ENTREVISTA A LA POETA KATO MOLINARI (*)

“Siento que los poemas hablan por mí”

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Kato Molinari nació en Alta Gracia, sierras de Córdoba. Egresó de la Universidad Nacional de Córdoba con el título de licenciada en Letras. Ha publicado nueve libros. Los últimos, que datan de 2011, son “Ilesa” y “Antología 1972-2004”, Ediciones Biblioteca Nacional. Foto: ARCHIVO.

Por Augusto Munaro (**)

Siempre resulta un acontecimiento la publicación de un nuevo poemario de Kato Molinari. “Pero amor corre por otro camino” (Del Dock), su undécimo libro, continúa desarrollando una propuesta imparcial sobre nuestras miserias, nuestras debilidades: lo cotidiano atravesado por la luminosidad de una sinceridad dignificante. En las antípodas de la rigidez estulta de la rima y el infantilismo de las metáforas, su poesía suele tener la virtud del aforismo: convencer por la contundencia donde el dolor es siempre pregunta. Poemas que atraen por el rigor, la concisión epigramática de una sintaxis estricta que lucha entre las sensaciones y el lenguaje.

Así, con “Pero amor corre por otro camino” (Pacpoc en la abreviatura), Molinari fija, una vez más, el presentimiento de una filosofía. Es decir, ofrece una mirada de encarar la realidad, la posibilidad de ver lo que todo el mundo puede ver y no ve (o no quiere ver).

—Primero de todo, Kato, ¿qué es lo que te incomoda de las entrevistas?, ¿tal vez tener que dar ciertas explicaciones?

—De algún modo siento que los poemas hablan por mí. Y también de algún modo admito que no soy partidaria de las teorizaciones y de la apoyatura real o inventada en la profusión de nombres “sagrados” en la literatura y el arte.

—¿Cómo fue que este poemario se ganó el sobrenombre de “El anómalo”?

— “El anómalo fue el primer mote que le puse al libro actual. Me asustó mucho y no sabía qué hacer con él. Pero al conocer opiniones válidas pronto me olvidé, y sin buscar, apareció Pacpoc.

—Pacpoc es un libro que sintetiza perfectamente tu poética. A través de él vibra la capacidad de intentar llegar al fondo de sí mismo, pero “sin autocompasión ni falsa solidaridad”, como aspira el poeta chileno Raúl Zurita.

—Siento que no hacía falta incluir más textos, estoy conforme con él. —¿Sos muy autocrítica con lo que escribís?

—Soy y ejerzo la autocrítica. De lo contrario, habría publicado por lo menos veinte libros. Muchos textos fueron descartados por mí. Y vos sabés que muchas veces es recontradifícil eliminarlos.

—Si es que el proceso de la creación artística puede explicarse, siquiera aproximadamente, ¿hay algo en particular que te motive a escribir, una situación especial a partir de la cual escribís un poema?

—Cuando escribo es porque surge el deseo de hacerlo. A veces, tengo ganas y el poema se me aparece en la cabeza, y si no escribo de inmediato lo pierdo.

—¿Qué papel desempeña la ironía en un libro como Pacpoc? Te lo pregunto porque al menos en tus poemas “Me casé con un gorila”, “Destinatarios” y “Realista”, es una presencia innegable.

—Disiento de vos en lo que hace a esos poemas. En ellos, no siento ironía sino fantasía, mucha...

—Desde España, Hugo Savino, suele decirme que releyéndote a vos, alcanza su dosis de argentino. Y tiene razón, encontramos esa tonalidad indiscutiblemente argentina en toda tu obra. Un acento que pone el oído al habla bonaerense. Me refiero específicamente a capturar esa temperatura que se da en la calle, y que incluís en forma de diálogo en algunos de los poemas aquí reunidos. Pienso particularmente en “Resignada”. Girri solía ir a la plaza San Martín para estar en contacto con la “real realidad”, como decía; ¿vos buscás esos espacios para esperar al poema?

—Puedo decirte que no tengo horas ni lugares fijos. Suelo escribir en los bares. Mis lecturas de niña occidental y cristiana fueron los libros puestos en el Índex por algún papa y sobre todo el Índex de mi mamá. Estaban en un cuartucho del subsuelo del chalé y en una repisa altísima. A la hora de la siesta, yo también fui alta, me nutrí de “Los pulpos”, “Punto final” de Barón Biza, “Gotas de absintio” de un poeta provincial. Curiosamente , maravillosamente entre esas obras oscuras y desalentadas había un libro pequeño en formato pero lleno de poemas. Era “Las cien mejores poesías castellanas”. Era de veras miscelánea. Pero durante dos o tres años posteriores esta mocosa cursienta lo leía de nuevo y se prometía no escribir así.

