Los dirigentes del fútbol argentino buscan darle la última vuelta de rosca a una situación absolutamente anormal —aunque en sus tiempos fue vista con muy buenos ojos y votada por todos— que nació con el torneo de 30 equipos que tornó inviable la realización de un torneo con las condiciones igualitarias de competitividad.
El hecho de no jugar de local y visitante con el mismo rival, sumado a un calendario que se fue acotando en cantidad de partidos (la Superliga pasada fueron sólo 27 fechas y la actual son 25 y la Copa de la Superliga que es por eliminación directa), llevaron al fútbol argentino a un estado de cosas, desde lo organizativo, que estuvo alejado de la normalidad y que también perjudicó a la gente: el hecho puntual de que Boca no haya venido a jugar en la cancha de Unión desde que el club recuperó la categoría en 2014 es el ejemplo más elocuente.
Pues bien, todo se conduce a que en la temporada 2020-2021, cuando queden 22 equipos, se puedan jugar dos torneos cortos de 21 fechas, todos contra todos y con las condiciones de competitividad en un plano de igualdad. ¿Qué quiere decir?, que Unión y Colón jueguen dos clásicos, uno en cada cancha y no uno, como es hasta ahora.
La pregunta es: ¿qué pasará en la Superliga que viene? Quedarán 24 equipos, que aún es una cantidad que aparece como muy grande para armar dos torneos cortos de 23 fechas cada uno. ¿Es factible que se jueguen dos torneos y que el volumen de partidos se extienda a 46 en la temporada? Suena difícil, casi imposible, pero aparece como una de las dos alternativas.
La otra es repetir el esquema de esta temporada, pero con un segundo torneo más largo, que llevaría la cantidad de partidos a, por lo menos, 34. Ahí estaríamos mucho más cerca de aquél “ideal” de 38 partidos cuando en Primera había 20 equipos y se jugaban los apetecibles y emocionantes torneos cortos (Apertura y Clausura), que brindaron posibilidades a Argentinos Juniors, Banfield y Lanús, entre otros, de anotarse con una estrella.
Las dos alternativas que se barajan para la temporada 2019-2020, cuando queden 24 equipos en la Superliga, son las que El Litoral informa en carácter exclusivo:
* Alternativa A: jugar dos torneos cortos de 23 fechas cada uno, lo cuál obligaría a que se juegue hasta el último fin de semana previo a Navidad y se reanude el fin de semana del 12 de enero, con un ínfimo período de receso de alrededor de 20 días. Además, se debería jugar en fechas Fifa y sólo se pararía el fútbol durante el fin de semana de las elecciones nacionales y, en caso de haberlo, del balotaje. Si esto se aprueba, además, se deberían disputar al menos tres miércoles este año y posiblemente otros tantos el año que viene en el primer semestre.
* Alternativa B: jugar un primer torneo todos contra todos, con 23 partidos. Y luego, dividir a los 24 equipos en dos zonas de 12 cada una. Allí se sumarían 11 partidos más, como mínimo, para llegar a 34. Como se dijo, una cantidad que se acerca mucho a los 38 que se jugaban cuando eran 20 y se dividía en Apertura y Clausura.
¿Qué dicen los clubes grandes?, que están de acuerdo con los dos torneos (ya en esta Superliga se disputan dos campeonatos, el que se juega actualmente y la Copa de la Superliga que se viene) y la gran pregunta es saber si van a aceptar que se juegue en las fechas Fifa, ya que son los que más posibilidades tienen de que sus jugadores sean convocados.
Hay un elemento que juega a favor: este año no se inician las Eliminatorias, sino que darán comienzo en 2020. ¿Por qué?, porque como el Mundial de 2022, en Qatar, se disputará en noviembre-diciembre debido a las altísimas temperaturas que se registran en junio-julio, se podrán estirar las Eliminatorias unos meses más. Como consecuencia de ello, se resolvió que el calendario internacional de 2019 contemple la Copa América y un par de fechas Fifa en el segundo semestre.
Como informó oficialmente Superliga, no habrá supresión de promedios para el descenso en la temporada que viene. La realidad indica que, en el momento en que se vote a favor de esta alternativa y de volver a aquél sistema en que los peores del torneo son los que descienden de categoría, habrá que esperar un par de años más al menos para que se ponga en vigencia. Es decir, no será de un momento a otro como lo han estipulado en el ascenso.
Muchos dirigentes se oponen a suprimir los promedios. Entienden que permite la recuperación en el caso de que en un año no se pueda hacer una buena campaña y, además, también se evitan las especulaciones que se dan cuando un equipo pierde toda chance de pelear por algo (título o copas) o de sufrir por el descenso. Con el sistema de promedios, todos los puntos en juego valen para engordarlo, algo que, por ejemplo, están viendo los clubes rosarinos, que tendrán dificultades en el inicio de la próxima temporada si es que no pueden hacer un buen colchón de puntos en lo que resta.
El fútbol argentino ha sido muy propenso a los cambios permanentes de reglamentación y de esquema de campeonatos. Los torneos cortos eran realmente interesantes y agregaban un plano de igualdad de posibilidades. Cuando lo cambiaron por el torneo largo, se argumentó que así se iba a poner fin a las presiones y exigencias para cambiar los entrenadores. Nada de esto ocurrió, al extremo que en esta Superliga se han ido 21 entrenadores en apenas 20 fechas. Los dirigentes —y el sistema— siguen poniendo a los entrenadores contra la espada y la pared, sin sacarlos de esa silla eléctrica a la que están sometidos.
Así como en su momento se pensó que los promedios iban a evitar que los grandes desciendan, pero descendieron, los torneos largos tampoco evitaron que la sangría de entrenadores sea moneda corriente en el fútbol argentino, con un porcentaje excesivo de clubes que cambiaron sus técnicos y que supera con amplitud a lo que pasa en otras partes del mundo.
Los desaciertos, en este sentido, provocaron esos cambios de timón permanentes. El año que viene, cuando se llegue a 22 equipos en Primera, los dirigentes tendrán la posibilidad de volver a lo que nunca debió ser modificado: disputar dos torneos cortos, todos contra todos. Y ojalá que, desde allí en más, el gran barco que es el fútbol argentino no esté supeditado a los humores, suposiciones equivocadas y berrinches de turno.