Este jueves, desde las 21.30, en ATE Casa España (Rivadavia 2871) se presentará la obra “Rotos de amor”, de Rafael Bruza, con las actuaciones de Hugo Arana (quien toma la posta de Gustavo Garzón), Víctor Laplace, Osvaldo Laport y Pepe Soriano. Las entradas se consiguen en la boletería de la sala y en www.ticketway.com.ar.
Antes de la función, El Litoral dialogó con Laplace sobre este espectáculo, sobre su forma de trabajo y otros aspectos de su carrera.
—“Rotos de amor” fue escrita por el santafesino Rafael Bruza...
—Es un gran amigo, un gran escritor, y un gran compañero de la vida; he hecho como cuatro o cinco obras suyas, entonces ya lo tengo muy metido en mí, porque me gusta mucho cómo él escribe, cómo habla sobre los temas centrales de la vida con esa especie de humor, ironía, grotesco y absurdo: es la combinación en la que entramos todos cuando ingresamos en las situaciones amorosas.
—¿Por qué creés que sigue tan vigente esta obra?
—Son varias las razones. Básicamente me parece que es una obra en que la gente cree que va a ver un espectáculo muy serio, y es muy cómica, en el nivel de la comicidad que maneja Bruza: no es una comicidad ramplona ni fácil, pero sí es muy efectiva.
La obra comienza con cuatro o cinco escenas donde hay mucho humor, y después va variando: con el humor no alcanza al fracaso de esos cuatro hombres que mueren de amor por las mujeres y no son correspondidos. Hombres dolorosamente tocados por la cosa sublime del amor, y que sin embargo no son correspondidos.
Y luego, cuando esto les fracasa, lo que empiezan a hacer es tratar de ver (como son visitadores médicos además) tratan de sacar de su valijita algún medicamento que los pueda impulsar a alguna otra cosa (risas), a alguna otra aventura un poco más interesante; y también siguen fracasando. Entonces no les queda más remedio que reflexionar; y cuando reflexionan se ponen un poco más serios. Estos hombres que son muy lindos de hacer, son personajes que transitan el amor y el desamor en sus diferentes manifestaciones.
—¿Cómo describirías a Artemio, tu personaje?
—Artemio Godoy es un pobre hombre, ni más ni menos que los demás, pero tiene una situación con su mujer que le canta una serenata de entrada y ella lo saca carpiendo. “¿Qué habré hecho yo para merecerme esto, creo que ella me quiere”, después lo saca rajando. Entonces reflexiona en un monólogo muy lindo sobre qué es lo que le pasa, y concluye diciendo que “el amor es algo solitario en definitiva”. Termina admirando a sus compañeros, que más o menos se recuperan: tanto Berlanguita (el personaje de Gustavo Garzón, reemplazado por Hugo Arana ahora); el Mudo (Pepe Soriano), que también encuentra su historia; y Rodríguez (Osvaldo Laport), todos han podido concretar sus situaciones amorosas. Artemio termina llorando de envidia: “Envidio el dolor al que están dispuestos para sostener su propia humanidad”. Rodríguez le dice: “Bailemos un tango”, y lo bailan (risas).
Es muy hermosa y poética la obra, y es muy interesante que van matrimonios a ver la obra, se miran y uno puede intuir que están diciendo: “Viste vieja, a nosotros también nos pasaron estas cosas”. Es interesante abordarlo desde el humor, como todos los temas de la vida en que uno debería poder incluir al humor, que se parece bastante al amor.
—¿Cómo fuiste convocado y cómo fue el trabajo con el director Andrés Bazzalo?
—Muy interesante, porque con Andrés ya había trabajado, y habíamos hecho una obra de Bruza llamada “Camarines”, en el Teatro Nacional Cervantes, salimos de gira por todo el país. Era una historia entre un padre y un hijo; un viejo actor ya con ganas de largar todo y su hijo que no tenía nada que ver con la actuación y termina haciendo un poco lo mismo que el padre. Bazzalo es amigo de Rafael y mío. Hicimos un muy buen trabajo los cuatro actores con él.
—¿Cómo es tu acercamiento y cómo se construye el vínculo con cada nuevo personaje?
—Me ha tocado hacer mucho cine, mucho teatro, y muchas cosas en televisión, en la época en que se hacía una buena televisión. Los abordajes son siempre diferentes; los personajes importantes que hice en cine, como Horacio Quiroga, Florencio Parravicini o Juan Domingo Perón, tienen un abordaje más complejo: son muy potentes, muy carismáticos y extraordinarios.
—¿Cómo se trabajan de diferentes esos personajes históricos de aquellos salidos de la imaginación de un autor?
