Crónica política

“No me pregunten por qué”

missing image file

Rogelio Alaniz

I

Cuando me preguntan sobre el resultado de las elecciones, bajo el supuesto que como soy periodista dispondría de un saber especial, respondo que ese resultado recién se lo podré dar el domingo 27 de octubre a la noche, cuando se cuente hasta el último voto y el perdedor admita que perdió. No me lavo las manos, ni soy necio, ni desconozco lo obvio, pero los pronósticos son un lujo que nos podemos permitir en el fútbol, pero no en una elección presidencial. Por lo pronto, las elecciones están movilizando en la calle y en todos los lugares a millones de personas, una movilización de pasiones e intereses que seguramente legitimará a quien obtenga más votos, pero al mismo tiempo le advertirá a ese ganador que habrá una oposición que le impedirá hacer lo que se le ocurra, pero por sobre todas las cosas le señalará que gobernar para una nación significa gobernar para todos y no para una facción.

II

Cuando me preguntan por qué el kirchnerismo mantiene una relación agresiva y autoritaria con los medios de comunicación y los periodistas, respondo que en este punto el kirchnerismo es fiel a su tradición peronista, tradición que desde sus inicios tuvo “dificultades” con la prensa, como lo atestiguan las persecuciones y el cierre del diario La Prensa en 1952. O las gestiones de extorsión llevadas adelante por Emilio Visca y Alejandro Apold. Si ayer fue “La Prensa”, en los años de los Kirchner la víctima propicia fue Clarín. Y si alguna vez los censores fueron Apold, Visca o Paulino Tato, hoy pretende serlo Adolfo Pérez Esquivel y su séquito. Como dijera alguna vez Jean Francois Revel: “¿Quieres saber quiénes son los enemigos de la libertad de expresión y la prensa libre? Presta atención a los que siempre están preocupados por limitarla con un argumento u otro, con frase de izquierda o de derecha, en nombre de Dios o de la patria”.

III

Cuando me preguntan sobre el testimonio más duro que podría brindar para aludir a un atropello al periodismo por parte de un presidente de la nación, inevitablemente debo recordar aquella conferencia de prensa celebrada en la residencia de Olivos el 8 de febrero de 1974, que tuvo como protagonistas al presidente Juan Domingo Perón y a la periodista Ana María Guzzetti. A la periodista del diario El Mundo se le ocurrió preguntarle “al primer trabajador” (que ya se había solazado en explicar la labor desarrollada por los “infiltrados” en el movimiento y había ponderado los beneficios de la ley de prescindibilidad en la administración pública para echar a los elementos indeseables) si tenía algo que decir acerca de los atentados fascistas cometidos en las dos últimas semanas y que incluían el asesinato de doce militantes populares y la voladura de alrededor de veinticinco unidades básicas, más el reciente asesinato en la calle de un periodista.

IV

La respuesta de Perón no tiene precedentes en la historia de presidentes constitucionales nacionales y extranjeros en una conferencia de prensa, porque me atrevería a creer que hasta un dictador hubiera vacilado un instante antes de decir lo que dijo. En primer lugar, Perón interrumpe a la periodista para preguntarle si tiene pruebas de lo que dice. Y acto seguido le ordena en voz alta a un funcionario para que le inicien acciones legales a ella ante el Ministerio de Justicia. Nunca visto: un presidente en conferencia de prensa ordena investigar y posiblemente procesar a una periodista porque pregunta. Y después nos preguntamos los argentinos de dónde viene esa cultura de escupir imágenes de periodistas en Plaza de Mayo o de iniciar tareas de Torquemada contra el periodismo de investigación.