—Sobre la historia de tu poema “Boulevard Montmartre”: “Camina como una/ atleta,/ desencajada,/ forastera aunque/ sin fecha de vencimiento.// Algún aburrido la/ mira.” ¿Recordás las circunstancias que te llevaron a escribirlo?

—El poema del mes que pasé en París, se debió a mi incomodidad por andar por las calles empapada y con el agua de la lluvia que me caía con crueldad y mucho frío.

—A menudo he oído decir que tu poesía incomoda un poco por el sarcasmo que ella trae. Una poética que no se asusta ni del compromiso ni del testimonio. ¿La verdad es antiestética?

—Si algunos protestan porque ven humor excedido, desplantes..., allá ellos. Cuando una poeta está muy decepcionada y muy enojada anómalo sería escribir con florituras, por decir algo.

—Me gustaría que te refieras a tu modo de dar con la palabra precisa. Tu lenguaje, sin ir más lejos, es limitado, quiero decir deliberadamente limitado. Tu desafío, creo, es demostrar cómo las aparentes, más comunes, más lineales y cotidianas palabras de nuestra habla rioplatense, ofrecen la posibilidad de renovar constantemente su significación.

—Eso de la palabra precisa que sólo reconozco después de leer el texto surge sin que yo me haya propuesto. Es como si alguien me tocara en el hombro y me dijera: “Escribí”. Por favor, no me tildes de cursi.

—En absoluto, Kato. Por cierto, ¿sentís que ha variado la idea de tu poesía desde tus comienzos, allá con “Por boca de quién” (1972), tu opera prima?

—Sí, ha variado desde “Por boca de quién”. Pero no está claro por qué ni para qué. ¿Los seres orgánicos cómo crecen?

—Libro que, dicho sea de paso, incluyó “palabrotas” en una época que nadie lo hacía...

—Te diré que las mujeres cordobesas las usamos todo el día (sonríe)...

—Siempre tuve la sensación de que has mantenido distancia de los sucesivos “ismos” que recorrieron el panorama poético de los últimos cincuenta años. ¿Fue una decisión consciente, la de desconfiar de ellos?

—Tuve amistad con varios poetas. Gustavo Raúl Aguirre, Enrique Molina for instance.

—¿Bioy?

—Con Bioy Casares sólo tomé un té. Noté de inmediato su condición de mujeriego serial y pensé mucho en Silvina Ocampo.

—¿Poetas a los que volvés, Kato?

—¿Que he leído y sigo leyendo?: Santiago Sylvester; Enrique Molina; Jacobo Fijman; Amelia Biagioni; Teresa Leonardi, de Salta; Patricia Severín, de Santa Fe...

—¿Influencias?

—Casi no reconozco influencias. En todo caso, de narradores, William Faulkner, Julio Cortázar sí.

—Por último, ¿el 2017 te encuentra escribiendo nuevos poemas?

—Estoy escribiendo, aunque no me satisfacen.

(*) La bibliografía completa de la autora: “Por boca de quién” (1972), “Miradas y peregrinaciones” (1982), “Noche de las cosas, mitad del mundo” (1986), “Las simias” (1989), “Umbral”, (1993), “Un jerónimo de duda” (1996), “Una hormiga/un halcón” (2004), “Ilesa” (2011) y “Antología” (1972-2004) (2011).

(**) Augusto Munaro publicó, entre otros, los libros “Ensoñaciones: Compendio de Enrique de Sousa” (RyC editora), “El cráneo de Miss Siddal” (Pánico el Pánico), “Recuerdos del soñador evasivo” (Alción editora), “Cul-de-sac” (Ediciones La Carta de Oliver), “Todo sea por la excepción” (Letra Viva), “Gesta Cornú” (Editorial Lisboa), “Vida de Santiago Dabove” (Ivan Rosado), “Islandia” (Voria Stefanovsky Editores), “A la hora de la siesta” (Borde Perdido Editora), “Arletty” (Julieta Cartonera, Francia) y “El baile del enlutado” (Gigante).