Esta noche, en Tribus Club de Arte

Una música del alma

Don Vilanova Botafogo se presentará en Santa Fe con músicos locales, para repasar clásicos del blues en el país y de su repertorio de siempre. Como banda invitada estará Litoral Blues.

missing image file

“Aryentain Blus Selebreishon” se escribe así como “una ironía para los que consideran que el blues es negro, que solamente se canta en inglés”, afirma.

Foto: Gentileza producción

 

Ignacio Andrés Amarillo

[email protected]

Miguel Vilanova, conocido como Don Vilanova o simplemente Botafogo, se ha convertido en una leyenda del blues en la Argentina. Esta noche llegará a Tribus Club de Arte (República de Siria 3572) para deleitar a su público con su guitarra, en compañía de tres músicos de la ciudad: Rubén Tissembaum, Francisco Martínez y Federico Weder. La banda invitada para la ocasión será Litoral Blues.

Las anticipadas se consiguen por sistema Ticketway y sus puntos de venta físicos: Credifé (Santa Fe, Rafaela y Esperanza), Nexon Santa Fe (sucursal Aristóbulo del Valle y sucursal Peatonal San Martín), Nexon Paraná (Centro) y Nexon Santo Tomé.

Antes de pisar el escenario de la Recoleta, el artista dialogó con El Litoral sobre su propuesta, su carrera y un género con tradición y futuro.

En el escenario

—¿Qué vas a estar compartiendo con el público?

—El año pasado saqué tres discos. Uno tiene que ver con un homenaje al blues argentino, se llama “Aryentain Blus Selebreishon”, donde toco temas históricos de nuestro blues en mis propias versiones: de Pappo (David) Lebón, Manal, Moris, La Mississippi, Memphis, los que siempre me gustaron. Después también salió un disco que se llama “Blues por los bares de las islas de Japón”, una vieja grabación que tenía de mis últimas giras por Japón: en vivo, grabado en dos canales en corte directo; con músicos japoneses, un guitarrista australiano. El último de todos, que salió a fin de año, se llama “Tocá la guitarra y callate”.

El show con los músicos de Santa Fe, Rubén y sus muchachos va a versar especialmente sobre el homenaje: muchas versiones de los temas que fueron nuestro blues. Se escribe como se pronuncia, una ironía para los que consideran que el blues es negro, que solamente se canta en inglés. El año pasado se cumplieron 50 años del primer disco de Manal; a mí me enseñaron que cuando algo en la cultura perdura 50 años ya puede ser parte de nuestro folclore. El blues en castellano empieza en Manal y paro ahí, porque podría hablar de Oscar Alemán, un chaqueño de sangre africana que tocaba la guitarra maravillosamente y en los ‘40 y ‘50 ya tocaba sus propios blues.

Mis 45 años de carrera tienen que ver con el rock argentino, al que vi nacer desde Los Abuelos de la Nada con Pappo y Pomo, los primeros simples de Almendra, la aparición de Manal. Soy un ciudadano que se influenció con esa música que influenció a todo el rock de habla castellana en el mundo.

Blues vivo

—En ese tiempo te convertiste en uno de los referentes vivos del blues argentino. La pregunta es si te pesa y si pensás que te dan los espacios acordes a eso.

—El rock argentino en general no tiene el espacio que le corresponde. Tenés un programa de cumbia hace 25 años y ni siquiera en el espacio de la Televisión Pública, que es del pueblo, hay un espacio para el rock argentino como se lo merecería. Dije recién que el rock argentino influenció a todo el mundo de habla hispana, incluyendo a España, toda Sudamérica. Cuando llegué a Madrid en el ‘78 el héroe era Moris, y antes había pasado Aquelarre. Esos les dijeron “canten en español”. Moris les mostró a las discográficas españolas que podía ser un éxito.

Sí supo dar ese espacio el glorioso Juan Alberto Badía. Desde la desaparición de Badía lo demás fueron dádivas: algún programita, dos temitas, un canal de cable; pero Tinelli, Susana Giménez o Lanata no van al cable, van a la televisión de aire. Alguno podrá decir “después de Cromañón”, o “viste este Cordera”, o “el de El Otro Yo es un violador”; no es justificación para el hecho artístico. Delincuentes hay metidos en todos los ámbitos de la vida de un país.

La verdad es que hay muchos representantes del blues en la Argentina. Hay gente joven y veteranos. Vengo de tocar en La Casita del Blues (un escenario que puso José Palazzo dentro de Cosquín Rock): fue maravilloso. Hay gente que le da la importancia que tiene, el blues se mantiene a pesar de que tenés a todo el aparato corporativo de medios apoyando a otra música: electrónica, este falso rap o trap. Salen diciendo “qué maravilla esta música”, y es un pibe que está en la casa con una computadora, que no sabe lo que pasa afuera, y se convierte en una estrella.

