Un olvido en Julio Cortázar y una reminiscencia en Marco Denevi
Un olvido en Julio Cortázar y una reminiscencia en Marco Denevi


Marco Denevi, autor de “Rosaura a la diez” (1955). Julio Cortázar, cuya primera novela, “Los premios” analiza y comenta el autor de este texto. Fotos: ARCHIVO
Por Fernando Sorrentino (*)
Hacia 1948 cesé de ser analfabeto y, casi simultáneamente, me convertí en aficionado a la literatura, en la que elegí militar dentro del subgrupo de los lectores meramente hedónicos: en tal carácter, me he dejado llevar siempre por el placer de la lectura y jamás se me habría ocurrido intentar esos gravosos trabajos “críticos” emprendidos por algunas personas que, como odian la literatura, se manifiestan en un lenguaje tan laberínticamente incomprensible como vanidoso e inútil.
Posiblemente debido a esta falta de obligación de exponer lo que no existe, creo haber encontrado, en más de una ocasión, y sin buscarlas, algunas curiosidades que creo simpáticas.
He aquí dos de ellas:
1. Doña Pepa no es doña Rosita
En la “Nota” con que se cierra la novela “Los premios”, Cortázar se refiere a su manera de escribir, nada rígida en cuanto a la trama, que permite dejar espacio para que ingresen en ellas las ocurrencias que, sin llamarlas, suelen acudir a la pluma del narrador.
“El primer desconcertado he sido yo, porque empecé a escribir partiendo de la actitud central que me ha dictado otras cosas muy diferentes; después, para mi maravilla y gran diversión, la novela se cortó sola y tuve que seguirla, primer lector de episodios que jamás había pensado que ocurrirían a borde de un barco de la Magenta Star. [...] Cosas parecidas ya le sucedieron a Cervantes y les suceden a todos los que escriben sin demasiado plan, dejando la puerta bien abierta para que entre el aire de la calle [...]”.
Me acuerdo perfectamente de que “Los premios” fue la primera obra de Cortázar que leí. Recuerdo también cuándo y dónde: fue en diciembre de 1965 y en el vagón de un tren que marchaba desde Buenos Aires hacia Mar del Plata. Y sé que, en cierto pasaje, debí reprimir las carcajadas que acudían a mi boca a fin de que mis compañeros de viaje no me tomaran por loco.
En el “Prólogo”, VIII, se desarrolla una extremadamente risible conversación entre los integrantes del grupo que en la novela es el socialmente más bajo, para decirlo de manera académica (o del grupo más mersa, para decirlo según la lengua familiar argentina). Participan del ridículo coloquio: a) el Pelusa Atilio Presutti; b) su novia, la Nelly; c) doña Rosita, madre del Pelusa; d) doña Pepa, madre de la Nelly; e) el Rusito, amigo del Pelusa. Naturalmente, los artículos el y la poseen carga paródica.
Vale la pena leer íntegra la graciosísima charla. Aquí sólo transcribiré el fragmento en que a Cortázar, cazador de los mejores, se le escapa la liebre:
“—Fue grande -dijo el Pelusa-. El viejo se cayó de la azotea al patio y casi se mata. ¡Uy, Dios, qué lío!
“—Un accidente, sabe -dijo la señora de Presutti-. Contale, Atilio. A mí, me hace impresión nada más que de acordarme.
“—Pobre doña Pepa -dijo la Nelly-.
“—Pobre -dijo la madre de la Nelly-”.
Como vemos, Cortázar olvidó que la madre de Atilio era doña Rosita y no doña Pepa. La edición en que advertí este lapsus era ya la tercera (junio de 1965): es muy probable que, hasta el día de hoy, los sucesivos editores que ha tenido el libro no se hayan dado cuenta de ese pequeño tropiezo.
2. Fantasmas de madres e hijas cuarenta y siete años más tarde
Entre otras muchas, siento especial simpatía y debilidad por dos obras literarias argentinas. Ninguna relación parece existir entre ellas. Pertenecen a diversos géneros, a épocas distintas, a intenciones dispares, a conceptos lejanos entre sí.
