Ignacio Andrés Amarillo
Este viernes, en Latreinta Sesentayocho, se reestrena la obra creada hace una década por Gustavo Palacios Pilo con música de Juan Candioti. Aquí, el autor y director habla de la relectura, el género y más.
Ignacio Andrés Amarillo
Este viernes 2 desde las 21, en Latreinta Sesentayocho (San Martín 3068) se reestrenará “Septiembre, un musical para enamorar”, musical creado por Gustavo Palacios Pilo y Juan Candioti en los comienzos del grupo Operetas Sólo Musicales, y estrenada en 2007. Las entradas se pueden conseguir en la sala o a través de www.ticketway.com.ar.
Contaba El Litoral en 2012, en ocasión de la publicación del libreto de la obra (a cargo de Editorial Tinta Libre): “...‘Septiembre’ transcurre en un modesto vecindario de departamentos suburbanos donde cinco personajes solitarios desgranan sus historias y vivencias de amores y desamores. Una abnegada enfermera, un solitario bohemio, una extraña pareja aristocrática venida a menos y la solitaria Azul en su mundo de fantasía confluyen en un patio como espacio mágico en donde surgen canciones, historias cruzadas y finales no esperados mientras revelan secretos de su presente siempre melancólico. Con una clara reminiscencia a las baladas de los setenta y un aire de comedia cruzada por la nostalgia, ‘Septiembre’ es una comedia para reír y emocionarse”.
El Litoral se acercó a Palacios para adentrarse en este regreso a lo grande, estelarizado por Alicia Galli, Claudia Correa, Janise Fladung, Matías Lapunzina y Mauricio Arce.
Reinterpretaciones
—“Septiembre...” es quizás la más “terrenal” de las obras que escribiste, y las historias que la recorren no tienen necesariamente un “happy ending”. ¿Cómo fue encarar ese tipo de acercamiento en el formato de un musical?
—Fascinante. Pocas cosas hay que me resulten tan apasionantes como los “híbridos” que fusionan y encuentran cosas aparentemente irreconciliables. Sin embargo, el pseudonaturalismo, el dolor o la crudeza de lo cotidiano no son ajenos al musical. Sí lo son, tal vez, al musical clásico como “Hello Dolly!”, “La Bella y la Bestia”, “Mi Bella Dama” o las locales “Drácula”, “El Jorobado de París” y “Las mil y una noches”, que siguen sosteniendo una herencia operística de la grandilocuencia, las historias épicas y una característica “trágica” en sus héroes.
Sin embargo, una nueva tendencia en los musicales es, justamente, la de mostrar la vida cotidiana a través de canciones y palabras cantadas. ¿Por qué no? Mozart ya lo hizo cuando tomó historias “banales” contrapuestas a las óperas reverentes que sólo trataban temas mitológicos, Webber y Rice usaron el rock para contar visiones controvertidas de personajes religiosos y políticos. Y más recientemente, la fascinante “Casi normales” es una suerte de “nuevo mundo” en el universo del teatro musical: realismo crudo, temas punzantes y un dolor que no cesa en sus personajes durante dos horas y media de hermosísimas melodías. Ya lo había hecho “Rent”, por otra parte y creo que este es un camino del musical que se reinventa hacia formas más empáticas, hacia un público más dinámico y visual que quiere verse reflejado en el escenario.
Algo como lo que ocurrió con el realismo stanislavskiano comienza, creo, a suceder con el musical. Ya no hay temas políticamente correctos o no: todos le caben al “decir cantando”.
—¿Qué tiene de diferente esta puesta de “Septiembre” de la original? ¿Pensás que cambió en algo el contexto entre aquella puesta y esta?
—El cambio crucial, sin lugar a dudas, somos nosotros mismos. Hoy releo esta obra y me sorprende con qué inocencia escribía cosas que hoy puedo leer desde otro lugar. Pero que también son leídas desde otro lugar por sus intérpretes aportándoles una humanidad absolutamente conmovedora. De ello dan cuenta los ensayos y su potencia comunicacional.
Por otra parte, cambió la conciencia de que, en esta versión, era necesario ubicarla fuera de “nuestra contemporaneidad”. Hay temas que hoy se han “banalizado” o más bien naturalizado pero que para fines de los ‘60 aún se veían como un tabú. Y que en el contexto del suburbio, resultaban mucho más conmocionantes. Por lo tanto, remontarla a aquellos años no sólo significa dar una vuelta de tuerca a las situaciones básicas que narra sino también recrear un mundo que tenemos harto reconocido, queramos admitirlo o no: la telenovela. En el análisis de Cecilia Absatz, por ejemplo, el género es desmenuzado como un fenómeno gótico, neorromántico, con un barroquismo de sutiles aristas que calan muy hondo aunque parezcan con formas estereotipadas. Pero en ese universo donde todo parece permitido –el malentendido, sobre todo– cada palabra dicha o callada, cada gesto confundido, abre puertas a intrincados laberintos. Y el culebrón, servido en bandeja, nos fascina (aunque más de uno lo rechace con pudor intelectual). Este “Septiembre...” tiene mucho de telenovela, no sólo por su formulación dramática sino también por su puesta en escena y sus tonos actorales. Más de uno de sus arquetipos será reconocido y disfrutado. Por supuesto, son conmovedores en su ingenuidad y su fuerza expresiva.
