llegan cartas
Defender y promover el bien de la vida
PROF. MARÍA TERESA REARTE
DNI. 6.844.546
El Papa encomendó a Dios a Charlie Gard, el bebé que fue desconectado y falleció en el Reino Unido, no obstante el clamor del Pontífice, que había ofrecido el Centro Pediátrico Bambino Gesú, de Roma, el llamado Hospital del Papa, para recibir al niño y defender su vida. Y que también el presidente Trump había ofrecido los servicios de salud de su país para recibirlo y atenderlo. Pero sus padres tropezaron con barreras legales de la Justicia británica; la que en cambio dispuso su traslado a un centro especializado de cuidados pediátricos, donde se lo desconectó de las máquinas que lo mantenían con vida.
No he visto que la noticia se viera reflejada en algún medio local. Y vi una breve información en un medio nacional. Sí se publicó en medios católicos. Quizás fue una omisión mía no haber advertido una mayor publicación. Tampoco escuché que algún sacerdote en la homilía se acordara de Charlie Gard, para hacer una reflexión sobre su muerte, que no creo que fuera un hecho ajeno al Evangelio que se anuncia y sobre el cual se predica. No escuché que lo encomendara a Dios, que sin duda lo recibió en los brazos de su misericordia. O que invitara a rezar por sus padres, como lo hizo el Papa. Y deseo añadir que tampoco se rezó por quienes se toman la atribución de decidir el momento de la muerte de un ser humano, un bebé, como lo hizo la Justicia británica. Porque digo ¿no experimentamos la inquietud de preguntarnos si puede el Estado tomar esa determinación, incluso contra la voluntad de los padres, que querían que falleciera en su casa, en la intimidad del hogar familiar?
A quienes profesan la fe cristiana, católica, les recuerdo que la defensa y promoción de la vida se hace no sólo condenando el aborto directo, y sobre todo a la mujer que aborta, como se acostumbra y como si fuera la única responsable, mientras se deja en buen resguardo al padre, que también interviene en la procreación de la vida humana. Y por lo tanto es también responsable de la misma. Es una obligación en nombre de la razón y de la fe defender y promover el bien de la vida, desde la concepción hasta su desenlace natural.
El C. Vaticano II ha dicho que “el gozo y la esperanza, el dolor y la angustia de los hombres de este tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también el gozo y la esperanza, el dolor y la angustia de los discípulos de Cristo, y que no existe nada verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1). Pero eso no puede quedar en la letra, sino que debe testimoniarse en la vida.
Sería conveniente tener presente que, por su parte, el presidente de la Pontificia Academia para la Vida llamó a “promover una cultura del acompañamiento” y a “decir tres grandes noes: a la eutanasia, al abandono y al ensañamiento terapéutico”. Y subrayó que “Dios no desenchufa”.
Agradecida, como siempre, por el espacio.




