Por Daniel Zolezzi
La lucha de los dirigentes piqueteros tiene lugar dentro del sistema y no contra el sistema. Cortan rutas y destruyen plazas, pero no rompen el círculo vicioso del subsidio. Un Estado cómplice los alimenta.
Por Daniel Zolezzi
Recientemente, se ha anunciado la creación de un sindicato que agruparía a distintas agrupaciones de “trabajadores de la economía popular”. Se trata, en realidad, de organizaciones piqueteras, beneficiarias de planes sociales. Aquellas cuyos líderes detentan un nivel de vida tan cómodo como inexplicable.
El problema es mayor que un eventual sindicato de marginales. Asistimos a un cambio de paradigma. Así como el primer peronismo hizo del trabajador una figura arquetípica -y de la CGT su columna vertebral- en los sectores K de ese partido, se ha entronizado a la figura del marginal. Cosa curiosa: muchos de los dirigentes K provienen del marxismo. Sin embargo, hubieran escandalizado a Marx, al postergar al trabajador y poner en su lugar al lumpen.
Los dirigentes piqueteros, aunque invocan a los guerrilleros marxistas de los años setenta, son muy distintos. No arriesgan su vida ni sus canonjías. Usan barras bravas con palos y capuchas que, bastando para amedrentar al transeúnte, jamás atacarían un cuartel. Porque su lucha, tiene lugar dentro del sistema y no contra el sistema. Cortan rutas y destruyen plazas, pero no rompen el círculo vicioso del subsidio. Un Estado cómplice los alimenta. Ellos jamás morderían su mano dadivosa. Sin su asistencia, esta tropa canallesca no sería posible.
Los piqueteros no son creación de este gobierno. Llevan, al menos, veinte años de existencia. Pero le son funcionales. Por eso hace vista gorda cuando agreden a la sociedad, tal como antes lo hicieran los K. Porque le sirven como amenaza, para que la ciudadanía -ante la posibilidad de males mayores- conceda a esta administración, prematuramente desquiciada, una resignada aquiescencia.
Lo dicho, no disminuye la angustia que causan los millones de desocupados y subocupados que hay en nuestro país. Esa gravísima situación, a la que nadie -en largos años- ha puesto remedio, lejos de sanearse, se mantiene con el pésimo manejo de los subsidios que han hecho los distintos gobiernos. Problema que puede obrar como caldo de cultivo de otros más graves. De los cuales nadie puede creerse a salvo. Ni siquiera quienes creen administrar la revuelta callejera a su antojo.
El problema es mayor que un eventual sindicato de marginales. Asistimos a un cambio de paradigma. Así como el primer peronismo hizo del trabajador una figura arquetípica -y de la CGT su columna vertebral- en los sectores K de ese partido, se ha entronizado a la figura del marginal.
Cosa curiosa: muchos de los dirigentes K provienen del marxismo. Sin embargo, hubieran escandalizado a Marx, al postergar al trabajador y poner en su lugar al lumpen.