Juan Manuel Férnandez
Por la inundación, de los 10 tambos que había entre Cuatro Bocas y Pozo Borrado cerraron 3. Uno era de Adrián Andreu, tercera generación de productores en la zona. En los campos no hay comida y la producción zonal caería un 80%.
Juan Manuel Férnandez
El agua que cubrió el departamento 9 de Julio se llevó, entre tantas cosas, 3 de los últimos 10 tambos que quedaban en la cuenca que conforman Cuatro Bocas y Pozo Borrado, sobre el límite con Santiago del Estero, donde 20 años atrás había más de 100 establecimientos lecheros.
Ahora, con la reducción de litros que implicará este achicamiento, se plantea la incertidumbre acerca de si será viable para una industria llegar hasta allí a buscar la producción. La más cercana, en San Guillermo, está a más de 200 kilómetros.
Adrián Andreu era propietario de dos de esos últimos tambos. Por la crisis hídrica tuvo que cerrar uno, a la espera de saber cómo evolucionaría el clima para determinar qué hacer con el otro. Así envió a frigorífico unas 200 vacas en ordeñe de genética seleccionada por años ante la imposibilidad de seguir dándoles de comer.
La empresa familiar, que fundó su padre hace 40 años, cuenta con otras unidades de negocios, como agricultura, ganadería y servicios a terceros. De la firma El Gateado viven 25 familias, 5 son de sus propietarios y 6 de empleados en los tambos. “Se habló de no despedir a nadie; el tambero seguirá cobrando un sueldo y hará tareas de mantenimiento hasta que podamos volver a arrancar; acá si morimos, morimos todos”, reveló.
Antes de liquidarse, el tambo tenía entre 150 y 200 vacas en ordeñe con una producción individual de 22/23 litros diarios en los picos de lactancia. La inundación empezó a complicarlos a mediados de diciembre, cuando el volumen diario había mermado a 3.000 litros.
“Entre los tres tambos que se cerraron superan largamente los 10.000 litros diarios”, estimó Andreu. Y en los que quedaron, “que no pudieron salir”, se derrumbó la producción. Por ejemplo el que aún conserva la empresa cayó de 3.000 a 1.200 litros por el deterioro de los animales. Esto -que le ocurre a todos los establecimientos de la cuenca- hace prever un difícil recuperación, ya que muchas vacas con apenas dos o tres meses de lactancia debieron secarse “para salvarlas” y ahora retomar el ciclo -preñar, parir, ordeñar- será un camino largo. “La producción láctea acá va a caer 80% seguro”.
A pesar de que “el negocio siempre es malo”, al cierre lo gatilló la inundación. Habían podido superar hasta el defautl de SanCor, que los estafó en “muchos millones de pesos” de leche entregada que nunca pudieron cobrar.
“Venimos apostando; hacemos reposición propia de madres; se insemina en forma permanente, usamos semen sexado”, enumeró. Aún así, las vacas fueron a feria con destino de carne. “No hay otra, los animales están estropeados, muy deteriorados”.
El clima, con 800 milímetros precipitados en 35 días, fue el factor determinante. Pero se agravó por las canalizaciones que -denuncian- realizan productores de Santiago del Estero y aceleran el escurrimiento hacia Santa Fe.
No se trata de la primera inundación en al zona, pero ninguna había sido tan despiadada. Entre los recuerdos de las peores se cuenta la de 1998, pero llegó más tarde y se habían logrado hacer las reservas y las cosechas estaban “bastante definidas”. Ahora, además de las pérdidas, “tenemos muchísimo que no se sembró”, dijo Andreu, y estimó que en su distrito quedó aproximadamente un 50% de campos sin implantar.
Pese a todo, ya piensan en sembrar trigo cuando se vaya el agua. “El productor no sabe hacer otra cosa que trabajar”, sentenció. Aunque lo dijo con una connotación negativa, porque esa actitud -reprochó- le permite a los políticos abusarse del sector. “Fijate en el desastre que estamos y ya todos estamos pensando en sembrar y ver cómo pateamos las deudas a diciembre sin saber si podremos cosechar”.
Mientras siguen esperando políticas claras para el sector, tratan de salvar lo que puedan para volver a comenzar. Pese a que “las pérdidas son incalculables; los años no se recuperan porque si hay algo que no se puede comprar ni vender es el tiempo y los años que se perdieron son muchísimos”.
A su favor, Andreu tiene juventud. Con 38 años se la juega a volver cuando se supere la catástrofe. Un proceso que podría demandar años, entre la normalización financiera y la recomposición de los campos. Pero su tío, que debió tomar la misma decisión con su tambo, probablemente a sus setenta y pico ya no tenga esa chance. “Él está muy dolido”, contó Adrián, porque si bien tienen el cuero curtido “de recibir tantos garrotazos” del clima o la política, “hay algo que no se recupera: el tiempo”.