Llegan cartas

El mundo es un pañuelo

Miguel Ángel Reguera

En tantos años, ellos han sabido danzar como mariposas al compás de la zamba, descansar en el bolsillo de la chaqueta del dandy, secar la mano del ronco cantor de tangos o caer en el descuido disimulado de la dama, en un intento de alentar al amor desprevenido.

También supieron proteger las cabezas de los hinchas al calor del impiadoso sol durante una tarde de fútbol o bajo el fuego veraniego que derretía a los obreros de un edificio en construcción.

Algunos pañuelos me hacen pensar en las siempre tristes despedidas. La familia de los inmigrantes que los acompañaban en sus sueños, saludando hasta que el barco fuera un punto en el mar. Y el respetuoso vaivén en las manos, al paso del cortejo fúnebre de aquel político, que iba en busca del lugar final donde pudieran honrar su memoria. Hay pañuelos blancos que hablan de dolor, de búsqueda y del amor infinito de una madre. Otros pañuelos reclaman en verde la sanción de una ley y se enfrentan, plaza de por medio, con otros pañuelos del color del cielo. En otro lugar, los pañuelos violetas claman por el respeto a la vida y los derechos de las mujeres. Y también recuerdo pañuelos festivos: rojos, amarillos y azules que se transforman en flores, gracias a la capacidad del ilusionista o tal vez porque éste cuenta con la ayuda extraordinaria de una varita mágica.

Existe uno que anudado en la mano sirve para no olvidar los encargos a cumplir ese día. Pero también puede emplearse como instrumento extorsivo del destino, a la voz de “Pilato, Pilato, si no se me cumple no te desato”. De niños algunos pañuelos permiten que seamos piratas, rancheros o vaqueros y de adultos se pueden usar para cubrir la cabeza en señal de respeto religioso. El pañuelo es aquel amigo que secó la transpiración de nuestros abuelos laburantes. También el que nuestros padres usaron para enjugar las lágrimas de nuestro primer día de escuela. Y es aquel que nosotros perfumábamos ante la mínima posibilidad del galanteo amoroso.

Y ni hablar de usar estos “paños pequeños” en caso de resfrío, para sacar una basurita del ojo o cubrir pequeñas lastimaduras, porque suenan a banalidades frente a sus otras importantes funciones.

Para algunos posmodernos, que viven en un mundo descartable, el papel tisú puede ser un sucedáneo del pañuelo. Para los que creemos que debe existir correspondencia entre el significante y el significado; los que pensamos que la corrupción no es desprolijidad, que la impostura no es equivocación, que la indolencia no es olvido, que la exclusión social no es falta de mérito o que un ladrón siempre lo es (no importa en qué actividad ejerza su oficio); para los que deseamos que de una vez por todas se empiecen a llamar a las cosas por su nombre, el mundo sigue siendo un pañuelo... de tela.