A 90 años de un logro inolvidable para el boxeo...

Avendaño, el hombre de los puños de oro

No sólo se destacó peleando, sino también desde su otro rol, el de juez: arbitró más de 2.500 peleas.

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Víctor Avendaño fue árbitro de la pelea revancha entre Monzón y Benvenutti, en 1971. También arbitró el inolvidable combate de Monzón ante Briscoe en el Luna Park.

Foto: Archivo El Litoral

 

Tomás Rodríguez

Durante su existencia, fue un verdadero apasionado del boxeo. El bonaerense Víctor Avendaño obtuvo en 1928 la duodécima medalla para nuestro país en los Juegos Olímpicos de Amsterdam (Holanda), la primera de oro para esta disciplina.

Se trató del primero de los siete campeones olímpicos argentinos de boxeo, pero casi nadie lo recordaba por eso, sino como uno de los mejores jueces de esta disciplina, habiendo participado en más de 2.500 peleas, cuatro de ellas por títulos mundiales.

El oriundo de Lincoln nunca imaginó que terminaría vinculado al deporte de las narices chatas, compartiendo el cuadrilátero y controlando a dos hombres cuyos objetivos eran derribarse el uno al otro a los golpes.

Los padres se radicaron en Buenos Aires, cuando Víctor era muy pequeño. En 1923 tenía 15 años y mantuvo contactos con la gente del boxeo. Cinco años después se clasificó para los Juegos Olímpicos de Amsterdam, bajo las órdenes de un veterano sabio, Diego Franco, cuando estaba cumpliendo con el servicio militar obligatorio.

Los entendidos en la materia pensaban que podía realizar excelente actuación en las competencias amateurs más importantes del mundo. Necesitaba un permiso especial para suspender la conscripción, lo que consiguió por medio del ministro de Guerra, Agustín P. Justo.

Dejó entonces el Regimiento II de Infantería, saludó a sus familiares en Villa Pueyrredón y partió en barco rumbo a Holanda para cumplir su sueño, el mismo que tenían los otros 17 competidores de la categoría Medio Pesado.

Auspicioso debut

Su debut se produjo el 8 de agosto frente al chileno Sergio Ojeda Doren, de acuerdo al sorteo realizado, contando el trasandino con el apoyo de la afición local. Lo superó en forma cómoda, amplia, demostrando una excelente técnica, aunque le faltaba más contundencia a sus golpes para definir por la vía rápida, fue un triunfo por decisión de los jurados.

Al día siguiente, en combate por cuartos de final su oponente fue el canadiense Donald Day Carrick, donde en el primer asalto salió a atacarlo, sin embargo su contrincante resultó más eficaz; en el segundo peldaño fue parejo con intervenciones del juez, aunque una serie de golpes sobre el rostro le posibilitó adjudicarse el mismo y en el tercero hubo un fuerte intercambio de golpes en el centro del ring, con claras ventajas para el argentino que ganó por puntos.

En la tercera presentación, Avendaño pudo superar al sudafricano Donald McCorkindale por decisión, en un emotivo encuentro, donde el criollo aplicó un duro castigo a su rival en la semifinal. Empero tuvo un resbalón y una amonestación.

En la tercera vuelta, el argentino recibió otra amonestación, lo que no le impidió ganar con claridad y por puntos, pasando a la final, recibiendo aplausos del soberano por la entrega y fervor, en forma especial ese reconocimiento por parte de la gente que estaba en el ring-side y la popular.

La final

Para la pelea decisiva se observaba un clima hostil para el jurado debido al fallo vergonzoso en la final de la categoría Pluma, donde el argentino Víctor Peralta fue despojado de la presea dorada cuando fue claro vencedor sobre Lambertus Bep van Klaveren, holandés, en un fallo absurdo. Hubo enfrentamiento entre los aficionados y la policía. Lo propio ocurrió en la final de los Medianos con el triunfo adjudicado al italiano Piero Toscani, quien había sido inferior al checoslovaco Jan Hermanek, quien subió otra vez al ring recibiendo aplausos y vítores por parte de los asistentes.

En la pelea final, Avendaño realizó una verdadera exhibición ante el alemán Ernst Pistulla. Cuando estaba finalizando el primer capítulo una serie de golpes del sudamericano le otorgaron claras ventajas; en el segundo, el argentino contuvo a su rival durante la mayor parte y cuando expiraba atacó con golpes precisos en el rostro del europeo.

En el tercer round el sudamericano actuó con acierto llevando la iniciativa y sobre la expiración se observó al europeo quedarse sin respuesta ni aire, a punto de ser sometido por toda la cuenta. Cuando se dio a conocer el fallo, la hinchada argentina y de los otros países del continente, explotó de júbilo.

Fue la última vez, en Juegos Olímpicos, que los árbitros dirigieron desde afuera del cuadrilátero. Se propuso hacerlo desde adentro, a partir de Los Angeles 1932 y así continúa hasta la actualidad.

Reina Guillermina

La realeza le hizo un guiño a la competencia, siendo la propia Reina Guillermina la encargada de colgar la medalla de oro a los campeones. Así fue que Avendaño, con sus jóvenes 21 años, inclinó la cabeza hacia ella para receptar el galardón antes de que se izara la Bandera Argentina y se escuchara el Himno Nacional ante 40 mil personas.

Cuando arribó la delegación argentina en barco al puerto de Buenos Aires, los boxeadores Arturo Rodríguez Jurado y Víctor Avendaño vestidos de conscriptos, junto al nadador Alberto Zorrilla -ganadores de preseas doradas- fueron paseados en andas por los propios compañeros que lo fueron a recibir a la hora 7, señalando eufórico: “No hay vuelta que darle; el orgullo de ser olímpico y ganar la medalla de oro, no se puede comparar con nada...”.

Aquella piña de Briscoe...

Tras su retiro de la actividad, siempre se lo veía frecuentar los bares ubicados aledaños al Luna Park, contando mil y una anécdotas de su vida dentro de un ring. Avendaño fue el primero de los siete campeones olímpicos, pero nadie lo recordaba por es, sino como uno de los mejores jueces de boxeo del universo, habiendo participado en más de 2.500 peleas, cuatro de ellas por el cinturón de campeón mundial.

Señalaba con énfasis aspectos salientes del recordado combate entre Carlos Monzón, el monarca universal de los Medianos y Bennie Briscoe, en el estadio de Corrientes y Bouchard.

Explicaba como, desde su función de árbitro, había “ayudado” al pupilo de don Amílcar Oreste Brusa -de acuerdo al reglamento-, para que pudiera continuar en un combate de difícil pronóstico y cuando parecía que a “Escopeta” Monzón se le escurría el título.

También revelaba con precisión de detalles cuando algo parecido había acontecido con el “Intocable” mendocino Nicolino Locche, la noche que el “Morocho” Hernández lo tiró fácilmente. El ídolo mendocino, había quedado muy sentido y la cuenta de protección pareció más larga que la habitual, aunque Avendaño juraba que había sido dentro de la ley.