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Estados migrantes de los arquetipos del dolor

Gabriela Schuhmacher

Desde el primer poema de “Cesto de trenzas”, Natalia Litvinova (*) advierte: “Todas las mujeres/ de mi familia/ tienen un talismán/ que las protege”. Sin embargo, continua: “Yo no, pero miento/ para que me traten con cuidado”. De algún modo compensa la ausencia del amuleto inmortal que absorbe el mal con el engaño propiciatorio de algún alivio (“Mentiré para ser feliz”), o la sustituye con un caballo negro, que no logra acortar las distancias que separan las vidas.

Están presentes los rituales, las danzas, los cantos, la caza y lo gutural del dolor ante las faltas del lenguaje para nombrarlo. En ese silencio, irrumpe el “chillar”: del pichón ante la madre ausente, del arrancado de raíces de la tierra y del chancho-cena. Los poemas se distribuyen en dos partes, demarcadas por ilustraciones de Josefina Wolf, e inducen desde una imagen remota a lo universal de un saber hasta detenerse en lo personal y construir un conocimiento propio.

Las mujeres narran a los hombres y sus hábitos, al paisaje de los campos y los bosques donde abundan urracas, brujas, antiguos monjes y curanderas. La migración de la voz poética, más que un desplazamiento geográfico, construye un proceso donde la tradición encarna el destino del propio cuerpo: trenzas cortadas y guardadas en un cesto que parece cobijar y defender a las mujeres de un antiguo daño, de una pérdida que no es posible ni siquiera recordar. Entonces, vale más el aprendizaje junto a un amuleto mortal que se deja acariciar “por mi agua/ que viene y va”, que una joya guardada sin poderse usar. Es decir, que luego de pasar antiguas generaciones por el apego a la tierra y sus ciclos naturales; perduran miedos, sueños y pesadillas de lo propio convertido en extranjería. Trenzar una tiara de margaritas ante el deseo, las crines del caballo negro y suplicarle: “sé mi talismán, quiero que absorbas el mal y me recibas”, son estados migrantes de los arquetipos del dolor hacia él: “pero, ¿acaso/ alguien escucha/ ese relincho?”. Finalmente, son las tensiones del pasado y de lo ajeno, las que hacen vibrar el cuerpo transformado en talismán contra su maldición, en un “cesto de trenzas” donde “duele ese dolor llevadero”, dice la autora, “como tumores”: “Armoniosos calambres/ trenzan mis músculos/ y me hacen bailar en la cama”.

Me arriesgo a afirmar que el cuerpo de las mujeres es narrado por Litvinova, como recuerdo y espera: “el murmullo/ hacia el oído/ de nadie”, “en mí viven/ los que ya no están”; hasta alcanzar la forma que “abre su silencio hacia el conjuro”, como señala Elena Medel en la contratapa del libro, y así poder trascender lo familiar absorbiendo todo el sufrimiento y los males posibles del mundo.

(*) “Cesto de trenzas” de Natalia Litvinova. Llantén Editorial, 2018.

Me arriesgo a afirmar que el cuerpo de las mujeres es narrado por Litvinova, como recuerdo y espera.