Crónicas sueltas

“Te quiero conocer, saber a dónde vas...”

Rogelio Alaniz

I

Tal vez la expresión más sincera o la manifestación más espontánea del peronismo a la hora de evaluar las recientes elecciones las expresaron Pablo Echarri y Dady Brieva, demostrando una vez más que los actores cuyo oficio es la ficción suelen ser los que expresan con más nitidez aquello que se llama “las verdades del corazón”. Echarri y Brieva no solo manifestaron la sensación amarga o el sinsabor o sentimiento de nada que sintieron cuando la victoria de su fuerza política se impuso por una “estrecha, mezquina y miserable” diferencia de ocho puntos, cuando ellos esperaban por lo menos una diferencia de veinte o, lisa y llanamente, arrasar al adversario partiendo del supuesto -de cristalina transparencia populista- de que el peronismo expresa al pueblo y Macri es la representación de un puñado de oligarcas y multimillonarios que viven de espaldas a la Nación, cuando no residen en Punta del Este, Miami o los Alpes suizos, siempre dedicados a su dulce oficio de hambrear al pueblo y humillarlo. Echarri y Brieva expresaron en voz alta lo que todo populista con sangre en las venas siente realmente, aunque a veces la prudencia política obliga a callar. El problema que presenta este “imaginario” es que se aleja del apotegma peronista “la única verdad es la realidad”, sobre todo cuando es esa realidad la que les presenta un escenario con una oposición del cuarenta por ciento de los votos, algo así como diez millones de personas, motivo por el cual resulta muy difícil sostener la primera premisa del peronismo: que Macri, es decir el antipueblo, los oligarcas, son apenas un puñado insignificante de vendepatrias. Palabras más palabra menos, para este paradigma de peronista clásico que representan Echarri o Brieva, la fiesta de gala tan ansiada fue apenas una peña, tan popular y modesta como la que reúne a los amigos del taller mecánico de la vuelta todos los lunes a la nochecita.

II

Después de ese escenario que osciló entre el vodevil y el grotesco y que tuvo como protagonistas exclusivos a Cristina y Kicillof, Alberto Fernández movió sus propias piezas y convocó a gobernadores, intendentes y políticos a la ciudad de Tucumán no a declarar la independencia de la Nación, pero sí inspirados en el deseo secreto de declarar la independencia de Cristina. El objetivo es previsible, incluso justo, pero como aconseja el realismo político estos pasos trascendentales se hacen con lo que hay y lo que hay se llaman, entre otros, Insfran, Casas, Scioli, ese heredero brillante de Juárez que se llama Zamora y el propio gobernador de Tucumán y anfitrión de la fiesta, Juan Manzur, quien se dio el gustazo de identificar su ceremonia de asunción de un nuevo período de gobernador con la victoria nacional del peronismo; aunque habría que señalar -para ser justos- que ese reconocimiento Manzur se lo merecía en tanto se asegura que fueron sus relaciones carnales con los multimillonarios recursos de la industria de los medicamentos los que financiaron la campaña electoral no solo de tío Alberto sino también de “Chiquito” Kicillof quien, dicho sea de paso, estuvo ausente en esta cita en la azucarada y cálida tierra de los Gardelitos y Mario Malevo Ferreyra, y que Manzur honra con su gobernación.

III

No me consta de todos modos de que existan diferencias insalvables entre Cristina y Alberto, como tampoco estoy dispuesto a creerle al pie de la letra al aforismo de Alberto: “Cristina y yo somos lo mismo”, pero sí estoy seguro de que entre albertistas y cristinistas la interna ya está lanzada y esperemos que en la ocasión la disputa no se parezca a la que los muchachos protagonizaron a partir de marzo de 1973, una posibilidad que en lo personal considero remota porque no existe el clima homicida que flotaba en el aire en aquellos años, aunque, como dijera tío Colacho, suspirando levemente, moviendo apenas el arco poblado de sus cejas y con un movimiento de párpados que nunca se sabe si es un tick nervioso o un guiño: “Con el peronismo nunca se sabe”.

