Juan Ignacio Rodríguez | [email protected]
Hay que separar al deporte de los hechos violentos que no representan en absoluto los valores que tiene una disciplina determinada.
Juan Ignacio Rodríguez | [email protected]
Arranco así, escrito esto en primera persona y bajo mi entera responsabilidad, porque es un tiro por elevación -o directo, como más les guste-, a uno de los tantos artículos que leí y con el que claramente no estoy de acuerdo, aunque respeto. No estoy de acuerdo en afirmar que “fuimos nosotros”, porque no me siento representado -y el rugby tampoco- por esos diez asesinos que mataron a golpes a un chico de 19 años... no me siendo representado para nada.
No estoy de acuerdo con la afirmación de que a Fernando Báez lo matamos todos los que tenemos afinidad con el rugby, los que juegan, los que alguna vez lo hicimos o aquellos que están relacionados con este deporte.
Desde las antípodas, en mi familia siempre se vivió el rugby de una manera muy especial. Mi abuelo -al que lamentablemente no conocí- nunca fue jugador pero sí dirigente durante mucho tiempo; mi viejo jugó durante más de veinte años para luego continuar con su “carrera dirigencial”; mi hermano jugó desde muy chico hasta los 27 años para desde ahí convertirse en árbitro y sigue hasta estos días con cuestiones relacionadas al referato; mi hermana, Licenciada en Educación Física, actualmente tiene a su cargo una cátedra de rugby en el Instituto de Educación Física; y qué decir de mi vieja... ella fue la que siempre nos bancó en todo. Particularmente jugué durante dos décadas y media. Luego entrené divisiones y continuo ligado a ésta, una pasión para mí. Mi hijo pronto cumple 4 años y en breve arrancará la escuelita, para divertirse, para que en su formación esté presente ese carácter lúdico de los deportes, independientemente de la actividad que más adelante elija.
Es justamente el deporte en general, y en este caso, el rugby en particular, lo que hay que saber separar de los hechos violentos que no tienen nada que ver con los valores que tiene una disciplina determinada. En el caso del rugby, como muchos habrán escuchado o leído, tiene valores como el sacrificio, la humildad, el compromiso, la amistad, el compañerismo, la camaradería...el dar todo por tu compañero de equipo, pero ese dar todo bien entendido. El que así no lo interpreta, es porque no entiende nada de la vida.
No hay que caerle ahora a un club, a un deporte y mucho menos a entrenadores o formadores de personas (que luego serán jugadores). Aseguro que ningún entrenador de rugby infantil o juvenil enseña a sus deportistas a ser violentos afuera de la cancha, todo lo contrario. Se están confundiendo los tantos. El rugby une, no destruye. Los que destruyen son las personas.
El rugby tiene cualidades que otros deportes no y viceversa. Por ejemplo, el tercer tiempo (al cual también leí que quieren bastardear). Es un momento en el que quienes fueron rivales dentro de la cancha, dejan de lado las circunstancias del partido para compartir -todos juntos- la comida.
El físico que van formando con el entrenamiento los jugadores de rugby, es para ser “usado” con el reglamento y dentro de la cancha, no afuera. Mucho menos para matar a alguien como hicieron estos diez jóvenes
Así que no me vengan a decir que a Fernando lo matamos todos los que formamos parte del mundo del rugby.
No mataron a Fernando “10 rugbiers”. Fueron 10 golpeadores (hoy con una causa judicial en curso) que lejos están de ser parte de un deporte. No fueron “7 rugbiers” los que le salvaron la vida a una chica hace dos años atrás porque si no lo hacían, se moría desangrada. Fueron 7 jóvenes con buenas intenciones, que actuaron como personas, no como animales.
Debemos ser cuidadosos.
Ningún deporte, tiene que quedar manchado por un hecho tan lamentable. Con esto sostengo, desde mi punto de vista, que el rugby seguirá siendo uno de los deportes más nobles y lindos del mundo, que transmite cosas que otras disciplinas no... Caerle al rugby -o a cualquier deporte- que directa o indirectamente sea relacionado con un hecho lamentable, es hacer la “vista gorda” y tirar el problema para otro lado.