Alemania

Lindau, el paraíso de los premios Nobel en la era de la “posverdad”

En la pintoresca ciudad alemana de Lindau, a la vera del lago Constanza en la región de Baviera, al sur del país, tiene lugar desde el lunes un suceso extraordinario: se produce la mayor concentración de premios Nobel por metro cuadrado del planeta.

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La niebla cubre el lago Constanza. Un marco de ensueño para vibrar con la ciencia.

Foto: Archivo El Litoral

 

Alfredo Jaramillo

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DPA

Como todos los años, las mentes más brillantes del mundo se dan cita en este pequeño pueblo de más de 25.000 habitantes para dar vida a un “Disney World de la ciencia”, como lo definió el Nobel de Química de 2003, Peter Agre, uno de los invitados al encuentro, que este año gira en torno a la medicina y a disciplinas asociadas. “Aunque ahí los cocodrilos son falsos, y acá son de verdad”, comenta entre risas.

Viejos y jóvenes científicos se cruzan todos los días en los pasillos del Inselhalle -un moderno centro de convenciones que destaca en medio de los viejos edificios de estilo alpino de la ciudad- para intercambiar tarjetas y hablar de temas como biología computacional, reparación de ADN y el tema estrella de este año, los intrincados mecanismos que regulan nuestro reloj biológico.

Pero a pesar del paisaje bucólico de la ciudad y de la extrema cortesía de los asistentes, en el ambiente se respira la preocupación. Los organizadores ya lo dejaron claro en la convocatoria, cuando invitaron a discutir el rol de la ciencia en la era de la ‘posverdad‘. Sin embargo, el debate en los paneles diarios muestra más vívidamente la preocupación de los científicos por justificar su propio trabajo, como si percibieran una amenaza escondida bajo las mesas de sus laboratorios.

Dan Shechtman, ganador del preciado galardón en 2011 en la categoría de Química por su estudio sobre los cuasicristales, le pregunta a un grupo de 100 estudiantes en el subsuelo de Insenhalle: “¿Cuántos de ustedes comieron insectos?” Un tercio del auditorio levanta la mano. “Okey, entonces un tercio de nosotros comemos insectos”, explica entre risas como argumento para sugerir un cambio de dieta.

Sin embargo, el humor deja rápidamente paso a la ansiedad entre los jóvenes estudiantes, muchos de ellos cursando o a punto de terminar su segundo doctorado con menos de 30 años. Un joven científico de Estados Unidos le pregunta sobre cómo lidiar con el fracaso. “Es una cuestión de carácter”, sostiene Schechtman. “Yo entendí por qué fracasé. Y seguí adelante”. En momentos así el encuentro de Lindau también se parece a un grupo de autoayuda.

Comunicación y ciencia

Incluso se dedicó un panel entero del encuentro a la importancia de la comunicación en la ciencia. La mayoría de los premios Nobeles que toman el escenario hacen una o dos referencias a la presencia de periodistas en el evento, como si su existencia fuera necesaria para su propia supervivencia puertas afuera de sus laboratorios. “Podrían estar cubriendo la Copa del Mundo y están acá”, dice Agre agradecido.

La necesidad de volver más amigable el discurso científico se percibe en otras decisiones, como la de contratar a periodistas de televisión para conducir los debates. Una de ellas, que dirige un panel sobre la mejora del tratamiento médico en los países en desarrollo, se presenta a sí misma como “comediante corporativa”. “¡Démonos un aplauso por ser tan hermosos!”, pide ante la mirada atónita de los asistentes.

Nataly Naser, una de las panelistas, es una joven científica libanesa que hace estudios sobre el cáncer y reside hace años en Estados Unidos. Para ella Lindau “es más serio” que un festival de ciencia. “Tienes que enviar una solicitud para presentar un póster, mostrar interés y mostrar tus aportes científicos”.

También le preocupa otro de los temas que orbita las discusiones: la relación entre las empresas, la investigación y las políticas de salud pública. Pero su solución intenta abarcar las tres: “Como científica debería saber cómo piensa un empresario y cómo piensa un político”.

Para Francesco Cicone, un investigador italiano residente actualmente en la Universidad de Lausana, el encuentro es más útil para los investigadores jóvenes que todavía no encontraron su tema o área de interés. “Pero para tipos como yo, que no nos vamos a ir a vivir a Estados Unidos de repente, no es tan interesante”.

Por su parte, Ariela Vergara, científica de 33 años de la Universidad de Talca, en Chile, dice que todavía no piensa en si tiene o no posibilidades de ganar un Nobel. “Yo creo que a nuestra edad no lo pensamos, es como muy lejano, pero si tu ves el juego de egos que hay en ciencia es enorme, es súper competitivo, un mundo donde te expones a la crítica siempre, entonces probablemente quieras ser el mejor”.

Pese a las preocupaciones y al laberinto de su propia ambición, los jóvenes científicos no parecen tener que hacer esfuerzo para divertirse. En la noche de bienvenida al encuentro, que comenzó el lunes y dura hasta el viernes, los más de 800 asistentes cubren rápidamente la pista de baile al ritmo de una banda de covers y agitan los brazos mientras suenan canciones de Jennifer Lopez y Daft Punk. Algunos se van, pero la mayoría se queda después de medianoche, en medio de camareros que reparten botellines de cerveza. Cuesta imaginarlo ahora, pero entre estos bailarines espontáneos tal vez se encuentra el próximo premio Nobel.

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El Nobel de Química de 2003 Peter Agre, en Lindau, Alemania, durante el “Lindau Nobel Laureate Meetings”. Foto: Agencia DPA