A 30 años de la formación de Divididos
A 30 años de la formación de Divididos
“Primeramente quisiera saludar a todos mis hermanos presentes que están acá”

1998. Divididos presentaba “Gol de mujer”. Foto: Archivo El Litoral - Télam
Por Mauricio Yennerich
Había que decirlo y aparecieron Mollo y Arnedo. Primigenios custodios del mandato de Sumo y de la cultura rock en general, en todos sus discos nos dejaron belleza, energía, crítica social, alta poesía y en sus recitales nos volaron la cabeza. Divididos nunca tuvo pose. Sobrios, elegantes, se dedicaron a ver de qué se trata todo esto y produjeron una discografía tan potente como exquisita. De todas las definiciones, la que más representa a Divididos es Personalidad. “La aplanadora del rock” dice lo que hay que decir ante quien se cuadre, con elegancia y sin miedo.
Hurlingham 1988
En el principio fue zafar de lo normal y zafar de lo normal fue el principio.
“Haciendo cosas raras, para gente normal,/ sin pensar,/ ya no importa lo que importa,/ la mentira ya pegó en la sangre”.
Como prueba de una hibridez entre la herencia y lo nuevo, en el primer disco de estudio, “40 dibujos ahí en el piso”, de 1989, Mollo todavía cantaba algunas canciones -“Los sueños y las guerras”, por ejemplo-, en un registro muy parecido al de Luca Prodan y los Divididos en general, estaban tan impregnados de Sumo que en “Gárgara larga”, también de “40 dibujos...”, uno podría confundirlos. Se sabe, divididos... las pelotas.
En dosis justas, “40 dibujos...” agita fuerte y atiende al snobismo de la prensa (Che qué esperás; De qué diario), entonces, cabe preguntar: ¿la construcción del mito del artista de rock que valida su autenticidad negándose a prestar declaraciones o aparecer en los medios masivos de comunicación -mito que con tanta astucia explotaron Los Redondos- puede constatarse en esta clase de materiales? Quién sabe.
“Acariciando lo áspero” de 1991 es otro golpe al corazón del conformismo dado con puño de hierro en guante de terciopelo. El barrio, el laburo, los pibes que remontan barriletes y el burrito sencillo, obediente del patrón, por hambre y frío. Mollo, cronista abstracto, como todo cronista inteligente, detecta el componente alienante de la espera, que Javier Auyero ha explorado sociológicamente por estos años, en “Me cansé de hacer cola para nacer” hay toda una sociología, sin ornamentos. La obra de Divididos no sólo muestra, logra hacernos más conscientes, su política es pura estética. Y convengamos que no son muchos quienes han hecho posible tal prodigio de combinación. El naturalismo etnográfico de la poética de Mollo es un blindaje ante la demagogia. Estos elementos que se insinúan claramente en los dos primeros discos de estudio, encuentran un momento de clímax en “La era de la boludez” de 1993. Discazo, con mayúsculas.
¡Cleptocracia! Grita el argentino
“La era de la boludez”, el tercero de la lista en estudio, es una obra maestra. En este disco se consolida el estilo de Divididos con una certera, ácida y vivificante crítica a la sociedad de consumo (“Ortega y Gases”; “Salir a comprar”). Asimismo, recuperan, para el repertorio del rock, “El arriero” de Yupanqui y generan un efecto de identidad propia, de amor por el pago, de poesía arcaica que conmueve.
En este disco en particular, pero también en la obra de Divididos en general, se puede pensar la sociedad sin caer en posturas disciplinantes, utopismos berretas o nostalgias por épocas doradas, Divididos -la poesía de Mollo- habla de asuntos importantes sin perder de vista que ponemos un disco para encontrar energía positiva, o placer y que comprender y explicar todo o parte del mundo y el sistema, es un adicional extraordinario, pero no es el asunto. Y estas cuestiones importantes están administradas con espíritu autocrítico, en “Rock and roll de Rasputín” se mete con el gremio, con lo superficial de su campo: “Campera por corazón,/ pura foto sin canción./ Y el burrito a la televisión”. Además se da algo muy atípico en la obra de Divididos, que se nota claramente en “La era de la boludez” y es que son muy originales sin perder cierta cordura necesaria, códigos básicos que se necesitan para que la cultura popular, una cultura a la que le aportan conciencia histórica, se vuelva crítica y sea capaz de interrogar al poderoso, asumir que el germen de la clase trabajadora algo tiene que ver con la guerra imperial desatada por Europa y la corona española en América Latina, de observar esos temas a la luz de la continuidad de la opresión-alienación y de postular la función legitimadora de la religión, todo a la vez, en tres canciones: “Cristófolo Cacarnú”, “Indio dejá el mezcal” y “Huelga de amores”, las tres canciones con las que se cierra “La era...”.
Entonces, para mediados de los ‘90, toda la carne ya estaba tirada en el asador, y los boludos de ayer son los aburridos de hoy, como insinúan en “Aburridos peligrosos” (“Vengo del placard de otro”). En el amanecer del nuevo siglo, la prensa los reconoce e incorporan instrumentos de cuerda, pero al estilo Divididos, es decir, sin pretensiones sinfónicas, sino como un sutil alegato por lo fino, por lo bello, pero, insisto, el partido estaba definido con la aparición de “La era...” y obviamente, lo ganaron por goleada, pues, ya se habían plantado desde la cultura rock con 1) la distancia respecto al poder; 2) amor a la patria (que empieza por el barrio), un amor que no es condescendiente sino exigente; 3) la puesta en valor de la humildad, la sencillez y el rotundo rechazo a toda superficialidad. La trilogía de los discos en estudio realizados entre 1989 y 1993 configura la base de su producción y da cuenta de un proceso de producción de estilo.
Los cinco que vienen, a saber: “Otroletravalanda”, 1995; “Gol de mujer”, 1998; “Narigón del siglo”, 2000; “Vengo del placard de otro”, 2002; “Amapola del 66”, 2010; van a confirmar, más enfática o tenuemente, lo que se sostuvo: que la lírica de Divididos constituye un muestrario de los elementos constitutivos de la cultura rock, compuesta por una crítica a los medios, en sintonía con la idea de hombre libre, que se guía por sus deseos, por sus instintos, antes que por una racionalidad ofrecida a la multitud en el discurso noticioso, lleno de inexactitudes y falsedades, pero también -y éste es un punto no irrelevante- de notas referidas a la música, como ésta. Interesante contradicción, irresuelta hoy y siempre.
Finalmente, la claridad, la coherencia y la excelencia con la que Divididos encara las canciones y su trabajo tienen un efecto terapéutico -el buen ejemplo también contagia- y es el de limpiar un poco nuestra conciencia empezando por el corazón, que de eso se trata esto finalmente, de “baldear el corazón” de tanto en tanto.