Historia de las religiones

La revelación de Jesús a su “hermano” Santiago

19-FRAGMENTOGRIEGOJESUS1.jpg

“Primer apocalipsis de Santiago”. El manuscrito griego fechado entre los siglos V y VI, fue descubierto en noviembre pasado.

Foto: Captura de internet

 

Dr. Juan Carlos Alby (*)

Los investigadores Geoffrey Smith y Brent Landau de la Universidad de Texas anunciaron en la reunión anual de la Sociedad Internacional de Literatura Bíblica celebrada en Boston en el mes de noviembre pasado, el descubrimiento en la Universidad de Oxford de un manuscrito en griego fechado entre los siglos V y VI. El mismo corresponde al texto conocido como Primer apocalipsis de Santiago. Hallazgos como éste son celebrados en los círculos de investigación de historia de las religiones y de filología, pero al mismo tiempo suelen ser aprovechados por la prensa sensacionalista para advertir a un público no especializado sobre supuestas novedades que cambiarían de modo decisivo la comprensión histórica del cristianismo. En consecuencia, se hace necesaria una explicación sobre la naturaleza y alcances de este descubrimiento y del género literario de esta clase de escritos que resultaban tan comunes entre los judíos desde antes de la llegada del cristianismo como entre los primeros cristianos. Hay mucha discusión en cuanto al modo de caracterizar este tipo de libros debido a su variedad de formas de lenguaje y pensamiento. En la actualidad se prefiere hablar de un “género literario amplio”, la apocalíptica, que se distingue por ciertos rasgos estilísticos y literarios comunes. El término apocalipsis proviene del verbo griego apocalypto, “revelar”, “descubrir”, “quitar el velo”. Se trata de literatura de revelación dirigida a un grupo selecto, en la que el autor atrae al lector con el desvelamiento de realidades extraordinarias, tanto presentes como futuras.

Apocalíptico y Apocalipsis

Se suele confundir el género apocalíptico con grupos literarios que tratan temas relativos al fin del mundo o que anuncian la suerte de los justos y de los impíos en el más allá, especialmente a partir del Apocalipsis de San Juan, cuyo título es tomado de la primera palabra del libro que comienza diciendo: “Revelación (apocalypsis) de Jesucristo, concedida [al vidente Juan] para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto...” (1, 1). Pero esta confusión proviene del ambiente del judaísmo alejandrino, ya que este tipo de literatura era conocida entre los judíos desde la segunda mitad del siglo III a. C.

El ejemplo paradigmático lo constituye el libro de Daniel escrito hacia el 167-164 a. C., fecha que puede fijarse con exactitud debido a que su capítulo 11 es un reflejo patente de la crisis espiritual y política del pueblo judío bajo el dominio de los seléucidas que culminó en el exitoso levantamiento de los Macabeos. El libro describe la angustia de los judíos piadosos durante la ocupación de Antíoco IV Epífanes, monarca sirio que se empeñó en que Israel perdiera su identidad religiosa, a punto tal que convirtió el Templo de Jerusalén en un gimnasio y levantó en él una estatua a Zeus Olímpico. Esta extrema profanación de lo que era considerado más sagrado en la tierra de Israel fue denominada por los judíos “la abominación de la desolación”. En el libro de Daniel hay que distinguir dos nociones, a saber, una que corresponde al final de una era (‘et qetz) y otra que se refiere a un final próximo, a una liberación inminente de la opresión, el “final de los días” (beaharit hayamîm). La primera se orienta a un final lejano, mientras que la segunda traduce la esperanza de una culminación inmediata.

Durante el tiempo en que se tradujo la Biblia hebrea al griego en Alejandría y que dio lugar a la versión conocida como LXX o Septuaginta, la distinción entre ambos términos hebreos se olvida deliberadamente, ya que la judería alejandrina se encontraba en una situación política cómoda que no suscitaba la sensación de un fin inmediato. Por tal motivo, los traductores subsumen ambos términos hebreos en el vocablo griego éskhaton, “último”, “extremo”, de donde proviene la palabra “escatología” (en latín, novissimos) con referencia a un final lejano e identificable con el fin del mundo. Aquí radica el origen de la confusión entre “apocalipsis” y “escatología”; como consecuencia, las revelaciones de arcanos y misterios que se refieren a un cierto tipo de liberación son reenviadas al final de los tiempos.