—Horacio Quiroga (me fui con Eduardo Mignogna a la selva misionera) me marcó muchísimo, porque de chico admiraba mucho los “Cuentos de la selva” y toda su literatura. Leopoldo Lugones le dice: “Vos mucho Jockey Club acá en Buenos Aires pero no te animás a irte a la selva”. Y como eran unos locos importantes, Quiroga toma el desafío y se va, se construye una casa a la orilla del Paraná, y ahí empieza su mejor producción literaria. Es un personaje muy complejo, que Mignogna abordó como los personajes que escribía que se les escapaban de la novela y se le metían en su vida. Fue un trabajo extraordinario, me consustancié absolutamente con Quiroga, como con Perón y Parravicini: son personajes que uno creció conociéndolos de una manera u otra, y los ha ido siguiendo en sus aciertos y sus errores. Después hay que ponerles mucho el corazón, ponerle esa impronta que uno quiere.
—Fuiste el único que interpretó a Juan Domingo Perón en cine, teatro y televisión; la última vez fue en “Puerta de Hierro, el exilio de Perón”, película que dirigiste. ¿Hay una responsabilidad de encarnar a una figura de ese fuste y ser como “el actor que hace de Perón”?
—Hice dos veces de Perón en cine: uno fue en la película “Eva Perón”, donde la figura de ella era la central. En “Puerta de Hierro” me animé a hacer mi versión de los hechos que acontecieron en el exilio. En teatro hice una versión de Enrique Estrázulas, un autor uruguayo; quizás por ser uruguayo pudo tomar distancia del exceso pasional de los dos personajes, que comienzan enfrentados y terminan preguntándose en una noche de neblina y de lluvia por qué tenemos que morirnos; y casi amigos, cuando fueron la antítesis en pensamiento el uno del otro.
—Llevás más de medio siglo de profesión...
—¿Cómo se renueva la energía para poder entregarse en cada nuevo proyecto?
—Cuando uno es más joven, no digo que sea más inconsciente; pero con los años adquiere mayor responsabilidad. Se va dando cuenta de la hermosa profesión que uno tiene, pero también que uno no puede equivocarse, tiene que ser muy responsable con lo que hace. Ahí se mejora la posición.
—Se afina el instrumento.
—Se va afinando. Uno empieza a trabajar con menos histrionismo y más profundidad. Menos pasa a ser más: quizás es un gesto, una cosa más sobria; quizás una mirada, y tenés el interior del alma trabajando constantemente, una línea de pensamiento muy potente.
—Lo último que hiciste en cine como actor fue “La guarida del lobo”.
—Sí, y como director estoy terminando una película que se llama “El plan divino”: tenía muchas ganas de hacerla, y con ciertas dificultades presupuestarias pude llevarla adelante. La estoy terminando, la compaginación está casi lista, estoy musicalizando, poniendo color y efectos especiales. Peleándola.
El cine nacional es muy rico, muy extenso, muy variado; me gusta en esta etapa de la vida no hacer películas concesivas (creo que hice muy pocas películas concesivas). Me gusta meterme en los temas que hablen de mis temas, y los pongo en cine. Con mucho humor también, aprendiendo del Rafa Bruza.
—Hace 12 años hiciste un documental sobre Enrique Angelelli (“Angelelli, la palabra viva”)...
—Fue muy hermoso irme a La Rioja a destrabar un poco esa situación, donde se decía que había sido un accidente. En el documental que hicimos con Fernando Spiner demostramos que era un atentado.
Hice tres largometrajes (de ficción) y tres documentales: cuando hicimos “Pepino el 88”, con Daniel Suárez Marzal hice un documental de eso (“El gran circo”). El otro es el de Angelelli, y el tercero es sobre la crisis de 2001-2002, cuando estábamos haciendo “Made in Lanús” con Soledad Solveyra, Ana María Picchio y Hugo Arana. Viajamos por todo el país y empezamos a ver qué le pasaba a la gente que se quería ir del país. Empecé a documentar con mi cámara todo eso e hice un documental que se llama “La otra Argentina”. Porque ahí aparecía también una Argentina solidaria, potente; fue muy hermoso hacerlo.
—La pregunta iba a cómo vivías esta etapa de reivindicación de la figura de Angelelli.
—Como que hice un pequeño aporte, un granito de arena, a todo lo que se merecía monseñor Angelelli. Lo nuestro no fue definitorio, pero de algún modo, al animarse a hacer un documental sobre un tema que estaba callado por 30 años, no era joda, uno aportó. Eso es lo importante del cine también: poder hacer algo que te salga más o menos bien...
—Y hace un poco la diferencia.
—Eso creo. Y se lo pude entregar en mano al Papa Francisco.