A 50 años de la obtención de campeonato mundial

La noche fantástica de Nicolino, el “Nisei” (Maestro) mendocino

Hoy se cumple medio siglo de la inolvidable paliza del “Intocable” Locche a Paul Fují, coronándose en Japón como nuevo titular welter junior.

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Sorpresa en el Kuramae Sumo. Al promediar la pelea, Paul Fují (nacido en Hawai pero con ascendencia japonesa), fue a la lona ante las miradas atónitas de los espectadores locales. Fue una obra maestra del mendocino Nicolino Locche, hace hoy 50 años.

Foto: Archivo El Litoral

 

Tomás Rodríguez

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Hace medio siglo, en un jueves por la mañana, el 12 de diciembre de 1968, el poseedor del cetro argentino Nicolino Locche Devenditti, conquistó el titulo mundial de welter junior tras derrotar en el estadio Kuramae Sumo de Tokio, por nocaut técnico en el décimo asalto, al poseedor de la faja, el hawaiano-japonés Paul Takeshi Fují.

Nicolino Locche, hijo de sicilianos, había nacido en Campo de Los Andes, Tunuyán (Mendoza), el 2 de septiembre de 1939. A los nueve años ingresó por primera vez a un gimnasio y poco después de los 19 se inició como rentado.

A los 29 años, Nicolino consiguió el cinturón de campeón mundial welter junior, jueves por la mañana en la Argentina, nueve horas después del día más caluroso de 1968 en nuestro país; en Tokio hacía frío, pero el camarín del estadio Kuramae estaba lo suficientemente calefaccionado.

Sus comienzos

La madre lo llevó al gimnasio del Mocoroa cuando Nicolino tenía siete años; lo puso en manos de un gran maestro, Francisco “Paco” Bermúdez, para que dejara de “andar callejeando”. Locche no quería ser boxeador, ni su madre soñaba con que lo fuera; sólo pretendía sacarlo de la calle, porque era un “vagoneta”, la escuela no le apetecía ni mucho ni poco.

Su comportamiento en el ring respondía a esa naturaleza. Se defendía, casi no pegaba, no “sudaba la gota gorda”. Bermúdez vio antes que nadie que el pibe encarnaba un caso extremo, singular, de la escuela boxística mendocina: antes que nada, no dejarse pegar.

El estilo de Locche nace del desarrollo de su instinto; defendiéndose, casi sin necesidad de golpear, de romper al oponente, lo agota, lo extenúa. Porque Locche en el boxeo fue un suceso estético: aunque no lo sabía, él era un poeta, un artista. Un caso único.

La pelea

El “Maestro” mendocino trabajando con la izquierda adelante, Fují no salió a apurar, moviéndose contra el piso, a pasos cortos y lentos, hasta que decidió lanzar una derecha que se perdió en el aire. Nicolino, con inteligencia, quebró su cintura, acortó distancias, anticipó siempre, su derecha fue un látigo desde la primera vuelta; el local es un peleador, aunque no inquietaba al retador.

En el segundo peldaño, Locche se paró en el centro del ring y llegó con izquierda y derecha al rostro del hawaiano-japonés, cuya impotencia le impidió acortar distancia, en tanto el huésped bailoteaba con movimiento de piernas, con un eficiente programa de adiestramiento en los últimos tres meses.

En el tercer y cuarto capítulo se observaba la diferencia entre uno y otro contendiente, Fují trataba de arrinconar contra el encordado a su oponente, que se refugiaba en el rincón neutral, y el “toro” local quedaba desairado mirando al ring-side, y también en otra ocasión cayó al tapizado, con silencio del público local y el “ole...” de los pocos argentinos presentes en el estadio.

En el séptimo round, la zurda de oro continuó su monólogo. Con la guapeza de un Fují que peleaba con visión en un sólo ojo y Nicolino rompiendo la rutina con una clara ofensiva, haciendo sentir el peso de sus manos, bien plantado sobre el tapiz, con actitud de campeón antes de que le coloquen la corona mundialista.

