El cumplimiento del primer mes de mandato de Omar Perotti difícilmente pueda considerarse auspicioso, e incluso no sería exagerado considerarlo decepcionante.
En el primer mes de gestión, el gobierno provincial dio más explicaciones que señales de cambio. Y habilitan el interrogante sobre cuál es el momento en que las expectativas ceden su espacio a la decepción.
El cumplimiento del primer mes de mandato de Omar Perotti difícilmente pueda considerarse auspicioso, e incluso no sería exagerado considerarlo decepcionante.
Así debe serlo también para el propio mandatario y su equipo de colaboradores: la extensa transición no fue suficiente para iniciar la gestión con números, diagnósticos y planes de acción claros y definidos. Este aparente descuido fue explicado por alguno de los ministros en términos de que las variables en juego -concretamente, los números- estaban más o menos claros hasta un determinado momento, pero luego se dispararon de manera incontrolable.
Esa “incontrolabilidad” de las últimas semanas de la gestión de Miguel Lifschitz es el argumento recurrente al que acude el nuevo gobierno, al que en su momento pidieron que no avance con traslados a planta permanente y designaciones, se abstenga de avanzar con licitaciones de obras públicas y, sobre todo, que deje en manos de las autoridades entrantes la confección del nuevo presupuesto. Precisamente éste último punto es el que con más asiduidad remarcan los actuales funcionarios, al punto que hay dependencias e incluso carteras que no están previstas en él.
Para peor -y he aquí la que indudablemente es la principal decepción del ganador de las elecciones-, el condicionante de no contar con una Legislatura alineada le jugó en contra más temprano que tarde. El rechazo al paquete de leyes de emergencia que se esperaba obtener -aún cuando sí tuvo aprobación parlamentaria la reforma impositiva- operó al menos en dos sentidos: privar a Perotti de una herramienta en la que confiaba para llevar a cabo acciones paliativas o proactivas en materia económica y, paralelamente, proporcionarle un argumento para justificar que no haya habido suficientes avances en ese campo.
Para abonar esa línea de razonamiento, en los últimos días se desgranaron datos y lecturas apuntadas a dejar sentados desmanejos o excesos de la gestión anterior, cuyos efectos fueron heredados como una carga pesada, que para ser removida requiere de herramientas extraordinarias. Las mismas que, como se remarca, le son negadas por quienes desencadenaron esta situación.
Lo cierto es que, más allá de las condiciones individuales de los integrantes del staff -en algunos casos, innegables-, no se advierte todavía la dinámica de “equipo” que cabría esperar, y la “pesada herencia”, si bien en algunos aspectos puede ser considerada como tal, y pese a los esfuerzos en subrayarlo, no está del todo claro que realmente sea para tanto.
La imagen de cierta desorientación e insuficiente impulso quedó potenciada por el “apagón” administrativo de enero, una medida con impacto diverso según el área de que se trate, pero que en términos generales no contribuye a sustentar la idea de un gobierno con el rumbo claramente fijado y emprendido.
Para peor, el área de seguridad -uno de los ejes de la campaña de Omar Perotti- no ha traído más que malas noticias. Sobre todo para los santafesinos en general, víctimas de un cuadro de inseguridad que el actual mandatario advirtió claramente antes de asumir, pero al que ahora le toca afrontar, sin emitir todavía signos auspiciosos. No sería justo achacar al todavía flamante gobierno la situación general que derivó en una sucesión casi ininterrumpida de homicidios, y la masividad de las protestas en la ciudad natal del mandatario, con injustificables agresiones a su vivienda particular incluidas. Pero tampoco -una vez más, independientemente de la calidad de los funcionarios- aparece todavía el indicio de un cambio a tono con las acaso aventuradas promesas de campaña.