Tribuna de opinión

De la lucha de clases a la asociación colaborativa

Por Néstor Vittori

La lucha de clases, como expresión de la pugna entre obreros y patrones, o entre asalariados y empresarios, que fue protagonista ideológica fundamental en los procesos extremos de la disputa entre comunismo y capitalismo, o en el proceso de humanización de las relaciones laborales, moderando los extremos salvajes del capitalismo; ha comenzado a perder sentido frente al avance de la tecnología y la sustitución del trabajo humano por la automatización, la robótica y la inteligencia artificial.

Argentina, con su modelo de sustitución de importaciones y proteccionismo frente a la competencia externa ha desarrollado una fuerte inhabilidad para afrontar el progreso tecnológico con que nos desafía el futuro mundial, produciendo una creciente y suicida incompetencia en nuestra estructura de producción, que tiende a defenderse mediante un encierro, que a su vez nos transforma en cada vez más incompetentes.

Esa incompetencia se traduce en precios internos mucho más altos que los de otros países que producen lo mismo que nosotros, lo que requiere salarios cada vez más elevados para poder comprarlos o, de lo contrario, la sustitución con subsidios por parte del Estado para cubrir la brecha competitiva que se genera, encadenando el costo del Estado a un sistema de ingresos que no se alcanzan a cubrir, motivando una emisión que hace ingresar una masa monetaria mayor en circulación, sin la correspondiente producción de bienes. Ésto encarece los precios, provocando inflación que a la vuelta del circuito deteriora el poder de compra de los salarios e intensifica la pugna distributiva que realimenta este círculo perverso.

Ese encierro, del cual tenemos larga memoria, hoy es cada día más difícil de sostener, porque la presión de la información, que muestra las perspectivas de un mundo distinto, actúa como un fuerte motivador de los requerimientos ciudadanos a gobiernos que en otros tiempos esquivaban con la ignorancia las exigencias de evolución de sus sociedades, por desconocimiento de las oportunidades de una múltiple y moderna oferta mundial.

Hoy, eso ya no es posible, y para muestra basta un botón. La creciente migración de compras hacia los países limítrofes en busca de mejores precios, y el flujo de compras que se concreta en esos países, indican el retraso competitivo de la producción, la logística y el comercio argentino.

Así es como se manifiesta la inhabilidad competitiva y la no sostenibilidad económica de muchas de nuestras empresas, que al perder protección y subsidios, comienzan a mostrar sus falencias tanto por retrasos tecnológicos -producto de la falta de inversión-, como por un sistema de regulaciones y costos tanto laborales como fiscales que nuestros competidores no tienen y que nos sacan del sistema de competencia.

Nuevas relaciones laborales

Hay una concepción de la relación de trabajo que ha sido superada por la realidad práctica: la lucha y oposición de intereses entre empleados y patrones, que sin aportar nada al trabajador, termina siendo un ancla para la eficacia y competitividad de la producción.

En la medida en que el trabajo manual va siendo reemplazado por máquinas, las tareas humanas dentro de las empresas son cada vez más especializadas y los actores de esas tareas, son cada vez más importantes en los procesos productivos, requieren de aprendizajes y desarrollos más largos y costos, resultando cada vez menos reemplazables. Por estos motivos -entre otros- resultan muy valiosos para sus empleadores.

La eventual pugna de intereses trasciende el voluntarismo patronal, porque la relación de utilidad resulta tan estratégica, que en gran cantidad de casos la satisfacción de los requerimientos se salda con participaciones en los resultados.

Del capitalismo salvaje -denunciado justamente por Marx en los comienzos de la revolución industrial- a la realidad de hoy, hay una distancia gigantesca. De esa relación egoísta del patrón con el empleado, contrapuesta y contradicha por la propuesta altruista colectivista de los movimientos sindicales, que sin duda significaron un choque beneficioso para la humanización de la relación de trabajo, hoy solamente quedan restos, que en sus expresiones más intransigentes terminan perjudicando a los trabajadores, porque en muchos casos hacen inviables a las empresas que los emplean.

Jorge Lanatta dijo en una nota muy crítica, que era necesario que de una vez por todas, los distintos sectores que pugnan por el ingreso en la sociedad argentina, se sienten a discutir qué pierde cada uno, para generar un acuerdo que nos haga nuevamente viables, superando luchas que en vez de aumentar la torta de la riqueza, la achican, incrementando la pobreza y el desempleo.

Términos más, términos menos, creo que éste es el meollo de la cuestión, y la política general así como las pretensiones sectoriales, deberían orientarse en dirección a este norte, que sin duda sería sellador de la brecha, o por lo menos trazaría una línea demarcatoria entre los que procuran mejorar el país a futuro y aquellos que solamente pretenden poner palos en la rueda, en función de sus propias expectativas egoístas.

Economía colaborativa

John Nash, en su sistematización económica de la “Teoría de los juegos”, que le valió el premio Nobel de Economía, nos dio la punta de una nueva visión económica, que es la de la “economía colaborativa”, donde en muchos casos la competencia puede ser sustituida por una base de colaboración que elimine tanto los efectos negativos del péndulo entre oferta y demanda, como los espacios donde la pérdida neutraliza la eficacia, para constituir un espacio de “ganar ganar” en el cual el costo de perder no integre la estructura de costos relativos, sino que produzca más renta sectorial, mayor distribución, por mayor utilidad. Demostró que aunque parezca mágico, esto es posible.

Es indispensable pensar en las inhabilidades acumuladas de cada sector, y sus eventuales sustituciones, admitiendo los cambios sin atrincherarse en posiciones de rechazo absoluto, que invariablemente van a ser superadas si la propuesta es mejor.

El avance en el mundo de las comunicaciones, que en este plano ya ha producido una revolución, provocando nuevos enfoques en los medios y sustituyendo buena parte de sus soportes históricos, también ha incorporado nuevas modalidades, por ejemplo en el transporte con el desarrollo de “Uber”; el correo digital; el comercio digital; la banca digital; la Internet de las cosas; la producción 3 D y otras muchas modernas ofertas tecnológicas.

Empecinarse en la rigidez de las viejas estructuras significa retrasar el progreso, frenar el desarrollo y perjudicar al conjunto de la sociedad.

Del capitalismo salvaje -denunciado justamente por Marx en los comienzos de la revolución industrial- a la realidad de hoy, hay una distancia gigantesca.

Los extremos salvajes del capitalismo han comenzado a perder sentido frente al avance de la tecnología y la sustitución del trabajo humano por la automatización, la robótica y la inteligencia artificial.