ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

Los varones y la (im)potencia

Por Luciano Lutereau (*)

Un prejuicio clásico entre psicoanalistas es la ecuación entre masculino y obsesivo. Un prejuicio actual es, en lugar de repensar la masculinidad, plantear que ahora los hombres son histéricos. O fóbicos, cuando la fobia es la del clínico que no puede pensar sin la psicopatología.

La idea básica de Freud, desde los inicios de su obra, es que el conflicto (el sujeto) no tiene estructura; y por lo tanto se trata de pensar cuáles son los conflictos que, según cada época, pueden tratarse de manera sintomática... o peor. Si no, reducimos el psicoanálisis a una psicología de las personalidades, el sujeto (irreductible siempre) a un mecanismo tipificado.

Por ejemplo, la impotencia es un síntoma típicamente masculino y no privativo de la neurosis obsesiva. Para dar cuenta de este aspecto, cabe detenerse en un dato específico: en efecto, suele ocurrir que aquellos que son impotentes con mujeres no lo son al masturbarse. Es algo que suele sorprender. Y que demuestra que para masturbarse es suficiente la potencia. Para que un varón se acueste con una mujer sí necesita algo más. Dicho de otro modo, no alcanza con la erección para que un hombre se acueste con una mujer. Antes del Viagra ya muchos varones se quejaban de una impotencia que no tiene que ver con la falta de erección, sino con no poder terminar. La impotencia también puede ser psíquica. Esto demuestra que se puede tener la erección y no el falo. Para acostarse con una mujer, un varón apenas necesita una fantasía.

Y habría que agregar que no es “una” fantasía, sino un conjunto. Por ejemplo, para acostarse con una mujer un hombre puede necesitar darle una nalgada (y así identificarse con la mujer golpeada, y que ese goce pasivo y homoerótico condicione su erección). Podría ser que necesite que ella le diga algo vulgar o bien lo muerda, para que su potencia dependa de la herida fantaseada, de la provocación que lo hace sentir un niño terrible que se portó mal. Y así en cada caso; pero de regreso a nuestro tema, la impotencia no es un síntoma neurótico más que secundariamente. Mucho menos de obsesivo, aunque el obsesivo haga de la impotentización su estrategia sintomática habitual.

La impotencia revela el conflicto masculino del varón con la virilidad, en la medida en que para masturbarse alcanza con ser el falo de la madre y tener el falo es otra cosa. Para tenerlo hace falta la fantasía.

La impotencia muestra también otra faceta: la capacidad de estar solo implica un gran trabajo psíquico. Implica simbolizar la ausencia del Otro y que, cuando el Otro no esté, no surja la fantasía de devoración. Esta fantasía es la que viven los niños en sus temores más profundos: cuando se pierden en la calle o cuando tienen miedo de noche. Simbolizar la ausencia del Otro quiere decir no ser su falo. Ser el falo del Otro quiere decir dárselo. Inicialmente el niño da el falo a la madre, y así la constituye como madre fálica. Por eso los niños dicen que las mujeres tienen pene. Porque sus madres tienen el falo que ellos les dieron con su ser. Un niño dice que su madre tiene pene para poder tenerlo él. El pasaje del ser al tener implica este pasaje por la madre fálica: el primer falo del niño es el que tomó de la madre. Al privarla, se encuentra con su deseo y este deseo es voraz. La voracidad es la proyección de la culpa por haberle quitado el falo a la madre. Esta inscripción culposa del deseo es la que se verifica, no sólo en los temores de los niños, sino en la impotencia (o eyaculación precoz) de muchos varones. No es la impotencia como síntoma neurótico, sino la impotentización ante un deseo no simbolizado. Para estos varones, una mujer es equivalente a una habitación oscura.

(*) Doctor en Filosofía (UBA) y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante”, “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina” y “Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres”.

La impotencia muestra también otra faceta: la capacidad de estar solo implica un gran trabajo psíquico. Implica simbolizar la ausencia del Otro y que, cuando el Otro no esté, no surja la fantasía de devoración.

La idea básica de Freud, desde los inicios de su obra, es que el conflicto (el sujeto) no tiene estructura; y por lo tanto se trata de pensar cuáles son los conflictos que, según cada época, pueden tratarse de manera sintomática.