Llegan cartas
Llegan cartas
Notre Dame, un delirio
Karina Zerillo Cazzaro
Alguien alguna vez me dijo que las obras, sea cual fuere su tipología y materialidad eran sólo eso; un manojo de elementos amalgamados con creatividad y esfuerzo, con habilidad y oficio para narrar alguna historia. Y aunque su valor de uso pudiere acompañar a toda la carga simbólica que le fuere conferida en su creación, una obra evoluciona en sentido acorde a la lectura que cada tiempo de ella infiera. Las creaciones no mueren, pero con el devenir dejan de narrar su relato original.
Toparme con la imagen en la pantalla de una Catedral de Notre Dame ardiente fue ver por primera vez a la real Notre Dame mostrar su esencia, esa que ningún turista vio y que ningún historiador hubiere podido narrar nunca. Más allá de su materia, lejos de toda utilidad la Catedral cobraba vida. Pueden pensar que deliro, pero los que crean maravillas como esa “obra” -aún lo es-, también lo hacen.