Tribuna de opinión

Tambores Lejanos

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Los Palmeras y la Filarmónica, una experiencia que partió desde el Puente Colgante y llegó al Obelisco. Foto: Manuel Fabatía

Roberto Maurer

Me han conmovido las declaraciones de mi amigo Coni Cherep publicadas en El Litoral del pasado sábado 17, ya que compartiendo tareas a su lado durante años jamás sospeché su sufrimiento espiritual: el conflicto provocado por su indiferencia como nativo de la parte suiza de Barranquitas ante el ruido de las tumbadoras lejanas, lo que ahora, en su confesión pública, reconoce como insensibilidad social.

Hoy ha calmado su alma sumándose a esa mayoría que entiende que Mozart no es para los pobres y, abrazado a su nueva fe, expía la vieja culpa con un candoroso optimismo: a partir de la consagración de nuestra cumbia en el Obelisco, el reconocimiento estatal del género y “del aprovechamiento que se haga de esta experiencia histórica”, dice mi amigo Cherep, no duda de que “nacerá una cumbia mejor, de mejor calidad musical, de mayor vuelo poético”.

Desde su origen en nuestros barrios, la cumbia no ha revelado la lógica evolutiva de otros géneros populares incubados en las orillas que se desarrollaron hasta lograr exigentes niveles de sofisticación, como el tango, una música de cámara cuyas orquestas con músicos formados en conservatorios y cantantes con estudios líricos pudieron atraer multitudes. Sería una prueba de que los sectores populares, los mismos ahora invocados, no carecen de paladar para disfrutar de productos musicales elaborados. Sumaban de a miles los espectadores que acudían a los bailes donde actuaban Pugliese, Troilo y tantos otros

Coni Cherep afirma que de “estos procesos” nacieron “los Rubén Blades, los Juan Luis Guerra, las murgas uruguayas, la Tropicalia (sic)brasilera o el propio Astor Piazzolla”, nombrando expresiones con firmes raíces en una cultura propia.

No es el caso de la cumbia, en la cual el Estado parece haber encontrado la identidad de Santa Fe Capital, aún cuando sea escuchado el consejo de mi amigo: “Santa Fe tendrá mejor cumbia cuando los que adoran ejecutarla estudien y se formen”. Hay alabanza pero los manda a la escuela.

La iniciativa constituye “un paso adelante extraordinario”, se desborda. Los más grandes músicos populares siempre sucumbieron a la tentación de la “experiencia sinfónica”, como si los violines jerarquizaran sus creaciones artísticas, que no los reclamaban, y con resultados generalmente estériles.

La responsabilidad del Estado en materia cultural consiste en sostener aquellas actividades que lo necesitan, y ofrecer testimonio de los valores artísticos a toda la sociedad. Y no le corresponde definir identidades por decreto. La cumbia es un notable fenómeno comercial y, tal vez, la tarea del Estado sea la de cuidar un circuito económico singularmente dinámico que ha creado muchos puestos de trabajo.

La discusión habitualmente es llevada al campo de la lucha de clases, en tanto quienes no aceptan el papel que Cherep adjudica a la cumbia, “que terminó ocupando el lugar que le correspondía: el centro de la escena de la cultura de la ciudad”, suelen ser acusados de discriminación social.

Es un argumento desactualizado, ya que la clase media y los sectores altos desde hace años incorporaron la cumbia a sus distracciones con el mismo fervor que despierta en nuestros barrios. El fenómeno comenzó con la tapa de una revista en la cual María Julia Alsogaray abandonó su expresión normalmente severa para ofrecerse semidesnuda envuelta en pieles. El menemismo enseñó a ricos y poderosos -que históricamente emulaban los hábitos de la aristocracia- que no había límites y los liberó de la tiranía del gusto. La clase política adhirió y se borraron las diferencias con la farándula: actualmente en el Teatro Colón hay pogo y disc-jockeys.

En cuanto a la angustiosa búsqueda de la identidad, al citar al acordeón como factor de filiación local, tal vez el Coni ignora que algunos estudiosos no lo consideran propio de la cumbia santafesina, cuya marca distintiva consiste en la incorporación de la guitarra eléctrica como voz principal. Sería hija de la cumbia amazónica peruana surgida en los años ‘60, cuya estética psicodélica se inspiraba en el wah-wah de la guitarra de Santana, los efectos de la ayahuasca y el surf-rock.

Los del Bohío del guitarrista Juan Carlos Denis en 1976 fueron los precursores de esta cumbia sin acordeón que fue reconocida como “santafesina” y que al principio fue combatida por su carácter diferente y una imagen alejada de lo “tropical”, aunque resultó rápidamente aceptada en el sur del conurbano bonaerense. Finalmente alcanzó la popularidad e inclusive entró en la leyenda. Se encuentran activos, pero el Estado los ha ignorado ominosamente en sus homenajes.