“Siento una ‘cosita’ de tristeza acá en el pecho”. “No veo la hora de que pasen estas fiestas”. “No quiero tener que mostrar ‘cara de póker’ en la cena delante de mi primo hermano, con el que me llevo mal desde hace años”. Quién no escuchó estas frases en las vísperas de Navidad o Año Nuevo: ocurre que las fiestas hacen aflorar sentimientos diversos, quizás con más fuerza que en otras fechas del año: el recuerdo de las pérdidas y de los seres queridos que no estarán en la mesa, y los “balances anuales” que se inclinan siempre por mirar el vaso medio vacío.
Algunos lo llaman livianamente la “depresión navideña”. Pero hay una explicación científica sobre esas reacciones, que son eminentemente humanas y emocionales, y ahí aparece la psiquiatría para echar luz y ofrecer algunas respuestas y sugerencias para “sobrevivir” a esa batahola de sentimientos aciagos.
Para agruparlas, hay causas biológicas y ambientales. De las causas biológicas, afortunadamente los argentinos zafamos: “Las fiestas nos tocan en verano. Pero en los países del hemisferio norte, que pasan las fiestas en un crudo invierno, tienen la desventaja del factor biológico, que es un factor depresivo estacional: el frío disminuye la vitamina D, se reduce la serotonina (un neurotransmisor clave del sistema nervioso) y así, las personas están más expuestas (por la condición climática) a deprimirse”, le explica a El Litoral el médico psiquiatra José Domínguez (M. P. 4882), presidente de la Asociación de Psiquiatras de Santa Fe.
Pero aparecen, sí, las causas ambientales, que también son culturales. “Dentro de éstas, cualquier situación que aumente los niveles de estrés será un elemento en contra. Entonces, llegan las fiestas y hay conflictos familiares que emergen, donde estamos delante de familiares directos con los que nos llevamos mal. Las compras de última hora estresan: la gente está revolucionada, el tránsito es una locura... Todos estos elementos son factores estresantes”, advierte el especialista.
Y además aflora la recordación de las pérdidas, en una angustia fría y dolorosa. “La nostalgia por los seres queridos que ya no están, en estas fechas, es algo crítico para muchas personas. Pensamos más en las personas queridas que no están, que en las que sí están a nuestro alrededor. Las pérdidas recientes, las etapas de duelo en proceso, e incluso las pérdidas que llevan mayor tiempo, también afloran”, dice Domínguez. Lo que debiera ser celebración despierta mucha nostalgia: todos los recuerdos generan angustia.
El balance, siempre negativo
También las fiestas llevan inevitablemente a poner en la balanza el debe y el haber de todo el año, es decir, a hacer el balance: “Pero en ese balance, ocurre que a pesar de que muchas personas tuvieron un buen año, siempre buscan ver qué fue lo que les faltó conseguir, en lugar de ponderar qué fue lo que lograron. Así, ese balance termina dando siempre negativo”, expresa el médico psiquiatra. Esto provoca desesperanza, angustia, tristeza y desgano.
La cuestión es que estos cuadros pueden ser pasajeros, es decir, “pasan unos días y la persona sale de ese estado de angustia” —añade Domínguez—. Pero hay otros casos donde se manifiestan síntomas que se pueden extender en el tiempo: el cansancio, la falta de energía, la pérdida de interés en cosas que gustan hacer. “Allí, esa persona cae en un cuadro apático. Y es el momento donde debe evaluar pedir ayuda profesional. Porque ese cuadro puede agravarse y extenderse más allá de las fiestas”, advierte.
Pero, ¿cómo “sobrevivir” a este vendaval de emociones afloradas en las vísperas de las fiestas? “Hay cuestiones culturales que nos empujan a situaciones incómodas, como por ejemplo, estar con familiares con quienes no nos llevamos bien. Además, hay gente que está realmente sola, y que se ve ‘taladrada’ por los mensajes de consumismo que disparan las publicidades. Esto las afecta peor”, pone en contexto Domínguez.
Entonces, a modo de consejo: “No encerrarse más de lo que ya estamos encerrados durante todo el año. Siempre existe la posibilidad de pasar las fiestas en otro lado, por ejemplo con amigos, con gente allegada y querida. La idea es tratar de evitar malos momentos con gente con la cual no nos llevamos bien. Y en los casos de una depresión aguda, es cuestión de animarse a no estar solo, y pedir ayuda profesional: esto es muy importante. Porque si tocamos fondo, siempre es más difícil volver a la superficie”, añade el experto.
Y si acaso hay que largar una lágrima por aquellos que ya no están, que se largue. Llorar hace bien, siempre que sea en un momento y que ese llanto no se haga eterno, porque ahí aparece la patología psicológica. Las fiestas son, en definitiva, un encuentro celebratorio, una comunión de personas, creyentes o no. Pasarla de la mejor manera que se pueda, con seres queridos y acompañado, quizás se la mejor sugerencia. O de lo contrario, “eche veinte centavos en la ranura, si quiere ver la vida color de rosa”, como dice un viejo poema.