LA POLITICA EN FOCO

El mandato de las balas genera tragedias en los barrios

Los enfrentamientos criminales derivados del narcotráfico suelen alcanzar cada vez más a personas inocentes.

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Germán de los Santos

El mandato de las balas es cruel en algunos barrios de Rosario y Santa Fe. Generan tragedias, que muchas veces alcanza a personas inocentes, que nada tienen que ver con el entramado que más genera violencia, que es el narcotráfico.

El jueves a la noche en Villa Banana, uno de las zonas más pobres de Rosario desde hace décadas, murió Soledad Gómez, una chica de 14 años que estaba en la vereda cerca de la medianoche con otros dos amigos, que también resultaron heridos por la ráfaga de una ametralladora. Dos hombres en moto pasaron por el lugar y lo rociaron con plomo. ¿Qué hacían esos chicos en la calle a esa hora de la noche? La familia respondió que si salen de día quedan en medio de los balazos.

Yanina, la tía de la chica que falleció cuando llegó al Hospital de Emergencias de Rosario, levantó el dedo acusador contra los narcos y la policía. No dudó un segundo, asediada por la bronca de ver morir a su sobrina de apenas 14 años, en encontrar a los culpables: “Los narcos que viven en las casas de los pasillos de Villa Banana pasan con las motos y cuando quieren matar a alguien disparan para todos lados”, aseguró Yanina a los medios de prensa, envuelta en una profunda bronca por lo que sucedió en esa zona, donde la muerte no descansa.

“La policía protege a los narcos, es pagada por los narcos, cuando uno llama por un tiroteo se hacen los boludos. Vienen y se van. Miran nomás”, repitió la mujer envuelta en lágrimas.

El 29 de marzo pasado las balas ya habían resonado en esa zona. A sólo tres cuadras de donde fue asesinada la chica de 14 años, fue acribillada Delia Díaz, una joven de 26 años y madre de tres chicos. Los vecinos hablan de una lucha por territorio en esa zona pobre, donde la policía parece ser el árbitro de un negocio ilegal, que se cobra la vida de los pibes.

Casos que se repiten

En el otro extremo de Rosario, en el norte, ocurrió unos minutos después un hecho similar, aunque nadie resultó muerto. El viernes a la madrugada en Perdriel al 1100, se enfrentaron a tiros dos bandas. El intercambio de disparos se habría producido porque una de los grupos intentó copar un búnker de venta de drogas y los que controlaban el lugar lo evitaron con sus armas. Un hombre de 48 años llamado José y un menor de 14 resultaron heridos. La policía encontró en el lugar una caja con marihuana y decenas de balas 9 milímetros.

En el tiroteo, mezclado también con una trama con el tráfico de estupefacientes, volvió a aparecer como protagonista y víctima otro menor, un pibe de 14 años, que recibió un tiro en la cara y está internado en estado reservado. El chico custodiaba el kiosco de venta de marihuana y cocaína en ese sector de la zona norte.

En lo que va de este año fueron heridos de bala 14 chicos, y en la semana que pasó cuatro fueron alcanzados por las balas. Se usan en este tipo de ataques armas cada vez más sofísticas y potentes, como ametralladoras y pistolas a repetición, que se obtienen de un mercado negro que siempre es fantasmal.

“Hay un acceso cada vez mayor a las armas de grueso calibre, y eso causa una preocupación especial”, aseguró el fiscal Florentino Malaponte a El Litoral. El investigador sostuvo que “el crecimiento del uso de armas de fuego se traduce en que en varios casos hay más de una víctima en un solo hecho”. Se nota que hay una planificación en los homicidios. El 50 por ciento de los hechos son con vehículos. Del total, la mitad desde motocicletas, la otra mitad desde automóviles. Y otro dato clave: el 75 por ciento de las víctimas no llega a los 35 años.

Palabras y datos

En la jerga narcocriminal se reasignan las palabras para camuflarlas. Esconderlas. Y a veces esa misión termina por darle una precisión extrema a las palabras cuyo significado replantea con otras “fallutas”. También le dan un sentido más cristalino al lenguaje, como cuando a las armas se las llama “herramientas”.

Detrás de estos datos hay un mercado negro, fantasmal, que alimenta con armas a los gestores de la violencia cotidiana. La oferta de “herramientas” para cometer hechos sangrientos es algo difuso y poco claro para los investigadores judiciales y para el Ministerio de Seguridad. Las armas parecen reproducirse pero hay escasa información de dónde salen, cómo se obtienen y quién las vende.

Una pistola 9 milímetros, la más usada en los homicidios en los últimos cinco años, no es otra cosa que una herramienta para matar, para amedrentar, para defenderse, para ser el más duro y guapo en el barrio, y sobre todo para ejercer el poder que se le discute al Estado, que es el único que puede usarlas a través de la policía.

Se nota que hay una planificación en los homicidios. El 50 por ciento de los hechos son con vehículos. Del total, la mitad desde motocicletas, la otra mitad desde automóviles. Y otro dato clave: el 75 por ciento de las víctimas no llega a los 35 años.

En la jerga narcocriminal se reasignan las palabras para camuflarlas. Esconderlas. Y a veces esa misión termina por darle una precisión extrema a las palabras cuyo significado replantea con otras “fallutas”. También le dan un sentido más cristalino al lenguaje, como cuando a las armas se las llama “herramientas”.