Paralelamente pasan cosas con el rock que antes no pasaban: un simple grupo de barrio que se influenció de sus ídolos hoy puede llenar una cancha. Y el blues está vivo: voy a llevar a un pibito que vino a tomar clases conmigo y tiene 15 años: toca como Stevie Ray Vaughan, pero influenciado por el blues tanto argentino como de afuera. Cada día toca mejor, se llama Joaquín Casas. No sé cómo le llegó, por los padres o por algo, pero es un presente extraordinario. Después están Daniel Raffo que es un súper guitarrista, Alambre (González) que más allá de ser un guitarrista overall cuando toca blues es tremendo.

—¿Cómo es el camino a la excelencia en el género?

—Gracias a los artistas que siguen surgiendo, haciendo su material; gracias a algunos poquitos sellos que siguen respetando y honrando el estilo, que forja a otros músicos. Los Beatles y los Rolling Stones surgieron de cuando Muddy Waters llegó a Londres con el sonido de una Telecaster y un Twin Reberb, de ahí salió todo lo demás. Creo que el YouTube ayudó: yo mismo tenía nombres y sonidos en mi cabeza que jamás había visto, y pongo “Robert Johnson”, o pongo “Son House” y puedo verlo en vivo mandándose un escupitajo en medio de un acorde. Hay muchos chicos que están atentos: cuando se cruzan con el sonido del blues y rascan un poquito la superficie se encuentran con miles de artistas, grabaciones, y se dan cuenta de que es una música del alma y del corazón. Los que se meten como músicos se encuentran con la excelencia del estilo, con la pureza, con el feeling, y se dan cuenta de que pueden ir forjando su propio estilo, su identidad, a partir de esas seis o siete notitas de la escala de blues.

El Carpo

—Compartiste mucho con Pappo. ¿Alguna anécdota para recordar?

—El primer día que lo conocí empezó la gran anécdota. Él tenía un plomo que se llamaba Darío, que tocaba la batería conmigo en el barrio. A Pappo le gustaba mucho tocar, y cuando no estaban los músicos oficiales tocaba con mi amigo. Un día necesitó una banda, le faltaba un bajista, y Darío le dijo: “Tengo un amigo en Belgrano que toca la guitarra, pero sabe todos tus temas”. Se vino una noche para el sótano de la peluquería de mi padre (donde solía tocar con Darío) y estuvimos toda una noche (desde las diez hasta las ocho de la mañana que abrió mi viejo) tocando, comimos, seguimos tocando. Ahí empezó mi carrera como músico, ahí lo pude tener al lado al que veía en la tapa del disco o en una Pelo, y lo escuchaba en un disco o en la radio.

Después tuve la suerte de tocar con él en España. Teníamos un trío consolidado con trabajo, manager, gira, y un día desaparece. El manager nos quería matar, y el gallego dijo: “Vosotros cumplid los contratos firmados o los mato, tíos”, y puso una 9 milímetros arriba del escritorio. Tuve que hacer de Pappo para zafar tres o cuatro contratos: nos juntamos con Gustavo Gregorio, Darío en la batería y yo. Le dijimos al manager que no mande afiches con foto, al iluminador que no ilumine de frente, pedí prestada una campera, me batí el pelo. Así que puedo decir que alguna vez fui Pappo (risas).

Generosidad

—Tocaste en Chicago, tocaste con Deacon Jones, con Taj Mahal. ¿Qué significa que músicos estadounidenses te abran la puerta ante ese mito de que el blues es sólo negro?

—Ese es un mito nuestro, a los negros les encanta que se toque blues en todos lados, y no pueden creer que en la Argentina, a miles de kilómetros en el mismo continente se toque. Cuando vienen y tocan con los músicos de acá se quedan maravillados, y dicen que somos los que más negros tocamos. Y además la gente los abraza, les da besos: parece un detalle menor, pero para los que han vivido y viven de discriminación racial es fuerte.

Me acuerdo de que fui invitado a una convención en Washington, DC, en unos salones de los alrededores del Capitolio. Estaba Taj Mahal. Yo fui con Bruce Ewan, un gran armoniquista con quien supimos tocar en Santa Fe. Cuando Taj me vio dejó de hablar con los que estaba y desde el fondo me pegó un grito: “¡Ey, Botafogo!” (lo dijo perfecto, porque a los yanquis les cuesta mucho decir Botafogo). Se vino a darme un abrazo, me presentó con los músicos. “¿Cómo está mi amigo Pappo?”. Le dije que bárbaro, que estaba grabando un disco (era el último). Les dijo a los que estaban ahí (gente del blues, negros y blancos): “No saben cómo tocan estos gatos el blues en la Argentina”.

Si el arte no hace una limpieza en tu conciencia y en tu alma no ha servido de nada. Y creo que esos grandes músicos como Taj Mahal (que aparte es musicólogo) se meten en profundidad y trascienden el ego de decir: “Qué reconocido que soy, firmo autógrafos, me llaman de las radios”. Se relacionan con el mundo de otra manera.