Apocalipsis de Santiago

El Primer apocalipsis de Santiago es un texto cristiano perteneciente a la colección de escritos gnósticos encontrados en Egipto, más precisamente en Nag Hammadi, en 1945. La mayoría de los textos que se hallan en los trece libros que comprenden esta biblioteca son gnósticos. La gnosis y el gnosticismo constituyen uno de los fenómenos cristianos que dominaron el pensamiento religioso y filosófico de la cuenca del Mediterráneo durante los siglos I a IV de nuestra era. El escrito que nos ocupa es el tercero del Códice V de esa biblioteca. Se abre y cierra con la expresión “Apocalipsis de Santiago”. Se le agregó al título el número ordinal “Primer” para distinguirlo del que sigue, ya que tiene el mismo nombre. Su redacción es probablemente tardía y puede haberse llevado a cabo en Egipto durante el siglo III en un medio interesado en mostrar la superioridad del espiritualismo gnóstico sobre las creencias oficiales judías y cristianas.

El texto se conserva en el dialecto sahídico del copto sobre un soporte papiráceo de mala calidad y corresponde a la traducción de un original griego que se presumía perdido, hasta el reciente descubrimiento de una copia de ese original datada entre los siglos V y VI. El escrito pertenece al ciclo de obras judeocristianas o jacobitas, tradición que toma su nombre de Jacobo o Santiago el Justo, primer jefe de la Iglesia, primer discípulo gnóstico del Salvador y hermano del Señor según la carne, tal como lo atestiguan tres fuertes tradiciones cristianas: canónica (Gá 1, 19; 2, 9; Mc 6, 3), histórica (Hegesipo, en Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica II 23, 4-18; IV 22, 4; Clemente, según la misma obra de Eusebio en II 1, 3-5) y de los apócrifos (Evangelio de los Hebreos, en Jerónimo, De viris illustribus 2; Historia de José II 3; IV 4).

Un diálogo de salvación

El escrito gnóstico no rechaza la consanguinidad entre Jesús y Santiago, pero la supera desde el punto de vista espiritual.

En cuanto a su contenido, se trata de un “diálogo de salvación” entre Jesús y Santiago que consta de dos grandes momentos: 1. Las enseñanzas impartidas por el Salvador antes de la pasión; 2. El magisterio posterior a la resurrección. La finalidad del diálogo consiste en mostrar el núcleo de la salvación como el desvelamiento de la interioridad oculta en las palabras y en la aventura del descenso y ascenso del Salvador hacia el Padre Desconocido, innominable, indecible, “El que es” (Ex 3, 14). También se hace énfasis en la hostilidad del mundo y en la necesidad de una liberación inmediata.

Hacia fines de la primera década de este siglo, apareció una versión en copto diversa de este escrito con el título Santiago en el Códice Tchacos, el mismo que contiene El Evangelio de Judas. Sus ampliaciones resultan fundamentales para la reconstrucción del esoterismo judeocristiano y contiene elementos que no era posible leer en la versión anteriormente conocida, tales como la función de “segundo maestro” y de mediador de las enseñanzas secretas por parte de Santiago, transmitidas a Addai y conservadas por sus descendientes y las “siete mujeres”, la superación de la fe por la gnosis, el rechazo al sacerdocio de este mundo y ciertas noticias sobre el juicio y ejecución de Santiago. Esta versión en copto permite completar las lagunas del primer manuscrito por estar conservada en folios de papiro mejor preservados y por contener informes más explícitos. A su vez, el escrito de Nag Hammadi permite completar líneas faltantes en esta segunda versión en sus páginas 13, 14 y 29. El primer intento de contar con una versión compaginada de ambos manuscritos corresponde al investigador argentino Francisco García Bazán, quien la ofrece en la última parte de su libro “El gnosticismo: esencia, origen y trayectoria”, Buenos Aires, Guadalquivir, 2009, pp. 219-235.

A modo de conclusión, estamos en condiciones de afirmar que el manuscrito en griego encontrado recientemente en la Universidad de Oxford no agrega nada a lo que ya conocemos respecto de los orígenes cristianos y de Santiago como conductor de los primeros discípulos del nazareno. Pero sí tiene la particularidad de ofrecernos una copia en el idioma original del mencionado apocalipsis, antes de su traducción al copto. Además, la división del texto griego en sílabas por medio de puntos por parte de quien lo redactó, no es algo común en los textos de la época, excepto cuando se usaban para la enseñanza. Esto nos permite deducir que en los siglos V y VI había cristianos que persistían en la lectura de textos considerados heréticos, sobre todo después de la Carta Festal de Atanasio en el 367 que establece como canon definitivo del Nuevo Testamento los veintisiete libros que lo componen en la actualidad. Esto evidencia una encomiable expresión del ejercicio de la libertad cristiana en la búsqueda de la verdad más allá de las imposiciones institucionales ideológicamente orientadas.

(*) Consejo de Investigaciones de la Universidad Católica de Santa Fe

Docente e investigador de la Fhuc y Ihucso UNL-Conicet