V

Ana María Guzzetti insiste con su pregunta -en un encomiable acto de coraje periodístico profesional, porque sabía no solo con quién se estaba metiendo, sino las consecuencias que provocaría en su contra su audacia- para que Perón le diga qué medidas concretas está tomando para terminar con los parapoliciales. Y la respuesta de Perón, el presidente de la nación, demuestra que cuando se lo proponía era capaz de superarse a sí mismo: “Las medidas las estamos tomando contra la ultraizquierda y la ultraderecha, la ultraizquierda que son ustedes (amenaza el presidente de la nación en plena conferencia de prensa en Olivos) y la ultraderecha. Después agrega que “esa pelea entre ultras deben arreglarla entre ustedes, porque nosotros lo único que podemos hacer es detenerlos a ustedes, porque nosotros lo que queremos es paz y ustedes lo que no quieren es paz”. Atribulada, a la periodista no se le ocurre nada mejor que recordarle a Perón que ella es desde hace trece años militante peronista (un psicólogo por allí) y entonces su jefe le responde a la señorita Guzzetti con una frase que hubiera inquietado a una feminista contemporánea: “Hombre... lo disimula muy bien”. No solo que tal vez sin proponérselo le niega su condición de mujer, sino además, como lo sabremos luego, le va a negar algunas cosas más dolorosas, noticias que conoceremos quince días después cuando la policía de Villar y Margaride la detengan y la sometan a apremios ilegales. A modo de crítica, observo que en esta conferencia de prensa ningún periodista de los presentes en Olivos dijo una sola palabra en defensa de Guzzetti, una sola palabra acerca de lo que constituye el acto más flagrante de ataque del máximo poder político a una colega.

VI

Cuando me preguntan sobre la libertad de prensa, respondo en términos parecidos a los que respondo cuando me refiero al antisemitismo o a los orígenes de la denominada grieta. En toda sociedad anidan tentaciones autoritarias. Siempre habrá un energúmeno que expresa sus prejuicios contra los judíos. O siempre habrá un director de un diario que quiera imponerle condiciones inaceptables a un periodista. Pero en todos los casos la situación adquiere tonos graves o nos coloca en los umbrales de autoritarismo cuando el antisemitismo o la libertad de prensa es auspiciada desde el Estado. Y lo que el populismo nos enseña es que sus ataques a la prensa los perpetran desde el Estado, del mismo modo que a la “grieta” la constituyeron desde el Estado, desde las interminables “cadenas nacionales” y el afán nunca disimulado de “ir por todo”, es decir de concentrar el poder al mejor estilo Juan Manuel de Rosas: la suma del poder público. No exagero. Esas tentaciones están presentes en la cultura populista. Lo han hecho cada vez que tuvieron poder. Es historia y está escrito.

VII

Cuando me preguntan si el posible retorno del peronismo autoriza irse del país porque regresan los idólatras del régimen chavista y los animadores del sórdido “Ministerio de la Venganza”, respondo que más allá de decisiones individuales los argentinos debemos quedarnos en la Argentina para defenderla en nombre de nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos; defenderla de los autoritarismos, la corrupción, la posibilidad de hundir al país en una tragedia como la de Venezuela. Nuestro deber es ser argentinos y ese testimonio de ciudades extendidas a lo largo y a lo ancho del país, con multitudes movilizadas en apoyo a Macri, son un testimonio social y cultural, porque más allá de lo que digan las urnas, esas multitudes expresan que la libertad, la república y la decencia siguen siendo valores a los que adhieren millones de argentinos.

VIII

Cuando me preguntan sobre el futuro del próximo presidente respondo que sea quien fuere, le va a tocar bailar con la más fea. O para decirlo de una manera más agradable y personal: no le envidio ni el trabajo ni la suerte. La presidencia de la nación -es bueno saberlo- es un oficio insalubre. Porque la Argentina que nos espera ya no admite más coartadas. No hay posibilidades de emitir, de aumentar impuestos, de pedir plata o de aguardar la llegada de algún milagro. Gane quien gane, el destino nos obliga a encontrarnos con nosotros mismos, mirarnos de frente y decidir qué queremos hacer con nuestro país en el siglo XXI.

Ese testimonio de ciudades extendidas a lo largo y a lo ancho del país, con multitudes movilizadas en apoyo a Macri, son un reflejo social y cultural, porque más allá de lo que digan las urnas, esas multitudes expresan que la libertad, la república y la decencia siguen siendo valores a los que adhieren millones de argentinos.

La Argentina que nos espera ya no admite más coartadas. No hay posibilidades de emitir, de aumentar impuestos, de pedir plata o de aguardar la llegada de algún milagro. Gane quien gane, el destino nos obliga a encontrarnos con nosotros mismos, mirarnos de frente y decidir qué queremos hacer con nuestro país en el siglo XXI.