La primera es un drama en cuatro actos, de estructura absolutamente tradicional y de puesta en escena “realista”. Su autor es Gregorio de Laferrère (1867-1913), se titula “Las de Barranco” y se estrenó en 1908. Participa del costumbrismo, de cierto moderado grotesco, del humor y de la sutil pintura psicológica del egoísmo que exorna a su protagonista.
La segunda es una novela, muy posterior. En ella, el autor-narrador prefiere callar y ceder la palabra a sus personajes. Los discursos de éstos (dos declaraciones policiales en estilo directo, un diálogo, otra declaración policial en estilo indirecto libre y una carta) forman una trama fragmentada, cuyos pedazos se unirán, con el rigor propio de un teorema, en la última línea del libro. Por la prosa magnífica del relato corren la psicología, las voces inconfundibles de los personajes (oírlos es saber cómo y quiénes son), los toques de humor y un enigma policial que funciona con precisión perfecta. Su autor es Marco Denevi (**) -1920/1998- la novela es “Rosaura a las diez” (1955) y yo -de más está decirlo- soy uno de sus más fervientes admiradores.
Aunque no parece haber nada en común entre el drama de principios del siglo y la novela de la década de 1950, los dos libros participan de ciertos detalles significativos:
* Las tramas de ambas obras tienen lugar en ámbitos muy similares. En “Las de Barranco” se trata de una casa de familia en la que algunas de sus habitaciones son alquiladas a huéspedes; todo el conflicto tiene lugar dentro de esa casa. A su vez, la mayor parte de “Rosaura a las diez” se desarrolla dentro de una hospedería.
* Las propietarias de una y otra casa son dos mujeres maduras (doña María en “Las de Barranco” y la señora Milagros en “Rosaura a las diez”); deben mantener a su familia y comparten los siguientes rasgos: son viudas, enérgicas, equivocadas, autoritarias, indiscretas y carentes de tacto.
* Doña María tiene tres hijas, jóvenes y solteras, que viven con ella: Carmen, Pepa y Manuela. También tiene tres hijas, que son jóvenes y solteras, la señora Milagros: se llaman Matilde, Clotilde y Enilde.
* Según avanzan los acontecimientos, ambas obras desembocan en un romance entre una de las hijas y uno de los huéspedes: Carmen se irá con Eduardo Linares; Matilde se casará -el lector, en prospectiva, no duda de que, una vez cerrado el libro, ocurrirá tal cosa- con Camilo Canegato. Sin embargo, en este caso se produce una divergencia: doña María no aprueba el amor de Carmen y se opone terca, egoísta e infructuosamente; en cambio, y aunque el autor no nos proporciona la información explícita, inferimos que a la señora Milagros le encantará que Camilo y Matilde unan sus vidas en matrimonio.
Es muy posible que, en algún recodo espiritual del entonces joven Marco Denevi, estuviera la lúgubre casa tiranizada por doña María. Y que el recuerdo inconsciente aflorase, para bien de nosotros los lectores, en el momento en que a “la hospedería llamada La Madrileña, de la calle La Rioja, en el antiguo barrio del Once” se presentó aquel enigmático hombrecillo “que confesó ser pintor y estar solo en el mundo”.
(*) Escritor. Profesor de Lengua y Literatura. Sus últimos libros de cuentos son “El centro de la telaraña” (2008), “Paraguas, supersticiones y cocodrilos” (2013), “Problema resuelto / Problem gelöst” (edición bilingüe español/alemán, 2014), “Los reyes de la fiesta y otros cuentos con cierto humor” (2015). Más información en: www.fernandosorrentino.com
(**) Véase el libro “Marco Denevi y la sacra ceremonia de la escritura. Una biografía literaria”, de Juan José Delaney (Buenos Aires, Corregidor, 2006, 244 págs.). En dicho trabajo, Delaney nos brinda, entre otras revelaciones sorprendentes, la rectificación de la verdadera fecha de nacimiento de Marco Denevi: no nació —como siempre se consignó y como yo siempre creí— el 12 de mayo de 1922 sino el 13 de mayo de 1920.