El noveno asalto fue la apoteósis de una noche brillante para Locche, lo llevó al oriental al centro del cuadrilátero, y el gancho de derecha hace saludar al local, uno por uno a los que están en la primera fila del ring-side.

Un periodista llegó a contar 14 uppercuts de Locche en ese tramo donde el aturdimiento de Fují llegó al máximo. Una convicción de derrota llevó al dueño de casa, con la cabeza gacha y las piernas vacilantes, intentar a duras penas llegar hasta su rincón.

Sonó la campana llamando al 10mo. capítulo, Locche se ubicó en el centro del ring, hubo un revuelo en la esquina de Fují y las manos de “Nicky” Pope, el árbitro norteamericano, hizo la señal definitiva “finish”, si, el final de la contienda. El local abandonó la desigual lucha, destruido, desconcertado, abrumado por la superioridad técnica y el castigo.

“No sale, Don Paco, ¡no sale!”

Nicolino Locche se dirigió hasta donde estaba Bermúdez: “No sale, Don Paco, ¡no sale!”, “Nicky” Pope le levantó la mano y Nicolino empezó a llorar, como un niño, a cara limpia, mostrando a todo el estadio la alegría incontrolable.

No tuvo tiempo de secárselas cuando lo abrazaron don “Paco” Bermúdez, Tito Lectoure y el sparring Juan “Mendoza” Aguilar.

Braceli: “Una verdadera obra de arte, más allá del combate”

El periodista y escritor Rodolfo Braceli, quien siguió su trayectoria como profesional y amigo del “Intocable”, reveló que “lo que hacía Nicolino Locche arriba del ring era arte, el arte de esquivar los golpes y vencer a la fiera”. Para Braceli, el mendocino ha sido una de las grandes figuras argentinas del deporte, el pupilo de Don “Paco” Bermúdez creó un estilo en el cuadrilátero que hasta el día de hoy, ninguno pudo imitar.

Sus defensas

Las cinco defensas en el Luna Park con el venezolano Carlos Enrique “Morocho” Hernández Ramos, el brasileño Joao Henrique, el estadounidense Adolph Pruitt, el español Domingo Barrera Corpas y Antonio Cervantes) le agregaron jerarquía.

Las posteriores derrotas ante el centroamericano Alfonso “Peppermint” Frazer en Panamá y el propio Kid Pambelé (Cervantes Reyes), en Maracaibo, sirvieron para realimentar la polémica sobre su boxeo casero y escaso interés por el entrenamiento; pero no lograron lastimar su imagen; volvió después de esos traspiés, siempre con estadio lleno, localidades agotadas, perfume de mujer en el ring-side, alta costura al borde del cuadrilátero y hasta casi se animó a retomar a los 41 pirulos...

El palmarés de “el intocable”

El pupilo de Francisco “Paco” Bermúdez defendió luego seis veces la corona, cinco de las cuales lo hizo airosamente. El cinturón de esa división lo perdió ante Alfonso “Peppermint” Frazer, el 10 de marzo de 1972, en el Gimnasio Nuevo de Panamá, cuando no llegó preparado en forma conveniente para afrontar dicho compromiso por el cigarrillo y el alcohol.

Por otra parte, Locche intentó recuperar el título el 17 de marzo de 1973, pero falló en el intento tras perder por abandono en el noveno asalto ante Kid Pambelé, en Venezuela.

La última vez que Locche subió a un cuadrilátero fue el 7 de agosto de 1976, cuando superó por decisión a Ricardo Molina Ortíz, en Bariloche. El palmarés completo del natural cuyano fue de 136 peleas, con 117 triunfos, 14 empates, 4 derrotas y 1 encuentro sin decisión.

Locche se ganó la idolatría de la gente con su particular forma de boxear, repleta de amagues y quiebres de cintura, por eso el soberano lo llamaba “El Intocable”, bautizado boxísticamente por el periodista Piri García, del semanario deportivo argentino “El Gráfico”.

