Temporada marplatense
Extrañando a Rita y a Billy Joel

Rodolfo Ranni, Viviana Sáez, Pablo Sorensen, Yani Giovanetti, Fabián Gianola, La Queen, Jazmín Laport y Fernando Corona estelarizan “Burlesque Baires Show”, espectáculo de comedia dirigido por Osvaldo Laport. Foto: Gentileza producción
Raúl Emilio Acosta
En el Teatro Provincial, arreglado, actualizado, propiedad de Aldrey Iglesias y regenteado por Carlitos Mentasti, hombre de linaje en el cine y el teatro nacional, se presentó el espectáculo titulado “Burlesque Baires Show”.
Los protagonistas son: Rodolfo Ranni, Viviana Sáez, Pablo Sorensen, Yani Giovanetti, Fabián Gianola, La Queen, Jazmín Laport y Fernando Corona. Las cosas como son, el espectáculo se autocalifica de “inclusivo” debido a que en escena actúan, de ayudantes, cuatro niñas jóvenes, de mas de 18 y menos de (¿...?) con malla enteriza y ropaje y postura de vedettes y/o coristas y que tienen en común que sus cuerpos no son los que se elegirían en un casting tradicional. Jóvenes y entusiastas señoritas, acaso buenas actrices, que no tienen físicos livianos o al uso estético imperante. Es un punto a favor de la obra. La dirige Osvaldo Laport. La trama es sencilla. Matrimonio del espectáculo, él empresario, ella vedette. Ranni y Viviana Sáez. Hijas, ayudantes, celos, socio capitalista, nueva vedette. Amor libre, sexos alterados, final feliz.
Burlesque es un término francés (“burlesco”). El burlesque surgió como una especie de género literario que tenía como hilo central la ridiculización de un tema. Exageración de rasgos, como la parodia para hablar de un tema ridiculizándolo, exaltando algo que socialmente era inaceptable o denigrante.
De ese estilo literario, fueron surgiendo espectáculos teatrales que contenían esa burla exagerada de los aspectos más oscuros de la sociedad.
Del burlesque victoriano, la extravaganza y la pantomima británica surge el travesty, un tipo de burlesque dramático que tenía como tema principal la ridiculización de los roles de género.
El burlesque americano fue la primera de todas las corrientes que empezó a incluir el contenido de índole sexual. Por eso empezaron a mezclar el burlesque con vodevil, cabarets y music saloons, y a introducir a mujeres ligeras de ropa y temática sexual dentro de la trama.
Joel Grey, el presentador de “Cabaret” en cine aquí sería Fernando Corona. Decir “Ladies y Gentlemans” requiere un modo elemental del teatro. En poquísimo tiempo... mucho. No está Joel Grey. Tampoco Billy Joel para contarnos la historia del hombre del piano y su fracaso mas exitoso. Las canciones son bien gritadas. Hay pista. Hubiese estado lindo un pianista como ése de “Piano Man”. Vestiría de otro modo la sordidez que se quiere contar.
Hace años, muchos años, Carlos Perciavalle decía, en el Teatro Odeón en Buenos Aires: “Hay que trabajar mucho para encontrar tres negras que no bailan a ritmo ni cantan bien y, además, no tienen sex appeal...¡ Yo las encontré!”.
Todos nos reíamos. Solo él lo podía decir sin que ofendiese. Aquel espectáculo fracasó. No por esas señoritas sino porque la trama, presentar en broma un teatro de cuerpos y efectos visuales, más señales eróticas y monólogos, requería de un trabajo serio. Carlitos Perciavalle no era ni es serio, digo: trabajador consecuente y esforzado. En “Burlesque” campea el espíritu de Carlitos Perciavalle.
Si uno busca la definición de “arte Kitsch” encontrará algunas respuestas en lo que sucede en Teatro Provincial. Ni tan vulgar ni tan provocativo, pero muy adaptado a la exigencia del mercado. Una suerte de Lavoissier de la utilería y la cuarta pared rota a pedazos: Nada se pierde. Todo se transforma peligrosamente en previsible y barato.
Durante mucho tiempo conservé, como única visión de la caída, de la amorosa caída social, aquellas presentaciones de “Rita la Salvaje”. Desnuda entre las mesas, ofertando “el ventilador”: un baile donde hacía girar con desparpajo y sin tristezas sus senos caídos como si fuesen blandos sonajeros dando vueltas incompletas. Y “el caramelito”, cuando un pequeño caramelo surgía, de sus partes mas íntimas, y el agraciado espectador debía quitarle el envoltorio y comérselo.