Infancia y salud

Cerró los ojos como quien se duerme

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No hay ninguna duda de que el pecho de la madre es el mejor alimento para el bebé. Y que está llamado a ser, excepto caso particular, el único alimento del bebé hasta los seis meses.

Foto: Archivo El Litoral

Jorge Bello

www.bello.cat

Con los ojos cerrados, el bebé tomaba del pecho de su madre con aquel vigor, bien conocido, que languidece cuando el sueño, poderoso, arremete por entrar. La intensa lluvia del día anterior no era entonces más que un recuerdo, ya brillaba un magnífico sol matinal y estaba fresco. La madre amamantaba a su bebé en el colectivo, y me miró al verme subir; había en su mirada un punto mal disimulado de tristeza pero, aun así, desafiante me miró como diciéndome que antes muerta que vencida.

Grande es el pueblo que amamanta a sus hijos, y miserable es quien provoca la tristeza de una madre y le hace así la mirada desafiante. El pueblo que amamanta a sus hijos está llamado a la inmortalidad, y el miserable que impone una tristeza está llamado al olvido, al oprobio, al polvo. El pecho es inmortal porque triunfante pasa de generación en generación. Quien provoca la tristeza y la mirada desafiante, en cambio, se apaga, y se pudre.

Ya hace tiempo que no hay ninguna duda de que el pecho de la madre es el mejor alimento para el bebé. Y que está llamado a ser, excepto caso particular, el único alimento del bebé hasta los seis meses. Luego, sin por ello dejar el pecho, el bebé incorpora otros alimentos a su dieta, poco a poco, según la tradición, según la ciencia, según el bolsillo. Aquel bebé que tomaba el pecho en el colectivo tendría algo más de seis meses, seguro, y seguro que está bien vacunado. De tanto en tanto miraba de reojo en derredor como suelen hacer los bebés mientras toman el pecho. Nadie se atreva a quitarle el pecho a un bebé, ni se atreva nadie a quitarle a la madre aquéllo que le corresponde.

¿Por qué hay un punto de tristeza en la mirada de esta madre?, me preguntaba. ¿Por qué me mira desafiante, segura de que luchará por aquéllo que es suyo?

“Sabemos que la violencia, la inestabilidad política y la desigualdad no se lo ponen fácil a los que más necesitan”, afirma Suárez Pertierra en el número de diciembre de la revista de Unicef. Y contundente agrega que “apostando por la educación, la sanidad y la protección es posible reducir la pobreza, crear oportunidades y generar prosperidad”.

Entonces, hay que proteger a las madres, hay que proteger la maternidad y la lactancia, y hay que proteger al bebé. Allá donde se apostó “por la educación, la sanidad y la protección” se consiguió efectivamente “reducir la pobreza, crear oportunidades y generar prosperidad”.

La crisis europea de estos últimos años demuestra que las políticas de recortes y austeridad no son útiles, no fueron ni útiles ni necesarias, en absoluto. Todo lo contrario, han hecho mucho daño. Recortes y austeridad crean desigualdad y pobreza, hacen que la mirada sea desafiante. Mauricio, por tanto, se equivoca. Y bien que lo sabe.

En efecto, tan sólo unos días después de la reunión del G20 en Buenos Aires, una de las publicaciones médicas más prestigiosas del mundo, The Lancet, titulaba su editorial con esta pregunta: “¿Qué pasó con la salud en Buenos Aires?” (*). Y remarcaba que el conjunto de los veinte se comprometieron a “romper el círculo vicioso de pobreza e desigualdad (...) mejorando la inversión en salud, nutrición, seguridad y educación”. Entonces lo sabe, porque lo firmó, y ahora debe cumplir.

La importancia de apostar por la salud, la educación y la protección social como camino hacia la prosperidad es un concepto establecido, y demostrado. Y es ésto lo que hay que hacer.

Aquel bebé, pese a todo, parecía un bebé feliz. Tal vez porque está llamado a crecer y a desarrollarse porque tomó de la teta de su madre, porque alguien lo vacunó y aún más lo vacunará. La vacuna protege contra la enfermedad, y así nos hace iguales. Y vacunar sale mucho más barato y es mucho más conveniente que no tener luego que asumir las consecuencias de la enfermedad que se pudo evitar. Es un bebé feliz, pasaba ya de los seis meses, y seguro que al mediodía come un puré de verduras con un trozo pequeño de pollo, y una banana pisada por la tarde, y el pecho en casa y en el colectivo.

Según informa Unicef, unos siete mil bebés mueren todos los días en el mundo durante el parto o antes de cumplir el mes de vida. Casi todos de estos siete mil se mueren por algo que se hubiera podido evitar “apostando por la educación, la sanidad y la protección” porque es así, y no de otra manera, como se puede “reducir la pobreza, crear oportunidades y generar prosperidad”.

La madre amamantaba a su bebé bien vacunado en el colectivo de la línea C verde, de Colastiné a Santa Fe, una media mañana del pasado y tan lluvioso noviembre. Madre y bebé iban solos en el primer asiento doble. Por no molestarlos, nadie había querido sentarse a su lado. Vestían sencillo, ella tenía los pies sucios con ese barro de arena que tanto complica la vida de Colastiné cuando llueve.

Yo la ví cuando subí a la altura de la calle Las Casuarinas, y fue entonces cuando con la mirada me dejó claro que antes muerta que vencida. El bebé giró los ojos hacia mí. Entonces me senté a su lado, en el asiento que permanecía libre. Pero el bebé me dijo que me fuera, esta teta es mía, me aclaró. Andate, Mauricio, me dice, y hacé algo. Y cerró los ojos como quien se duerme.

(*) doi.org/10.1016/S0140-6736(18)33112-X

Grande es el pueblo que amamanta a sus hijos, y miserable es quien provoca la tristeza de una madre y le hace así la mirada desafiante. El pueblo que amamanta a sus hijos está llamado a la inmortalidad.