¿De qué se enamora, entonces, un varón con una mujer? Quizá no sea de otra cosa que del (d)efecto que ella produce en él.
Archivo El Litoral Amor. Enamorarse no de los rasgos ideales del ser amado, sino más bien de todo lo contrario. De su torpeza, su egoísmo y su soledad.
En 1992, Mario Pergolini conducía un programa de televisión en Canal 9. Iba los domingos a la noche y competía con “Ritmo de la Noche”, de Marcelo Tinelli. El ciclo se llamaba “Hacelo por mí”, por la canción de Attaque 77 y era la continuación de su anterior programa “La Tv Ataca”, que había salido en ATC, pero concluyó por problemas con Gerardo Sofovich (director del canal), ya que se había producido un conflicto gremial y Pergolini se inclinó a favor de los trabajadores. Pergolini tenía 28 años y yo lo admiraba profundamente, al punto de que esperaba todos los domingos para ver su programa, como varios jóvenes que en los ’90 nos volvimos fanáticos de “¿Cuál es?” (programa de radio en Rock & Pop) y caímos en las garras de CQC. Me tomó muchos años librarme después de la ironía de aquellos años, del desencanto y el gesto que confunde la distancia crítica con la altanería de quien no quiere comprometerse.
¿De qué se enamora, entonces, un varón con una mujer? Quizá no sea de otra cosa que del (d)efecto que ella produce en él. Por eso también puede ser lo que más rechace de ella. Tal vez por no otro motivo los varones suelen ser hostiles con las mujeres que les gustan, tal como los niños les tiran del pelo.
Pero en ese entonces yo tenía 12 años y una noche frente al televisor tuve una especie de experiencia mística. Por primera vez veía la presentación de una banda en vivo, con un nombre que enseguida capturó mi atención: Los auténticos decadentes. Enseguida empezó a tocar la banda y, si no recuerdo mal, la primera canción fue “Vení Raquel”, que sonaba divertida y se parecía a mucho de lo que hacíamos con mis compañeros de la escuela. Pero lo que sí recuerdo bien es lo que vino después. Llegó el momento de una canción que empezaba con un suave punteo de guitarra, sobre el que se encabalgaba luego un saxo, todo sobre un fondo de unos tambores o timbales que repercutían como si fueran latas de dulce de membrillo. Entonces cambió el cantante y llegó la letra: “Te vi llegar del brazo de un amigo...”. Ese día cambió mi vida.
Ustedes pensarán que soy un soñador, pero no soy el único. Si no, ¿por qué esa canción se versiona según la ocasión en canchas de fútbol, en manifestaciones, etc.? Con otra letra, se la canta en las más diversas circunstancias y, por cierto, una de las situaciones más lindas de mi vida reciente fue cuando, mientras viajábamos en auto y la canción sonó en la radio, mi hijo comenzó a cantarla. Me consideré satisfecho, algo bien hice como padre en esta vida. Al menos él ya sabe qué canción es la que emociona más a su padre.
El deseo en el varón viene a ser una fuerza contraria a la del amor, porque el deseo masculino es posesivo y celoso. El varón enamorado no puede dejar de desear posesivamente a quien ama. Es el conflicto masculino por excelencia. Lo aprendí a los 12 años, frente a un televisor.
¿Por qué esta canción me emocionó tanto en ese momento? Me refiero a cuando la escuché por primera vez, frente a la pantalla. Creo que porque habla de la historia de un enamoramiento, pero no a partir de destacar rasgos ideales en la amada, sino todo lo contrario. Más bien habla de su torpeza, egoísmo y soledad. Muchos años después, leí en una entrevista que Jorge Serrano (autor de la letra) escribió la canción mientras pensaba en cómo sería una mujer de la que se enamorase, una que aún no conocía y que, luego, cuando la conoció, se convirtió en su esposa. Ése es el milagro de las canciones: suelen convertirse en realidad. Y a mí también me pasó, años después, enamorarme de esa manera.
Ahora bien, si en la letra es claro que él se vuelve “loco”(¿qué enamorado no lo está?), ¿a qué se refiere cuándo atribuye la causa a “tu forma de ser”? ¿Qué es el “ser” de una mujer? Es claro que no son sus rasgos, porque además en la letra esos rasgos son más bien defectos. ¿De qué se enamora, entonces, un varón con una mujer? Quizá no sea de otra cosa que del (d)efecto que ella produce en él. Por eso también puede ser lo que más rechace de ella. Tal vez por no otro motivo los varones suelen ser hostiles con las mujeres que les gustan, tal como los niños les tiran del pelo.
El ser de una mujer para el varón enamorado, entonces, no es algo que ella sea (perdón por el trabalenguas) sino que es una forma (una manera, un modo, algo tan inaprehensible como un estilo) en el que él encuentra una posibilidad para verse distinto. ¿Para qué se enamora un varón de una mujer si no es para salir de sí mismo, de sus redundancias, sus reiteraciones, todo eso que lo hace ser quien es? El amor masculino es claramente receptivo, por eso algunos psicoanalistas incluso han pensado que es feminizante; pero no es así, eso es confundir la masculinidad con la potencia (como si el amor debilitara o impotentizara). En todo caso, sí el deseo en el varón viene a ser una fuerza contraria a la del amor, porque el deseo masculino es posesivo y celoso. El varón enamorado no puede dejar de desear posesivamente a quien ama. Es el conflicto masculino por excelencia. Lo aprendí a los 12 años, frente a un televisor.
Sin embargo, los tiempos cambiaron. ¿Tiene vigencia hoy el amor masculino? Más bien diría que la decadencia del amor masculino se refleja en el pasaje de “A mí me vuelve loco tu forma de ser/ tu egoísmo y tu soledad son joyas en el barro de la mediocridad” (varón enamorado de la mujer narcisista) a “Al ratito te comienzo a extrañar/ me preocupa que te pueda perder/ necesito que te acerques a mí/ para sentir el calor de tu cuerpo” (varón osito de peluche en adopción). Dos letras de Jorge Serrano. Más de 25 años de distancia entre una y otra. Hoy en día la auténtica masculinidad es decadente.