PEISADILLAS

De magos que no son reyes y viceversa

23-NACIMIENTO-DE-GIOTTO.jpg

“La adoracion de los reyes magos”, pintura de Giotto, siglo XII. Foto: ARCHIVO

Carlos Mario Peisojovich (El peiso)

Hete aquí que me pongo a soñar con esos sueños que son sueñitos chiquititos, exentos de grandilocuencia y pomposidad. Son mis sueños tan pequeñitos que de tan diminutivos que son no entran ni en la mínima idea de lo que es un sueño que se precie de tal, desembarazados de aires o vendavales de grandezas y muchísimo menos poseedores de magnificencia y/o megalómanos.

Cuando era niño, quizás un poco más que un párvulo, mi generosa y profusa forma de fantasear y de encontrarle otra vuelta de fantasía a las cosas, me llevaron a pensar que los reyes magos eran algo así como tres gigantes que volaban por el espacio montados en la cola de alguna estrella fugaz que indefectiblemente pasaba cada seis de enero para la alegría mía y de muchos de mis compañeritos de clase y amigos de la familia. Pensando en retrospectiva, o viajando mentalmente a nuestro pasado en común, recuerdo que la fiesta de vísperas de la llegada de los Reyes era más intensa para nosotros, los niños de aquella época, que lo que era la Navidad. Si bien yo vengo de una familia mixta en lo que respecta a la religión, en casa se festejaba todo, y las tradiciones eran cumplidas al pie de la letra, al pie del candelabro, del arbolito de navidad, de nuestro sincero arrepentimiento o espabilados esperando ver a los camellos comiendo y bebiendo del manojo de hierba y de un buen balde de agua, impacientes por descubrir esos inmensos Reyes Magos que dejarían nuestros anhelados regalos en nuestros lustrados zapatitos. Con el tiempo, bebida gaseosa mediante, televisión, revistas, y más acá en el tiempo, el comercio se vio bendecido por la comercialización de la navidad. Fue así que los niños empezaron a desear con ímpetu renovado los regalos de la navidad, Papa Noel de por medio, unieron sus fuerzas para que el arbolito de navidad sea una quimera de regalos y sorpresas, tratando de adivinar que contenía cada paquete. La publicidad borró de un “marketinazo” al respetado y adorado niño dios que nuestros maestros y nuestras familias nos supieron enseñar. Cuando adolecía de mi edad, me gustaba ver a los Reyes Magos como un trío cómico, donde se gastaban bromas por la vestimenta, por sus panzas, por los chistes de camellos, y hasta por el color de su piel, mi pensamiento siempre irreverente me hacía ver a los reyes de las revistas haciendo magia... disfrutando de hiervas curativas afanadas a las Américas y alguna vez dándose baldazos de humildad tocándole la cabecita a algún miembro de la plebe que ansiosa esperaba un gesto de absolución de sus reales manos. La magia no es para cualquiera, ser rey tampoco.

León Gieco cantaba allá por los 90 que él conocía a “los Orozco”, y que eran ocho los monos, obviamente que yo no conocí los reyes magos, excepto por alguna caracterización, los libros, y las tradiciones culturales, pero quienes saben dicen que no eran tres (alerta de spoiler dicen los pibes, que es algo así como contar la película a alguien que aún no la vio), según teólogos, historiadores, exégetas y científicos de las escrituras y los temas bíblicos, cuentan que por más que la tradición cada año retrata y festeja la llegada del trío mágico y real (de realeza, no de realidad, aunque mucho de fantasía hay...) los susodichos visitantes que se acercaron al pesebre a visitar al recién llegado no era un vistoso trío, y tampoco el moreno Baltasar era realmente negro. Aparentemente, y según la data con la que cuentan los doctores, el mito de que eran tres se debe a la cantidad de regalos, valiosos y significativos en la época, que llevaron al recién nacido Jesús a su humilde establo que fue su sala de alumbramiento. Como todo en la vida de los antiguos señores de la iglesia eran números, también achacan a las matemáticas litúrgicas que los reyes magos eran tres por el número de la “Santísima Trinidad”, todos estos son datos que se presume fueron puestos en la tradición católica por razones de la simbología cristiana, la cuestión es que se habla de una suma de magos y reyes que rondaban casi la centena... Se podría decir que eran muchos los que reinaban en esos áridos y antiguos suelos bíblicos, cosa de magia.

Sus majestades fantásticas gozan de tres sabidos nombres: Melchor, Gaspar y Baltazar, pero cabe decir que realmente esos nombres aparecieron allá por el siglo IV en un texto de esos que fueron fundacionales para la biblia, éstos fueron incluidos recién en el siglo IX. Fechas van, fechas vienen, la cuestión es que nuestra tan apreciada tríada mágica, no eran ni reyes ni magos, pero sí deben haber sido influyentes pobladores que se presume fueron astrólogos o religiosos prestigiosos que probablemente llegaron de Persia o Babilonia. Pero fuera de los mitos y las leyendas, de la opinión científica y teológica, los “Reyes Magos” se metieron en el corazón de los niños, y ellos son parte de la tradición que une y conecta a los integrantes de la familia por medio de regalos e historias, siempre alimentando la fantasía de nuestros pequeños.

Y así de chiquitito es mi sueño, porque mis Peisadillas, grandes o pequeñas, nunca cierran en vacaciones.