Tribuna de actualidad

Carta abierta a favor de pacificar las calles

missing image file

El 95% de la regulación vial, la señalética urbana y la estructuración del espacio público en las ciudades están pensados para el automóvil individual, siendo que el espacio público es de todas y todos, porque es el espacio público el lugar donde se construye ciudadanía. Foto: El Litoral

 

Joaquín Azcurrain (*)

Desde hace algunos días este diario puso en agenda el debate sobre movilidad urbana en general, haciendo foco en qué derechos y obligaciones tenemos las y los ciclistas urbanos.

Con la idea de hacer un aporte al respecto, creo propicio comenzar con un dato que me parece fundamental: la existencia de la Pirámide de Movilidad Urbana. Dicha Pirámide, implementada en países que son vanguardia en políticas de movilidad, establece que el primer escalón es para los peatones, en segundo lugar los ciclistas, luego el transporte público, luego el transporte de carga, para llegar al último escalón: el automóvil individual. Claro que esto es una suerte de declaración de principios de lo que podríamos considerar una sociedad ideal, pues en la práctica cotidiana en esta parte del mundo se da exactamente a la inversa.

En Latinoamérica en general sigue primando el paradigma “autocéntrico”. En dicho escenario, el debate en términos antagónicos que se intenta dar en nuestra ciudad sobre la obstrucción de ciclovías y bicisendas vs. el incumplimiento a normas de tránsito de quienes elegimos la bicicleta como medio de transporte es desproporcionado, y se llevaría adelante de otra manera si conociéramos de memoria la mencionada Pirámide de Movilidad Urbana.

Más allá de eso, que la respuesta -al reclamo contra la obstaculización a ciclovías- sean fotos de ciclistas “infringiendo normas” suena más a justificación que a un intento de síntesis que pueda contener a todos los actores dentro del Sistema del Tránsito: “Vos pedís esto, pero mira lo que haces por acá”. Una suerte de ojo por ojo diente por diente. Y como segunda premisa, comparar linealmente el automóvil a la bicicleta, como si fueran modalidades de transporte en igualdad de condiciones, es parte de un diagnóstico erróneo que nos llevará también a conclusiones erróneas. Bien se podría fotografiar a peatones cruzando a mitad de calle, o pasando un semáforo en rojo en Peatonal San Martín. ¿Y por ello deberíamos equiparar la responsabilidad de un peatón a la de un automovilista? Suena algo absurdo.

Pero para no ser hipócritas, también debemos decirlo: ni peatones ni ciclistas estamos exentos al incumplimiento de las normas. ¿Acaso está bien? Claro que no. Tampoco deja de ser una realidad que el 95% de la regulación vial, la señalética urbana y la estructuración del espacio público en las ciudades están pensados para el automóvil individual. Y por otro lado, también debemos decir: estadísticamente, las infracciones de tránsito llevadas a cabo por peatones o ciclistas que terminan en siniestros viales de gravedad son escasas, o prácticamente nulas.

Quienes andamos en bici sentimos que no elegimos andar por la izquierda porque se nos canta, sino porque marchar sobre la derecha -como marca la ley- es una invitación al encierro entre colectivos, taxis y motos que puede acarrear consecuencias físicas. Sentimos que necesitamos que no se obstaculicen ciclovías y bicisendas porque eso nos obliga a disputar desigualmente el espacio en la calzada con los automóviles. Sentimos injusto que se nos exija un apego estricto a las normas de tránsito cuando una y otra vez se nos invisibiliza como parte del mismo.

Lamentablemente estamos lejos de estar dando pasos firmes hacia nuevos paradigmas de movilidad. Más modernos, democráticos, inclusivos, que integren y no que fragmenten. Por eso es necesario pacificar las calles. Entender que el espacio público es de todas y todos, porque es el espacio público el lugar donde se construye ciudadanía. Que bajando la velocidad de los autos (Zonas 30) salvaremos vidas; que los ciclistas urbanos somos cada vez más y necesitamos una infraestructura acorde; que los peatones necesitan de un estado que los jerarquice y les garantice seguridad.

Para que se haga culto del respeto al espacio compartido. Para tener una Santa Fe con mayor calidad de vida.

(*) Proyecto Ciclo Ciudad Igualdad y Participación