La máxima expresión de la técnica expuesta sobre un ring ya no está, porque se fue flotando en la nube de humo de sus cigarros rubios favoritos. Pero quedó su manera de ver las cosas, sencilla, casi fatalista, tan despreocupada y bohemia como su andar por el cuadrilátero, especialmente durante su consagración como campeón mundial de los welter junior, hace cinco décadas.

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Con Pope como testigo. La imagen “coloreada” muestra a un dominante Nicolino Locche encerrando a Paul Fují con la atenta mirada del árbitro norteamericano “Nicky” Pope.

El fútbol argentino en 1968

En 1968, en el fútbol argentino, San Lorenzo de Almagro se adjudicó el Campeonato Metropolitano, con aquel equipo al que se lo conoció como “Los Matadores”, y Vélez Sarsfield ganó el Torneo Nacional. Asimismo, el experimentado Amadeo Carrizo estableció dos récords simultáneos para la época: 513 encuentros oficiales en Primera División custodiando el arco de River Plate y ocho partidos sin goles en contra.

Yoshio Shirai: “El más grande boxeador extranjero que hayamos visto en Japón”

Nicolino Locche, el “Intocable”, el pupilo de Don “Paco” Bermúdez, que llenaba el Luna Park cuando se presentaba y dejaba a miles de aficionados sin poder ingresar, alcanzó el cielo con sus manos, recibió numerosos elogios, entre ellos, el del ex campeón mundial de los moscas, Yhosio Shirai: “Ha sido el más grandes boxeador extranjero que hayamos visto en Japón”.

El notable estilista mendocino fue idolatrado por el autor santafesino Chico Novarro en el tango “Un sábado más”, cuando expresa “total esta noche; minga de yirar; si hoy pelea Locche; en el Luna Park...”

“El poeta que llego a rey”

El Veco escribió en El Gráfico que “queda un poeta que llegó a rey; un inconstante genial que trabajó de gasista, carpintero, cromador, cadete de cualquier ramo. Es un hombre que sólo hizo tres años de escuela y que jamás leyó un libro; un bohemio simpático que quemó mucho tiempo bajo las luces de la noche y que odió el sol de las madrugadas”.

“Queda un amigo inseparable del mundo del pugilismo; el más sutil de los boxeadores que jamás hayamos visto, el gran innovador en el mundo de las narices quebradas y las orejas de repollo; queda el fino poeta de la zurda genial que a veces se ve obligado a transpirar para demostrar su grandeza”, sostuvo.

Finalmente el destacado periodista deportivo aseguró que “Locche siempre boxeó igual, siempre fue el mismo, antes y ahora; queda una emoción que nadie puede medir en nuestro interior; queda el nuevo rey de la categoría medio mediano juniors para que el mundo lo contemple”, concluyó El Veco.

Un exponente con un un estilo incomparable

El Gimnasio “Julio Mocoroa”, la tranquilidad mendocina y un indisimulable desapego por todo lo que fuese rigor y disciplina cimentaron luego la historia de Locche-ídolo, sólo superado en esa condición por Justo Suárez, el “Torito de Mataderos”, aunque más cercano por el tiempo en que lució sobre el ring con galera y bastón, su ángel y desparpajo.

A caballo de aquel estilo personal, único, como rey del esquive, el visteo, de la palanca, del bloqueo. Manos de algodón (es cierto) pero con potencia no hubiese sido humano; además con su bagaje le puso un matiz distinto a una actividad dramática, un moño colorido al atuendo gris y duro de un oficio ingrato, tremendo, riesgoso.

El argentino cobró como retador sólo 5.000 dólares, el campeón 40.000, el contrato lo rubricó Juan Carlos Lectoure en una servilleta (lo primero que tuvo a mano) para que los apoderados de Fují no pudieran echarse atrás, como había ocurrido con Lopóppolo. Nadie quería pelear con Locche, que llegó a su compromiso cumbre con 106 peleas profesionales a cuestas, ya era ídolo; después sería leyenda...