El sábado Cielo Razzo se presentará por segunda vez en el año en Tribus Club de Arte (República de Siria 3572). Luego de un 2018 en el que celebró sus 25 años, la agrupación rosarina retornará a la ciudad para reversionar viejas canciones con la energía de siempre.
El Litoral abordó al cantante Pablo Pino para adentrarse en la actualidad de estos referentes nacionales del rock de la provincia.
—El año pasado sacaron el CD/DVD “Cielo vivo”, que fue el show que dieron en abril para los 25 años con la vuelta al Luna Park. ¿Cómo fue esa noche?
—Ese tipo de shows por lo general uno no los termina de asimilar, de disfrutar como uno piensa que lo va a hacer. Fue mucho nervio, mucha tensión, y termina todo tan rápido que uno no recuerda esa noche. La verdad es que fue muy emotivo: yo por lo menos estaba bastante exultante, me pasé de la raya con mis dichos, son cosas que algunos perdonan y otros no. Hubo mucha preparación y mucha tensión.
—¿Qué les pasó con la cifra de los 25 años?
—Creo que cada uno de los integrantes, incluso de los que está ahí dando una mano y de los que pasaron, hace su balance; y tiene su imagen, o alguna situación en particular. A mí y a muchos de la banda nos baja la idea del flaco Pablo (“Largo” Caruso), nuestro viejo baterista, y de Claudio (Crispín, escenógrafo), que fueron los dos que quedaron en el camino; cada uno le busca la explicación que puede a ese momento (ambos fallecieron en un accidente automovilístico). Para mí se convirtieron en otra cosa, y es como que están dentro de todo el ente Cielo Razzo.
Por mi lado me baja eso, me baja el tiempo transcurrido, mis hijos: la vida misma en pequeñas o grandes sensaciones aparece en esos momentos en que uno se enfrenta o uno se para frente al público, escucha los primeros gritos y arranca. En el primer paso en el escenario eso baja y te convierte en otro que tiene que actuar. Uno trabaja con eso: con las emociones, con la emoción del público, con la energía: es algo que uno no termina de descifrar, pero es mágico.
—Seguro salir al Luna y decir: “Cuánto pasó de aquella terraza, de aquellos pibes que éramos”.
—Es increíble, se torna una cosa medio rara porque uno no tiene la noción del paso del tiempo, y que uno no es más un pibe de 20: si bien la edad la tenemos no la terminamos de asimilar. Y el hecho de que pasamos de tocar en Rosario a tocar en Capital, en pleno centro del espectáculo, del rock: ahí cerca está la casa de Luca (Prodan). Montones de cosas que pasan por la cabeza que uno en un punto no se hace mucho cargo ni se puede hacer cargo; o lo tomamos muchas veces con un relajo, como una situación de decir “pasó porque tenía que pasar, la vida es así”. Como todo, uno se hace preguntas cuando llegan ciertos momentos.
—Buenos Aires es justamente el centro de la música, y ustedes llegaron desde una provincia sin tener que mudarse como tuvieron que hacer otros. Lograron construir ese camino de ser una banda nacional sin perder la identidad.
—Tuvimos la suerte de no tener que irnos de acá de Rosario, de Santa Fe. Por eso quizás tenemos otra visión, y nos parece a veces que estamos caminando por el mismo lugar pero por otro costado. Lo tomamos de esa manera, imaginate que estás laburando y te dicen que te trasladan a Córdoba, quizás, no sé si te va a gustar. En ese momento no era nuestra intención, por eso nos quedamos. No fue ni un acto heroico, ni ninguna aventura: simplemente dijimos “no podemos ir allá”; las cosas pasaron rápido, no nos dio tiempo a razonar si nos hubiese convenido ir o no.
—Cuando se les abrieron las puertas alguno dijo: “Ah, son Los Piojos rosarinos”. ¿Cuándo sentiste que ya no tenían que demostrarle a nadie cuál era la identidad de la banda?
—Me acuerdo que me afectaba mucho: en un momento dolía eso. Después como todo, dejó de molestar, lo entendí: yo adoraba a Ciro, me siguen gustando Los Piojos, sigo pensando que es una de las mejores bandas que tuvimos en el rock nacional. En un momento uno se da cuenta de que ya no canta como antes, o que la música que empieza a crear no es tan similar a la de aquel momento.
