Tribuna de opinión

Sin moral, ¿a dónde vamos?

Antonio Camacho Gómez

Dice San Pablo en la Epístola a los Efesios, cap. 6, ver. 8: “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para su espíritu, del espíritu segará vida eterna”, pensamiento que estampa como acápite Federico García Lorca en su nota de viaje, un tanto polémica, “La Cartuja”. Y ciertamente, el insigne Apóstol de los gentiles pone el dedo en la llaga, como también lo pone William Makepeace Thacheray en su admirable “Feria de Vanidades”, indagador de pasiones y analista de la fatuidad, el esnobismo y la inmoralidad por carriles no exentos de humor, ironía y hasta sarcasmo.

Los conceptos paulinos tienen perenne vigencia y cobran particular relieve en este tiempo desacralizado, indiferente, descreído y egoísta, en el que nuestra sociedad, permeable a la influencia foránea tantas veces perniciosa, muestra signos enfermizos que requieren una precisa terapéutica. Sin olvidar las constantes inevitables de la condición humana, enfocada con aciertos por André Malraux, que movieron a José Ingenieros a escribir “El hombre mediocre” y “La simulación en la lucha por la vida”, libros cuya lectura sería tan provechosa -sobre todo la del primero-, para una juventud en apreciable medida extraviada entre el consumismo impuesto por intereses internos y multinacionales sin contenido trascendente; carencia de modelos para imitar, pedagogías divorciadas de una formación integral, humanista, orientada a fines superiores, y una desvalorización de principios fundamentales a lo que una “intelligentzia” enquistada en centros educativos y de información escrita, visual y auditiva no ha sido ajena.

El cuerpo es templo del espíritu, la carne es débil, los peligros múltiples, los caminos de la corrupción transitados por protagonistas e instigadores movidos por utilitarismos que van de lo doctrinario a lo especulativo. Y que incrementan su acción en los estados de derecho para deteriorar conciencias y debilitar voluntades, apelando en ocasiones, de forma sibilina y capciosa, a expresiones como mayoría de edad, capacidad de discernir, madurez para tomar decisiones. ¿Eximen, acaso, del vicio, la indecencia, el mal gusto y la grosería? ¿Son cartas de crédito para justificar las aberraciones, la perversión y la chabacanería? Personas supuestamente inteligentes y maduras son las que redactan textos, y los publican, de este tenor: “Parejas y lesbianas y mucho más en vivo”, “Yo y mis amigas te esperamos totalmente desnudas”.

Amado Nervo afirma que allá adonde dirigimos la mirada va una prolongación esencial de nuestro yo. De aquí la diferencia entre mirar el fango o una flor, la basura o el mar.

La permisividad no es recomendable cuando inferioriza al hombre y lo cosifica retrotrayéndolo a puestos inferiores en la escala zoológica. Tampoco la tolerancia que transforma a la mujer en objeto primario de placer y artículo atractivo de venta subalternizando su función como pieza clave, por el amor responsable, en la perpetuación de la especie. Ni la condescendencia temerosa de la opinión interesada o el contubernio lucrativo para disimular agresiones cotidianas públicas al pudor, el recato y la dignidad de las personas. So pretexto, a veces, de funcionalidad democrática.

No se trata de reinstaurar el puritanismo victoriano ni de hacer del sexo exclusiva piedra basal de escándalo, sino de preservar normas orientadas al mejoramiento individual y colectivo, al afianzamiento familiar y la fraternidad comunitaria. De alimentar ideales de justicia y de paz que sólo el hombre moral puede lograr.

El carácter se corrompe en los despeñaderos promocionados del hedonismo, el erotismo y la pornografía reglamentada, con influencia en todos los actos de la vida personal y profesional. Ni rigor espartano ni complacencia con la resaca que enloda y afloja voluntades y facilita la ruta hacia la delincuencia.

Buda expresa, refiriéndose a la preservación del espíritu incontaminado, que si la casa no está bien cubierta el agua entrará en ella. Eso ocurre en el edificio social cuando se desprecian las reservas morales por miopía mental, oscuros intereses o un equívoco modernismo.