Tribuna política

Pensemos un nuevo paradigma

Eduardo Duhalde (*)

Si observamos el acontecer cotidiano, de nuestro país y del mundo, salta a la vista que quienes tienen responsabilidades de proponer soluciones a los problemas de nuestras sociedades parecen arrastrados por el vértigo. Por lo general, los políticos aparecen corriendo detrás de los problemas, siempre a la zaga de los acontecimientos. En el más amplio arco ideológico y partidario, aquí y en otras latitudes, exhiben muy poca capacidad para anticiparse a los escenarios en que deben desenvolverse. Así las cosas, sus propuestas de solución a conflictos y necesidades de la sociedad resultan “desfasadas” de los hechos, como demoradas y antiguas.

Una primera explicación de este fenómeno es que el sistema político, en la Argentina y en el mundo occidental, se sigue encuadrando en el perimido esquema de “gobierno” y “oposición”. Se trata de una antigua y equívoca antinomia que es necesario superar. Y, pese a las reiteradas invocaciones a “cambiar” y a “trabajar todos juntos”, las prácticas de dirigentes y referentes siguen aferradas a esa vieja fórmula. Como políticos, resultan antiguos.

Ese modo de entender y ejercer la política tuvo su razón de ser en tiempos lejanos, cuando se establecieron las primeras formas de gobierno democrático moderno, para superar el absolutismo de los monarcas. Pero hoy, pasados más de 200 años, la vieja idea de que el que gana una elección, gobierna, y el que pierde, en el mejor de los casos, hace oposición constructiva, ha quedado irremediablemente desfasada de las exigencias que plantean las complejas sociedades de la actualidad.

La complejidad de la gobernanza en los tiempos que vivimos es de tal magnitud, que ya no da cabida a esa antinomia “gobierno-oposición”. No se trata de una cuestión de mejor o peor voluntad de los políticos, sino de un problema estructural, inherente al entramado de las sociedades actuales, cuya complejidad, superando lo estrictamente político, abarca ya dimensiones sociológicas, culturales y hasta incluso antropológicas.

Una mirada hacia el futuro

Desde ya que hay una alta cuota de responsabilidad de los políticos en ello. La pereza intelectual, la incapacidad, el egoísmo, el cinismo, o un peligroso cóctel de esos factores, hacen que los integrantes de la clase política no sean permeables a los cambios que se producen delante de sus ojos. Suelen ser reacios a modificar estructuras de gobierno y de organización social en las cuales se sienten extremadamente cómodos, pero que les impiden abordar de manera adecuada los desafíos del mundo contemporáneo, complejo y en permanente cambio.

Todos, en nuestra vida cotidiana, sabemos que el futuro se presenta incierto y desafiante. La propia experiencia nos muestra que muchas de las que considerábamos “verdades eternas” eran modos ya anticuados de ver el mundo. Y todo indica que dentro de poco seremos testigos de nuevos y mayores “desacoples” entre las formas habituales de pensar y las nuevas realidades, si no tenemos políticas y hombres avezados para anticiparnos.

Un solo ejemplo creo que alcanza para aclarar lo que sostengo: en nuestro país y en el mundo entero, los políticos prometen el pleno empleo, cuando todos sabemos que dentro de una generación, digamos unos treinta años, va a haber un desacople entre ese concepto de plena ocupación y la capacidad que tienen las sociedades para generar trabajo para todos. Dicho así, parecería que estamos ante un futuro dantesco. Pero si somos capaces de prever, desde un enfoque prospectivo, proyectando desde el presente de manera responsable, seguramente será posible encontrar respuestas adecuadas, y lo que ahora se ve como una catástrofe en ciernes pueda transformarse en acontecimientos manejables, obviamente enfocados y administrados desde una concepción muy distinta a la que tenemos hoy.

Siempre he sostenido, y es mi materia de estudio de estos últimos años, que debemos dar un espacio importantísimo a la visión prospectiva. Debemos estudiar cuidadosamente el presente para proyectar esos conocimientos hacia delante, previendo los escenarios en los cuales tendrán que desarrollarse nuestras sociedades a mediano y largo plazo. Algunos llaman a esto “estudiar el futuro”. De más está decir que no estoy propiciando recurrir a “augures” ni a la quiromancia, sino el abordaje científico y estratégico, en el estricto sentido del término, que permita anticipar los escenarios futuros y trazar cursos de acción en consecuencia.

Todo lo dicho hasta aquí, a mi entender, debe llevarnos también a repensar cuál es el rol de la política y sobre todo de los políticos del futuro. Todos sabemos que lo que en el mundo empresario se conoce como “Chief Executive Officer” (CEO) trabaja sobre el presente y trata de resolver los problemas y conflictos que va encontrando en el corto plazo. Esto, en sí mismo, no es ni bueno ni malo; es la conducta adecuada para su función, que corresponde a una específica cultura del trabajo y los negocios. Pero el rol del político es absolutamente diferente.

El político debe pensar y crear los escenarios hoy inexistentes, pero altamente probables, para anticiparse al curso de los acontecimientos y procesos, que hoy aparecen apenas esbozados como realidades incipientes. Debe estudiar, lo más científicamente posible, esa realidad en constante transformación para estar a la altura de los tiempos vertiginosos que nos toca vivir.

(*) Especial para El Litoral. Anticipo del libro que el ex presidente Eduardo Duhalde acaba de escribir sobre el Poder Moral.

La complejidad de la gobernanza en los tiempos que vivimos es de tal magnitud, que ya no da cabida a esa antinomia “gobierno-oposición”. No se trata de una cuestión de mejor o peor voluntad de los políticos, sino de un problema estructural, inherente al entramado de las sociedades actuales.