Crecimiento
—El elenco de esta nueva puesta suma nombres de prestigio en la escena local, combinados con algunos más nuevos pero con inserción en el género. ¿Cómo se llegó a esta formación?
—Café de por medio, un diálogo, una propuesta. Sin lugar a dudas, cada encuentro con los actores y actrices fue un acto de seducción mutua. Nunca nos planteamos aquello de “diferentes generaciones” de intérpretes pero hoy, que las vemos conviviendo con fascinante frescura, nos damos cuenta de que fue un acierto no del todo buscado. Queríamos hallar a esos intérpretes que pudieran apoderarse de esos personajes no sólo por sus temperamentos globales sino por sus competencias técnicas. Lo que hallamos fue mucho, pero muchísimo más: hallamos mundos increíbles en todos y cada uno, una fuerza de crecimiento que se desplegó de modo deslumbrante y una amistad cómplice tan intensa que nos golpea con la fuerza de un tsunami. ¿Suena exagerado? Tal vez, pero la felicidad que hemos vivido en estos meses de ensayos ocurre muy pocas veces. Es una especie de magia.
—Cuando arrancaste con Operetas no había en la ciudad una cultura de comedia musical. Como realizador y docente te tocó ser parte de la formación de una nueva escena al respecto. ¿Cómo ves al panorama de los intérpretes locales de hoy?
—Me sorprende. Me alegra. Y, por supuesto, me enorgullece muchísimo. Pensar que cuando arrancamos en el ’94 (mucho antes de Operetas como tal) éramos dos locos (Juan Candioti y yo) que nos encaprichamos por el género y arrancamos sin cuestionarnos nada. Creo que la obstinación dio sus frutos y así comenzaron a existir los talleres y escuelas, a contagiarse el entusiasmo. Hoy veo que hay personas muy jóvenes colmando matrículas de academias, nuevos espacios abriéndose para la formación en teatro musical, un mayor consumo del género e incluso –y esto también es notable– que los actores de gran trayectoria en teatro no musical comienzan a abrir sus horizontes y a entrenarse para formar parte del musical a través de clases de canto, danza, talleres de integración. Creo que faltan algunos pasos para que termine de consolidarse pero no estamos lejos, para nada.
En estos aspectos, creo en el riesgo de cada uno para apostar a una mayor profesionalización, una mayor exigencia, una continuidad en ese complejo conjunto de entrenamiento sistemático, producción de espectáculos y marketing de sí mismo: sí, creo que los realizadores (sea cual fuere nuestro rubro) debemos vendernos profesionalmente con una conciencia de ser un agente de producción creativa, comercial y social. Tomar una conciencia global de que estamos insertos en un sistema que puede funcionar igual a como funciona en otras ciudades del país y del mundo. Quizá con otras dimensiones, pero que no tiene por qué estar restringido en Santa Fe. Creo que si entendemos esto estaremos más cerca de lo que hoy parece una utopía: poder vivir de la realización teatral dedicándole tiempo completo. Entonces Buenos Aires no será la única opción para “hacer carrera”.
—Varios integrantes de los elencos fundacionales de Operetas participaron de la experiencia de “Espíritu traidor”. ¿Fue algún tipo de punto de llegada de una apuesta de años?
—Sin duda. Y también un punto de inflexión. Creo que muchas personas vieron que en Santa Fe se puede hacer teatro musical —que, de hecho, se venía haciendo desde hacía muchos años pero que la conjunción de una producción del Estado y la unión de nombres locales con la de artistas de otras ciudades vino a convalidar de manera distinta. Se visibilizó un género que estaba latente.
Nota Relacionada
Lo que viene
—“Mítica, un musical animado”, en 2013, fue la última creación de la escudería Operetas. ¿Hay proyectos de nuevas obras en proceso?
—“Mítica” no fue la última: en 2014 cerramos nuestro año de talleres con nuevas versiones de ¡Nick! (nuestro único “musical para niños” hasta ahora) y con una versión gótica de “Gallitrap” (que estrenamos originalmente en 2003). Luego, en diciembre de 2015 montamos “Clásico Rock” en donde el musical rockero convivía con los clásicos en un concierto de homenaje con músicos en vivo. Ese fue el cierre de un período de talleres (los mismos no están abiertos actualmente) para dar paso a esta etapa intensa de producción.
Y sí, hay nuevos proyectos. Los hay siempre. Cada encuentro con Juan Candioti (con quien nos une no sólo el musical sino una amistad sólida) es una verborragia de delirios, discusiones constructivas, posibilidades y anhelos. Más allá de esto —que suena muy lírico tenemos una gran cantidad de carpetas electrónicas y materiales con decenas de bocetos, fragmentos musicales, canciones semiescritas y personajes esbozados. De hecho, apenas se produzca el estreno de “Septiembre...” ya estaremos comenzando con otra cosa.