Peisadillas

Viviendo “La Reina del Plata” sin plata

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En Buenos Aires. Sin una moneda y sin víveres, partí hacia la ciudad de los cafés literarios, el teatro, el cine, las manifestaciones culturales del “Instituto Di Tella”, las ferias de arte callejeras, las librerías de usados... allí viví un gran recreo cultural. Foto: Archivo

Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)

Estos sueños inquietos, pero no inquietantes, son compartidos cada sábado por mí y repartidos por canillitas y kioscos de revistas, “litoral diaaaario” era el grito de guerra de cientos de muchachos que invadían la última hora de la siesta, si era una siesta larguera, o las primeras horas de la tardecita. Si era verano, el anuncio de la salida del vespertino era precedido por salvajes e insistentes mosquitos laguneros, que se entusiasmaban con el tobillo desprevenido del vecino de barrio, sillón playero mirando a la calle, manguera enrollada y piso húmedo para apaciguar el calor, la “vieja” entrando y saliendo con el mate en jarrita, dulce, cebado directamente de la pava. Si era invierno, de esos que eran crudos, porque los inviernos de antes sí que eran inviernos; la tenue luz de una lámpara de pie se disparaba por las ventanas, el diario “sábana” entre las manos desplegado artísticamente y el cigarrillo en un cenicero, o una copita de alguna bebida espirituosa para apaciguar el frío. Memorias de mi inminente adultez, la mitad de la década del 60 danzaba al ritmo de la música rock foráneo y el incipiente resurgimiento de los primeros músicos que se convertirían en la piedra fundacional de lo que sería llamado el “Rock Nacional”.

En el año 61’ yo estaba cursando abogacía en la U.N.L, y ante mi primer desaprobado y dándome cuenta que el derecho no era lo mío, pues venía torcido y sin un horizonte leguleyo, huí, con permiso de mis viejos; sin una moneda y sin víveres partí hacia Buenos Aires. Si bien mi primera intención fue empezar a estudiar periodismo, la gran parte del tiempo que estuve en la “Gran Ciudad” mediaba mi tiempo libre con algunas visitas a los medios porteños para ver como trabajaban y con la secreta ilusión de aprender y poder laburar de lo que sería mi pasión. No sé qué pensaron mis viejos en esos casi dos años en los que supuestamente me iba devanando las pestañas estudiando o trabajando, ya que fue expreso el pedido de “usted trabaje y se paga los estudios”. Vivía en la casa de mi tía Maruca, en pleno corazón de Barrio Norte, lindante a la Recoleta, y mi tiempo fue como un gran recreo cultural, poco más de un año y medio donde no había café literario, teatro, cine, manifestaciones culturales que se daban en lugares como el “Instituto Di Tella”, ferias de arte callejeras, librerías de usados, que no frecuentara. Hice un tiempito para estudiar... en el Diario La Razón el gran Maestro Félix Laiño dictaba cursos de Comunicación, eran cursillos ocasionales y yo me anotaba en cada uno de ellos. Nutría mi experiencia porteña con toda la prensa escrita de aquella época, revistas de historietas, del corazón y de otros órganos, también historietas como “Hora Cero” y por supuesto cualquier libro de autores como por ejemplo: José Ingenieros, Ernesto Sábato, Walt Whitman, Arturo Jauretche, Tomás Eloy Martínez, Jorge Luis Borges, Bioy Casares, Victoria Ocampo y todo lo que caía en mis manos. Época profusa en autores y en publicaciones, y yo me financiaba la lectura y otras aficiones con el sueldito que cobraba como cadete en “Braudo, la casa de los dos pantalones”.

Iba al “Petit cafe” de avenida Santa Fe, origen semántico de los “Petiteros”. Uno de los gustos que me daba cuando la propina me sobraba era ir a comer unos “vermichelli”, al tuco y pesto de “Pipo”. Y los sábados por la tarde asistía al programa de mi ídolo Nicolás “Pipo” Mancera, y su programa “Sábados circulares”.

Mi estancia porteña se terminó en una fiesta de fin de año, cuando una prima me presentó a Gudiño Kieffer, y conseguí mi primer trabajo en LT 10, cerrando mi primera etapa de formación, entrando de lleno a lo que sería mi profesión. Los dos años que siguieron fueron fundamentales para lo que vendría, pero ese gran recreo finalizó con un marcial campanazo... fue por el llamado al Servicio Militar Obligatorio, la “Colimba”. Mi experiencia castrense, como creo que a cada uno de los que leen mi columna asentirán, está plagada de anécdotas y nombres recurrentes de ésta querida tierra húmeda del Litoral. Pero eso, es otra Peisadilla, de frenteeeee ¡March!