Tribuna sobre educación

El director de escuela como líder

missing image file

Prof. Martín Duarte

[email protected]

Empecemos por “El grillo maestro” de Monterroso que se encuentra en “La oveja negra y otras fábulas” (1997):

“Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del invierno, el director de la escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos. Al escuchar aquello, el director, que era un Grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la escuela todo siguiera como en sus tiempos”.

¿Estuviste en las aulas de la escuela de los grillos alguna vez? ¿Te comportaste -en alguna ocasión o varias- como el maestro-insecto? ¿Qué escuela te gustaría habitar y cuál te gustaría que habiten nuestros hijos? Hagamos foco en el directivo: ¿tuviste directivos tan “sabios” como el de la fábula? ¿Cuál es la tarea esencial del director? ¿Mandar, coordinar, controlar, exigir, animar, proponer, estimular, formar, ayudar, gerenciar, gestionar, etc.?

Esta fábula y preguntas, nos propone Santos Guerra en “Las feromonas de la manzana: el valor educativo de la dirección escolar” (2013): “Pongamos en una bolsa de plástico una manzana con varios caquis, nísperos o cualquier otra fruta que no esté madura. Al cabo de unos días, las frutas que están en contacto con la manzana madurarán. El efecto se debe a las feromonas que tiene la manzana. Esa influencia de la manzana me parece una metáfora de la dirección escolar. La dirección es una fuerza que consigue que las personas que están alrededor de quien la ejerce acaben madurando y alcanzando su sazón. Sin ningún ruido. Sin ninguna violencia”.

Para el pedagogo español, una visión jerárquica de la dirección, descendente, “autoritaria” es poco coherente con la naturaleza educativa de la escuela. Porque la escuela tiene que enseñar ciudadanía. Y los ciudadanos piensan, deciden, participan y exigen. Los ciudadanos no son profesionales de la obediencia sino del compromiso.

Desde esta perspectiva, el director ha de ser el representante de la comunidad y, por consiguiente, ha de ser elegido por ella. Ha de ser primus inter pares (primero entre iguales), un coordinador de la actividad y generador de buen clima y de relaciones positivas. Inspirador de proyectos y alentador de iniciativas. Funciona como “glutinador” de la comunidad, se apasiona por la formación verdadera, va más allá de los simples aprendizajes intelectuales. Se trata de una dirección educativa: educa a quien la ejerce y a quien recibe su influencia. Funciona como un director de orquesta que -siguiendo una partitura que todos los músicos ejecutan- coordina la actividad, los propósitos y los sentimientos del conjunto (el director sabe música; sabe lo que sucede con la participación de cada instrumento y con el efecto de conjunto). En definitiva, es un generador de feromonas que propicia el crecimiento y la maduración.

Relaciono lo anterior con el libro “Liderazgo: el poder de la inteligencia emocional” (2013) donde Daniel Goleman propone “mandar con el corazón” (lo dice para todo tipo de organizaciones): el liderazgo no es sinónimo de dominación, sino el arte de convencer a la gente de que colabore para alcanzar un objetivo común. Los grandes líderes nos hacen avanzar; encienden la pasión y despiertan lo mejor que llevamos adentro (logran “resonancia”); cuando tratamos de explicar por qué dan tan buenos resultados, hablamos de estrategia, visión o ideas con garra, pero la realidad es mucho más sencilla: el buen líder se sirve de las emociones. La inteligencia emocional (IE) se convierte en la condición indispensable para ejercer el liderazgo. Sin IE, un individuo puede tener la mejor formación del mundo, una mente aguda y analítica y una enorme abundancia de ideas inteligentes, pero le faltará madera de gran líder. La IE implica: 1) la autoconciencia: se trata de conocerse (“conócete a ti mismo”); la gente con autoconciencia no es ni demasiado crítica ni excesivamente optimista, sino sincera consigo misma y con los demás; transforma la rabia en algo constructivo; sabe a dónde se dirige y por qué; tiene sentido del humor autocrítico; sabe cuándo pedir ayuda; corre riesgos calculados; 2) la autorregulación o autogestión: hablamos de la tendencia a reflexionar y a meditar, de la comodidad ante la ambigüedad y el cambio; de la integridad (capacidad de reprimir deseos impulsivos) y la motivación (movilizar las emociones positivas para hacernos avanzar hacia nuestros objetivos; estar apasionados por el trabajo, por aprender, por crecer); 3) empatía: no equivale a “sensiblería” (no se trata de adoptar las emociones de los demás como propias y tratar de complacer a todo el mundo, lo que sería una pesadilla e impediría actuar); sí, implica considerar detenidamente los sentimientos de las personas a cargo, junto con otros factores, en el proceso de tomas de decisiones inteligentes; los líderes empáticos no se limitan a simpatizar con la gente que los rodea: utilizan sus conocimientos para que sus emprendimientos mejoren de forma sutil pero determinante; 4) la capacidad social: a solas no se consigue nada importante; la motivación del líder será inútil si no logra comunicar su pasión a la organización; los individuos con capacidad social suelen tener un amplio círculo de conocidos y facilidad para encontrar puntos en común con gente de todo tipo, es decir, para lograr una compenetración.

Para cerrar, volvamos a Santos Guerra. Esta vez, a su libro “Pasión por la escuela” (2012). Allí leemos su “Carta abierta a un director comprometido” donde vuelve sobre algunas cuestiones que plantea en “Las feromonas...”: “No necesito recordarte, porque lo sabes, que no necesitas pensar por todos, decidir por todos, hacer por todos. Es en la descentralización donde- paradójicamente- encuentra su fuerza la dirección motivadora. Los directores forman a sus subordinados como los océanos forman a los continentes: retirándose. No se puede olvidar que el término castellano ‘autoridad’ proviene del verbo latino auctor, augere que significa hacer crecer”.

Una visión jerárquica de la dirección, descendente, “autoritaria” es poco coherente con la naturaleza educativa de la escuela. Porque la escuela tiene que enseñar ciudadanía. Y los ciudadanos piensan, deciden, participan y exigen. Los ciudadanos no son profesionales de la obediencia sino del compromiso.

El liderazgo no es sinónimo de dominación, sino el arte de convencer a la gente de que colabore para alcanzar un objetivo común. Los grandes líderes nos hacen avanzar; encienden la pasión y despiertan lo mejor que llevamos adentro (logran “resonancia”).