No hace mucho tiempo que creo que dijimos: “Tenemos algo nuestro y tenemos que trabajar en eso; ya fuimos un poco Piojitos, ya fuimos un poco Pearl Jam, un poco de todo”. Empezamos a ver que nuestra manera de interpretar, nuestra escena y nuestros discos tenían un color propio. Hace un tiempo nos empezamos a hacer cargo de eso y pensar en razonar el camino, ver adónde vamos; las herramientas ya las conocemos, ya somos socios musicales desde hace mucho tiempo. Creo que desde “Sideral” (2013), en mi caso y el del “Pájaro” (Diego Almirón, guitarrista), escon el que más hablamos de estas cosas.
—Hablás de Pearl Jam, siempre se les notaron las marcas de los 90.
—Totalmente. Eso está dentro, no lo podemos evitar. Por eso cuando recuerdo haberlo visto al “Pájaro” por primera vez en el 95 ó 96 (el entró en Cielo después) ahí vi representada en él toda la tribu que tenía en la cabeza: Pearl Jam, Nirvana, los Pilots, Alice in Chains, Soundgarden. Creo que por eso me acerqué, después nos hicimos amigos y terminó tocando en la banda. Por eso armamos la sociedad y hablamos de lo que vamos a escribir, estamos pendientes de lo que hace el otro: todo eso se lo debemos a la musicalidad de los 90.
—En estos días destacaban que recientemente se cumplieron 18 años de la presentación de “Buenas” y los 11 años de la de “Grietas”, habían llegado al Luna. ¿Cómo se ven desde hoy esos momentos?
—Uno lo celebra. Recuerdo que en un momento no tenía paciencia para escucharme en “Buenas”; sí a la banda, pero no me toleraba a mí cantando. Con el paso del tiempo eso cambió: ahora lo escucho y lo veo con nostalgia, como un pibito lejano que cantaba de una u otra manera. El pequeño rockerito que no sabía nada de lo que iba a pasar después: de las cosas hermosas a las tragedias del alma; un tipito inconsciente de lo que estaba comenzando y de los compañeros con los que lo hacía.
La llegada al Luna fue inentendible; medio que nos llevaron de las narices, arrancó y no pudimos estar tan presentes como estuvimos ahora. Fue muy rápido, medio que no estábamos seguros de hacerlo, por lo menos yo.
—Incluso después tuvieron que bajar a lugares más chicos.
—Sí, totalmente. Veníamos de la movida de “Código de barras” y “Marea”, los discos que atropellaron Buenos Aires (desde donde se dispara todo para todos lados, más allá de que veníamos girando por el Litoral), ahí viene la segunda gran sorpresa de que empezamos a llenar lugares.
Después del Luna Park sacamos “Grietas”, que fue como el disco que nos bajó de vuelta al súper under, y a remarla de nuevo: la gente tal vez estaba esperando otro tipo de música y nosotros fuimos para otro lado. Con el tiempo pienso que “Grietas” y “Compost” fueron los discos que más les costaron a la gente. Después se convirtieron en discos no digo icónicos pero sí los discos raros de la banda, lograron su mística con el tiempo.
Ese Luna Park fue el resumen de esa época y después tuvimos que remar casi diez años más para llegar al mismo lugar.
—“Tierra nueva” está por cumplir cuatro años, es el último disco de canciones nuevas. ¿Hay en vista algún material en el futuro próximo?
—Lo que tenemos que hacer ahora es descifrar los nuevos movimientos de la música; hay nuevos géneros que están entrando y están buenísimos, son los que están cautivando los oídos de los jóvenes. Creo que lo que tenemos que analizar es si seguimos en la compañía o no; lo más probable es que no sigamos, aunque está todo bien con la gente de Pop Art; creo que lo que hicimos lo hicimos bien y ya está.
A raíz de eso tenemos que ver si empezamos a sacar tema por tema, sacar singles, o hacer un disco completo. Lo que sí sabemos es que estamos en el mismo lugar que el mismo del país, por eso nos está costando mucho como a cualquier argentino la crisis que estamos atravesando. Por cuestiones de plata quedamos parados con la obra de un pequeño estudio que estábamos haciendo con otra gente; tuvimos que empezar a hacer otras actividades para sostenernos.
Tenemos que repensar todo y ver qué movimiento hacés para seguir activando, creando y sacando canciones. Suponemos que para el año que viene tenemos que estar sacando un disco nuevo: prácticamente sería una obligación.