crónicas, “los mandó a la mierda”.

Desconocer que la Liga fue un grupo de choque sería un error, pero reducirla a un grupo de matones también sería un error, entre otras cosas porque significaría desconocer la labor institucional, cultural e ideológica que libró contra los que calificaba enemigos de la patria.

Su nacionalismo se confundía con retazos del liberalismo, una ideología a la cual la mayoría de ellos en su momento había adherido con entusiasmo; un liberalismo cada vez más teñido de autoritarismo, prejuicios y miedos, pero liberalismo al fin. Consultado Carlés si estaba de acuerdo con la Constitución de 1853, respondió que claro que lo estaba, aunque luego advertía que esa Constitución había sido redactada para una sociedad muy diferente a la actual.

Carlés estimaba que las revoluciones sociales, el aluvión inmigratorio, la crisis de valores y la propaganda ácrata y socialista desarmaban ideológicamente a la patria y la dejaban a merced de los disolventes de toda laya. Su propuesta entonces era la de movilizar a los verdaderos representantes de la nacionalidad para defender a la patria. La movilización incluía programas educativos, redacción de libros patrios, creación de hábitos cotidianos alrededor del respeto a la patria y sus símbolos. La Liga creía en la pedagogía del garrote, pero también en la de generar un consenso o construir lo que hoy denominaríamos un “sentido común” a favor de “la buena causa”.

Esta suma de inspiraciones patrióticas no debe hacernos creer que se trataba de una pacífica entidad de bien público dedicada a predicar la buena nueva de la patria. No olvidar que la Liga se forjó en las jornadas de la Semana Trágica, una “fiesta” que incluyó la muerte de por lo menos setecientas personas y más de cuatro mil heridos. Con el “orgullo” de que quince años antes que Hitler llegara el poder nuestros caballeros se dieron el gustazo de matar judíos y quemar libros en la vía publica.

Uno de los testimonios literarios más logrados de lo que fueron aquellas jornadas siniestras, lo escribió el judío polaco y socialista, Pinie Wald, que fue detenido y torturado por la policía y pudo recuperar la libertad gracias a la defensa jurídica del entonces joven y brillante socialista Federico Pinedo. “Pesadilla” se llama el libro publicado en idish en 1929, editado en los años ochenta y que sería deseable una nueva edición, porque es un libro en el que podemos imaginar un Kafka del Río de la Plata divagando perdido por los laberintos de un Buenos Aires que hiede a muerte y locura.

La Liga tenía objetivos pedagógicos, pero su meta final no era precisamente pedagógica. En 1923 -y auspiciado por la Liga-, Leopoldo Lugones dicta en el teatro Coliseo sus cuatro célebres conferencias. Dice entonces el poeta e intelectual más reconocido en aquellos años: “Italia acaba de enseñarnos bajo la heroica reacción fascista encabezada por el admirable Mussolini, cuál debe ser el camino a seguir”. Un año después en Lima, Lugones pronosticaría que ha llegado la hora de la espada, un claro anticipo de lo ocurriría en la Argentina en 1930, aunque para ser sinceros habría que decir que con Uriburu y su jefe de policía no llega exactamente la hora de la espada, sino la de la picana. Pero bueno... nos nos enojemos con Lugones por esa nimiedad... tal vez en 1930 la picana era para estos caballeros más honorable que la espada.

La Liga Patriótica se propone organizar brigadas en todos los barrios porteños y en todas las ciudades. Según palabras de Carlés, para 1922 en Buenos Aires la Liga cuenta con la adhesión militante de cerca de diez mil hombres. Sus brigadas se instalan en barrios y parroquias y predican sus verdades. Algunas diferencias entre los propiciadores de la línea dura y blanda pueden llegar a registrarse. Monseñor de Andrea, por ejemplo, será el que más insistirá en que para alcanzar los objetivos de orden, la represión no alcanza; es necesario, además, resolver temas sociales e incluso promover iniciativas tendientes a lograr que los más necesitados puedan acceder a la casa propia. “Remington o casas”, es la alternativa que propone De Andrea para conquistar la paz. Y para monseñor no caben dudas que la opción es “casas”.

En 1922, Carlés se hace presente en Río Gallegos. Después de los levantamientos obreros en la Patagonia y la conocida represión, los propietarios del sur han recurrido a los auxilios didácticos de la Liga que acaba de rendirle un homenaje en Buenos Aires el teniente coronel Varela por su labor de carnicero.

Carlés es agasajado en el comedor del hotel más elegante de Río Gallegos. Se habla de defender a la patria contra las acechanzas de chilenos, rusos y alemanes, pero curiosamente los apellidos de quienes agasajan a Carlés están muy lejos de la proclamada filiación hispano católica. Una lista de los comensales de esa bucólica noche resulta más que elocuente: Franz Klappenbach, Ernesto Von Heinz, Pablo Lenzner, Augusto Kark, Eduardo Rudd, Alejandro Jamieson, José Slipicic, John Hamilton, Leslie Cameron y Santiago Halliday.

“El que no es amigo de mi patria es mi enemigo y lo combatiré sin piedad”, ladra Carlés, pero en la Patagonia la amistad es más de clase que de etnia, nacionalidad o raza. Es que como decía don Manuel, en la Liga los únicos que no tienen lugar son los cobardes y los tristes. Qué lindo.

 

Carlés estimaba que las revoluciones sociales, el aluvión inmigratorio, la crisis de valores y la propaganda ácrata y socialista desarmaban ideológicamente a la patria y la dejaban a merced de los disolventes de toda laya.