IV

La oposición obtuvo el cuarenta por ciento de los votos, lo cual fue algo así como una suerte de victoria moral, pero si tomamos algo de distancia o si nos limitamos a razonar en términos de poder político, hay que admitir que se trata de algo parecido a un premio consuelo que no se lo debe subestimar pero tampoco sobreestimar. El otro interrogante de la oposición es quién o quienes la liderarán, porque si bien existe la sensación de que ese lugar le corresponde a Mauricio Macri, las recientes declaraciones de los radicales planteando que es necesario pasar de un acuerdo parlamentario a un acuerdo político con socios en igualdad de condiciones, sugirieron que ese liderazgo de Macri no es tan unánime como parece a primer golpe de vista, sobre todo si además de los radicales sumamos la tal vez previsible renuncia de Lilita Carrió y los rumores cada vez más insistentes de que Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal no están tan dispuestos a ocupar segundos planos. Macri, que a cierta edad aprendió a ser intendente y a otra edad empezó a aprender a ser presidente, ahora deberá aprender el oficio de liderar la oposición, oficio que exige condiciones singulares en un país como la Argentina que está muy lejos de contar con la experiencia de, por ejemplo, Inglaterra, en el que la oposición a Su Majestad es un atributo que se ejerce respaldado en la tradición, la responsabilidad y el sentido común.

V

Se sabe que toda decisión política puede ser motivo de elogio o de crítica, porque en este oficio el punto de vista, como le gustaría decir a Henry James, suele ser decisivo. Hecha esta consideración, señalo que la incorporación de Vilma Ibarra, Gustavo Béliz más los aportes de Sergio Massa o Felipe Solá pueden leerse como una capitulación cortesana ante la majestad de Cristina o como una insolente mojada de oreja a una mujer que entre otras virtudes se le reconoce que no olvida ofensas ni perdona traiciones. En homenaje a la memoria observamos que Vilma Ibarra calificó al relato de Cristina de obsceno y como para que no quedaran dudas de lo que efectivamente piensa de ella se tomo el tiempo necesario para escribir un libro: “Cristina versus Cristina”, que transforma a Fernando Iglesias en un abnegado militante de base de la unidad básica El Calafate. A Felipe Solá, como para probar que mejor que decir es hacer, no se le ocurrió nada mejor para expresar las disidencias personales y políticas que tenía con Cristina, de aliarse nada más y nada menos que con Mauricio Macri. Mientras que Gustavo Béliz, para lograr el sustento de su familia y proteger su salud, debió armar apresuradamente las valijas para ganarse la vida en EE.UU., porque en la Argentina don Néstor había dado orden a empresarios que no le den trabajo so pena de despertar sus furias, y ya para entonces estos empresarios sabían que al “Furia” (dixit Jorge Asís) no había que ponerlo furioso. De Sergio Massa y sus relaciones con Cristina, alcanza y sobra con recordar que en sus discursos de barricada prometió meterla presa a ella y a los chicos de la Cámpora, empezando por Máximo, el mismo con quien el domingo a la noche se abrazó en la tribuna, abrazo que en el caso de Máximo hay motivos para suponer que fue tan sincero (hijo e tigre ai ser, diría tío Colacho) como los que daba su padre. Por último, y de esto no hace mucho tiempo, el Alberto sintetizó sus opiniones acerca de la mujer que luego le regaló el bastón de mariscal, con el inquietante y sincero diagnóstico de psicópata.

VI

Las declaraciones de Jair Bolsonaro descalificando al presidente que ganó las elecciones en la Argentina son además de insolentes y groseras, temerarias, un incalificable acto de irresponsabilidad del presidente de un país vecino con casi doscientos millones de habitantes y con el que mantenemos relaciones respetuosas y pacíficas desde hace casi dos siglos. Lo más patético de todo es que a estas declaraciones Bolsonaro las hace en Arabia Saudita, una monarquía absoluta y una dictadura teocrática y criminal sobre la cual no dijo una palabra. Lo de Bolsonaro es indefendible y creo que imperdonable, por lo que sería deseable que la flamante oposición diga una palabra sobre esta agresión, porque en este caso no se trata de defender a una persona en particular sino a una voluntad soberana y a un estado nacional que se llama Argentina.

Después de ese escenario que osciló entre el vodevil y el grotesco y que tuvo como protagonistas exclusivos a Cristina y Kicillof, Alberto Fernández movió sus propias piezas y convocó a gobernadores, intendentes y políticos a la ciudad de Tucumán, no a declarar la independencia de la Nación, pero sí inspirados en el deseo secreto de declarar la independencia de Cristina.